Abandonar, y dejar morir.

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-¿Querés un poco más de café?

-No, gracias má.

Graciela se quedó mirando a su hija. Laura rió.

-Ya, má.

- ¿Qué pasa? ¿Que no puedo mirarte?

-No es eso.

- ¿Y que es entonces, amor?

Laura rió nuevamente y miró para la ventana. Respiró hondo con una sonrisa melancólica.

- No es nada má.

Las dos mujeres miraron la ventana. El cielo rojo contrastaba con los prados verde oscuro. Estuvieron en silencio varios segundos.

- ¿No querés un poco mas de café? ¿Segura?

- Segura mamá. Gracias.

Otra pausa. Ninguna de las dos sabía que decir. Graciela tenía los ojos húmedos.

- Todavía hay tiempo.

- No, no hay.

Graciela comenzaba a llorar.

- No hay mas tiempo.

- Mamá...

Laura se levantó y abrazó a su madre que quebraba en llanto nuevamente. Se abrazaron con fuerza por unos minutos. Graciela lloró todo ese tiempo en el hombro de su hija.

-Ahora tendrás que lavarme el uniforme de nuevo.

Ambas rieron.

Ya en el auto, ambas se acomodaron y salieron hacia el aeropuerto. Pusieron la música de Calamaro que siempre escuchaban con su padre. Las dos cantaron sin parar. Inclusive en la entrada del aeropuerto, los guardias, armados y listos, cantaron un poco los segundos en que las detuvieron; olían a alcohol.

Cuando bajaron, se despidieron con un abrazo y cada una fue a su estación. Graciela preparó al grupo para el despegue, Laura su equipo y se coordinó con su copiloto. Todos actuaban optimistas, pero la atmósfera de tensión y tristeza los englobaba.

Graciela comprobó todas las computadoras. Todos los técnicos y a todos los guardias. Esta operación tenía que ser perfecta, la vida de su hija estaba en juego.

Laura chequeó todo tres veces. No podía permitirse ningún error.

Cuando el reloj lo marcó, ella y su copiloto corrieron por el pasillo a la cabina. Entraron y se acomodaron. Chequearon las máquinas y los parámetros. Estaban listos.

-Aquí Capitana Rojas, pruebas listas. Equipo confirmado, esperando a luz verde.

-Aquí Comodoro Quintana, todo listo. Están autorizados para despegar.

-Comenzando cuenta regresiva.

-Parámetros normales, proceda.

-Diez, nueve, ocho, siete, seis... Chau mamá, te amo. Uno ¡Despegue!

Graciela quedó inmóvil. Por la ventana vio el cohete despegar y a su hija alejarse, mientras el cielo se teñía de un naranja brillante. En cuanto se estabilizaron y alejaron los suficiente comenzó a llorar en el lugar.

-Chau, amor...

El resto de la sala festejaba, ignorándola. Sacaron las copas, y empezaron a beber. Graciela se retiró de la sala lentamente, llorando. Los técnicos festejaban descontroladamente, ya no les importaba nada, podían hacer lo que quisieran.

Pero de pronto alguien pegó un grito y el ruido desapareció. Un silencio estremecedor invadió la sala. Solo se escucharon los ruidos del resto del aeropuerto y su festejo desenfrenado a la distancia.

Uno de los técnicos conectó su computadora a la pantalla principal y todos pudieron ver. El asteroide estalló entrando en la atmósfera. Ahora era numerosos fragmentos, algunos en trayectoria de colisión con el cohete.

Un silencio muerto ensordeció a Graciela, que inclusive dejó de llorar.

Otro técnico tomó su computadora, desconectó la primera y puso la cámara del cohete en la pantalla. En una mitad se veía el exterior. El otro la cabina.

-MayDay, MayDay, cambiando de trayectoria.

-No podemos, esta cosa no maniobra.

-Puta madre, desplegá las alas.

-No puedo, en el ascenso están bloqueadas.

-Desbloquealas.

- ¡Laura, carajo, no se puede!

- Correte, déjame a mí.

En la segunda cámara se veían como varios fragmentos comenzaban a impactar con el cohete. Algunas piedras empezaron a penetrar el fuselaje. Se descomprimió. En la cámara interior se vió como surgían llamas de las computadoras. Se pudo ver como el equipaje, y algunos pasajeros eran disparados hacia el vacío. Una piedra mayor golpeó el cohete partiéndolo. La cámara interior se cortó. La exterior salió disparada y giró en el aire.

Graciela se retiró. Los técnicos en silencio se sentaron. Algunos lloraban, la mayoría comienzó a beber.

Un tumulto de gente semidesnuda y borracha comenzó a correr hacia la sala de control. Graciela caminó contra la corriente sin expresión.

Llegó a la terraza y se sentó en el borde del edificio. Escuchó solo un poco de ruido, algunos pocos seguían festejando.

Entonces, del cielo amarillo, emergió una mancha negra. 

Irse y dejar morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora