La gente es imbécil. Ve sólo lo que quiere ver, y juzga sin siquiera conocer a fondo la situación que se le presenta. Además, siempre buscarán únicamente su propio beneficio. Los humanos son, en efecto, un caso perdido. Y para Tsukishima, era algo tan claro y definitivo, que dudaba que alguien fuera a hacerle cambiar de parecer. Ni siquiera Kuroo, porque también era humano, por lo tanto, un imbécil más.
Odiaba tener que soportar los sermones y discursos que daban los psicólogos en las sesiones de ayuda en grupo -que en realidad no ayudaban para nada-. Ellos jamás entenderían lo que es sentir un miedo incontrolable al comer. Lo veían como algo tan sencillo de realizar, sin estar analizando los contenidos calóricos de cada platillo que ingerían. Pero, para las personas como Tsukishima, era toda una odisea. No era el acto en sí de comer, porque todo el tiempo se imaginaba ingiriendo alimentos de todo tipo: un helado, una hamburguesa, onigiris... Sin embargo, a la hora de desayunar y enfrentar un plato con porciones pequeñas de cualquier tipo de nutrimento, una ola de ansiedad junto con un miedo incontrolable le atacaban paralizándolo por completo. Claro que le gustaba saborear la poca comida que se llevaba a la boca, y lo disfrutaba por una diminuta fracción de tiempo, pero un segundo después la culpabilidad y el terror invadían su pecho. El psicólogo jamás comprendería a las personas como él, por el simple hecho de que su problema no era la comida, ni el acto de alimentarse, sino el posterior efecto que le producía en su mente durante días, meses o incluso años. Como últimamente había estado viviendo.
Pero, sobre todo, no podía dejar de recordar a Kuroo. Cada que aparecía por sus pensamientos, un dolor en el pecho le atacaba, mordaz y punzante; quizás era la angustia propia de un mal de amores. Visualizar todas los recuerdos de ellos dos juntos que ahora eran nada, le provocaban unas inmensas ganas de llorar y vomitar al mismo tiempo. No sabía muy bien cómo explicarlo, o cómo sentirse al respecto. Sin duda alguna, Kuroo llegó a su vida para enamorarlo, pero al final se fue, dejándolo con un corazón roto y un ímprobo vacío, imposible de curar. Ya había pasado más de un año desde que había cortado cualquier tipo de relación y comunicación con el pelinegro, pero aún no lograba olvidarlo, y mucho menos lo había dejado de amar. Era un ciclo tortuoso, que lo mantenía en un estado hipofrénico, como si todo en su vida se estuviera desmoronando poco a poco, y sentía que no podía hacer nada para detener aquel desastre. Estaba fuera de sí, fuera de su alcance.
Había momentos, ya fuera de noche o a mediodía, donde el pánico le atestaba, colmándole la cabeza enteramente. La idea de que jamás se recuperaría, de que jamás volvería a ver a Kuroo, de que jamás podría llevar una vida normal, de que jamás podría hacer algo bien lo convencían por completo. Estaba seguro de que jamás podría comer normalmente, y de todo lo demás. No había cabida a la esperanza o algún pensamiento positivo, y entonces, era cuando el llanto que contenía durante cierto tiempo se desbordaba, y era incapaz de apaciguarse a sí mismo. Le era imposible por el simple hecho de que, sin saber por qué, añoraba más que nunca que Kuroo estuviera ahí para abrazarlo y consolarle hasta quedarse dormido. Más allá de desear aquello, lo necesitaba. Necesitaba con todo su corazón volverlo a ver.
Sin embargo, lo único que obtenía eran discursos acerca de lo enfermo que estaba, cuán famélico lucía y que si no se curaba, pronto lo tendrían que entubar. Tenía que soportar personas que fingían cierto interés en su persona, sólo para cumplir con su labor a medias, porque el mal gesto que todos los enfermeros portaban a diario, dejaba mucho qué desear. Era un interés tan falso, que cada día le resultaba más repugnante su estancia en ese hospital; la comida, su habitación, las diversas personas –incluyendo a los pacientes– que pasaban por su lado a diario. Todo le resultaba tan execrable, que le enojaba, le enfurecía estar encerrado las veinticuatro horas del día y no poder hacer nada. Nada más que correr hacia el excusado a vaciar su estómago cuando las náuseas no cabían ya dentro de sí.
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Edges
FanfictionTsukkishima rechazó una vez más el plato que contenía alimento, haciendo un gesto seco y mordaz. "No tengo hambre, ya te lo dije", repetía una y otra vez; "Tsukki, por favor, no te hagas esto", repetía Kuroo hasta el cansancio. ___________ •Créditos...