Capítulo 1: no hubo principio

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   El día en que Tsukishima Kei dejó de comer, no lo recuerda con lucidez ni él mismo. Su cuerpo, ahora lánguido y desnutrido, carecía de la grasa necesaria siquiera para moverse; incluso el respirar se le dificultaba, pues le demandaba un gran esfuerzo para el cual, no contaba con las energías suficientes. Caminar, era una tarea casi imposible, un reto día a día que concluía con tratar de no desplomarse por los pasillos del instituto, o del hospital para ED* al final del día. Sus prendas, antes holgadas como era lo normal, ahora colgaban de su cuerpo cual ropa en un gancho. Famélico, Tsukishima lucía enfermo, como un ser cadavérico en pie.

   En retrospectiva, Tsukishima había sido siempre un muchacho delgado, esbelto. Nunca tuvo problema alguno con el peso, o la complexión de su cuerpo. No hasta que cumplió los 16 años y comenzó a introducirse en el mundo del socializar. Para Tsukishima, era demasiado convivir en el club de volleyball, viendo a demasiadas personas, para su disgusto, a diario. Era un desgaste tanto mental y físico, que le orillaba a enfrascarse en un silencio sepulcral cuando estaba a solas y, según él, en total tranquilidad, dando rienda suelta a pensamientos cargados de soledad. Además, a pesar de que en su niñez fue bastante alegre, gracias a las mentiras de su hermano su personalidad fue retorciéndose, hasta formar lo que hoy era: desconfiado y rencoroso. Y un poco débil sentimentalmente, dado que no se dejaba influenciar tan fácil, pero no era difícil que le afectaran cosas tan superfluas como una simple mentirilla. Era alguien frágil, por más tosco que pareciera ser.

   Y, si tan sencillo era derrumbarlo en segundos con cualquier intención maliciosa, por más mínima que fuera, un corazón roto era aún más complicado de sobrellevar. Tsukishima se odiaba profundamente, sentía que era la persona más desagradable viviendo en la Tierra, hasta que conoció a Kuroo Tetsuro y éste le cambió por completo la visión de la vida. ¿Por qué no empezar a disfrutar las cosas, fueran efímeras o duraderas?, ¿por qué preocuparse por defectos mínimos en uno mismo, si nadie es perfecto? Sin ayuda de Kuroo, Tsukishima jamás hubiera pensado de aquella manera. Pero, lo que jamás tuvo en mente, fue que él también sería algo efímero para Kuroo. Quizá se enamoró demasiado rápido del muchacho, quizá demasiado profundo. Kuroo dejó una impronta en su corazón y alma que nadie jamás podría borrar, y era triste. Y ahora, se reprendía horriblemente el haber desarrollado fuertes sentimientos por Kuroo, porque al parecer, aquel muchacho de cabello alborotado y oscuro, había desaparecido, llevándose consigo una gran parte de Tsukishima que no regresaría jamás, ni siquiera a él mismo.

   Su relación se dio gracias a las concentraciones de verano, donde el pelinegro se acercó primeramente a Tsukishima. Éste, reacio a querer entablar vínculo alguno con cualquier ser humano que lo intentara, fue inmediatamente seducido por aquellas expresiones felinas y socarronas que Kuroo tenía marcadas en el rostro. Era estúpido, consideraba Tsukki, enamorarse de alguien por sus defectos, o gestos tan desagradables a su parecer, pero le fue inevitable. Cuando menos quiso darse cuenta, ya se encontraba a sí mismo pensando inconscientemente en Kuroo, sin siquiera poder evitarlo, ni encontrar alguna distracción que lo sacara de su mente. Además, los mensajes que se mandaban a diario, después de las concentraciones, no le ayudaban mucho a despejarse. Para ese entonces, su mente aún no formaba una interminable enemistad con el alimento, pero sí se mantenía en un estado de inestabilidad, esperando a ser derribado por completo.

   Pero, Kuroo se encargó de levantarlo, de brindarle cierto tipo de apoyo que nadie jamás le dio: le hizo darse cuenta de que estaba solo, y, al mismo tiempo, le hizo sentir la persona más completa. Tsukishima recordaba nítidamente el calor abrasador que le llenaba el pecho cuando Kuroo le rodeaba con sus brazos, le acariciaba con suma delicadeza, y le propiciaba cándidos besos. La sola presencia de Kuroo se volvió algo indispensable para Tsukishima, así como su tacto y calidez. Y su cuerpo reaccionaba a Kuroo de una manera impresionante, como si estuvieran sincronizados. Tsukishima llegó a considerar que el pelinegro era alguien demasiado especial que había llegado a su vida, y que, definitivamente, era un hecho imposible que se separaran o alejaran. Jamás imaginó a Kuroo marchándose, yéndose de su lado; era impensable. Pero, ahora, ahí estaba de nuevo, solo y sin Kuroo.

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