No sé quién eras, jamás te conocí, no supe de ti más allá de tus letras, más allá de tu voz. No sé con qué te gustaba tomar el café o cuál era tu hora favorita del día, yo no nací en el momento indicado ni en el lugar correcto para que alguna vez llegásemos a encontrarnos, y aún así, estás ahí.
Yo no conozco a la mayoría: el señor que vi ayer, la muchacha con el niño, la de los caireles o la que me hizo enfadar, no conozco tanto y sin embargo, te conozco a ti. Puedo verte y escuchar tu voz, puedo mirar tus gesticulaciones viajar sobre tu rostro, puedo admirar la belleza de tus movimientos. Incluso puedo observar tus ojos, esos azules tan azules ojos.
Esos estragos de lo que alguna vez fuiste, en ellos tan cristales tan cielos infinitos, tan azules del agua en el reflejo del sol, aquellos tan cerúleos que se movían poco a poco con dolor, cada vez como si un peso extra se añadiera sobre ellos, a punto de romperse en trozos pequeños, tan delicados ojos, tan distantes y sin embargo, tan cercanos.
Y entonces yo los miro; caigo en cuenta de que, ¡son sublimes!. ¿Y cómo es que no se percataron antes?.
Era algo que emanaba de ti, seguramente era tan común que nadie pudo notarlo entonces, ellos creyeron que habías muerto cuando te ataste el cuello y saltaste de la mesa, pero yo creo que no, para mí cuando tú saltaste y aún antes de hacerlo, tú ya estabas muerto.
¿Qué transmiten esos ojos? ¿Y qué dicen? ¿Por qué existen? Aquellos ojos tan claros y tan pálidos como lo era tu piel, la combinación perfecta para el desastre, para unas ojeras debajo de los ojos y una boca sin movimiento. Tan perfectos para la condena eterna del sufrimiento, hacían juego, es verdad, ellos se complementaban, tu piel con tu rostro con tus ojos y de vuelta a tu piel.
Y gritaban para mí porque cuando los veo, gritaban tan alto que se estaban rompiendo, gritaban de esa forma como grita un desahuciado en las últimas horas, cuando se hace añicos, se le apaga la piel, aquel que cuando está tan cerca de la muerte, aquellos ojos, como si se los llevara primero el fin.
Lamento si insinúo cosas pero desde aquí no puedo hablar mas que del hecatombe que en ellos encontré. se marchitaban, poco a poco, tal vez por la angustia de no poder dar más de si mismos, de que aún con todo el esfuerzo no pudieron leer lo suficiente, gritar demasiado, llorar un poco más alto.
Ellos no querían morir tal vez, tal vez se pudrieron con cada lágrima salada que los recorría, tal vez se fueron haciendo más pequeños y pequeños hasta que no ya no quisieron seguir. Y tal vez la angustia no era otra cosa más que su propio ser.
¡Era su alma!, dicen que son la ventana, y si yo pudiera opinar sobre la tuya, diría con absoluta certeza que esta se encontraba tan abierta con la luz encendida gritando para que la voltearan a ver. ¡que ojos tan expresivos! y en el fondo, nadie lo pudo ver.
Nunca miré unos ojos como los tuyos, unos ojos que dijeran tanto de sí mismos, unos ojos con vida propia. Y es que en todos los demás sus relucientes ojos índigos eran sólo una adorno bonito en su espléndida cara, pero en la tuya, querido, en la tuya se convirtieron en ti.
¡Sólo tus ojos hablaban porque tu voz cesó! Cantabas y cantabas pero ni siquiera tú mismo podías escuchar tu voz. En la tuya aquella pálida piel los hizo resaltar sobre todo tu rostro, no había otra cosa más que se pudiera ver, no eran ya sólo adornos bonitos y sin darme cuenta se volvieron reales, humanos, y me hicieron sentir.
Ya no era tu voz a la que escuchaba sino a ellos, miraba sus movimientos con sutileza intentando adivinar su próximo movimiento, y entonces se cansaban, los cerrabas con angustia, todo desaparecía, se desvanecía como humo y al abrirlos volvía otra vez.
¿Por qué gritaban? ¿Por salvación? No creo que pudieran ser salvados, porque nacieron así.
Emanábamos sangre y melancolía, emanábamos muerte y lágrimas frías, lloramos por las ciudades perdidas, gritamos porque no queríamos escuchar nuestra propia voz.
Índigos eramos, azules. Y no el azul cliché que hay en cualquier canción, nosotros eramos azul que brilla y muere a la vez, eramos uno solo porque la ventana estaba tan abierta que en un momento me perdí dentro de ti, intentando adivinarte, devolverte a la vida, darte aire; entonces cuando abrí los míos me di cuenta de que me estaba marchitando también.
Nos volvimos azules del que brilla, del que llora en las mañanas y sufre por las noches, del que lee a Kafka y escribe poesía, nos volvimos azules de pinturas mojadas, de obras de arte ardiendo y de destrucción.
Nos volvimos azul pálido y se nos acabó la voz.
Entonces miré hacia el cielo y tenía tu color, irradiaba tristeza y quemaba al mirarlo, pero había algo en él que me hacia volver, había algo en cada movimiento que me provocaba sumergirme más y más en ello.
Tú no estabas en tus cinco sentidos y yo estaba alucinando con estrellas que podía apagar con los dedos, tú te hallabas fumando un cigarrillo mientras yo escuchaba tu voz. Y entonces atravesamos las barreras del tiempo porque tú te quedaste ahí.
¿A dónde debía ir?
No te encontraba en ningún lado como a todos los demás.
¿Qué era lo perfecto en tus ojos? ¿Qué era?
Era que su esencia se quedó atrapada en el tiempo también, junto a ti, junto a tus ojos azules y tu boca triste. Es que cuando decidiste morir en los 80's todo acabó allí, como un libro sin final, como un hoyo negro, un cataclismo. Acabó como si algo más se estuviera esperando y sin embargo ese algo más jamás llegó.
Trabado en el tiempo y sin volver, una cámara te trabo y no volviste, porque moriste joven y cuando uno muere joven se queda en el tiempo, se vuelve inmortal. Cuando uno muere joven es como si jamás hubiera comenzado y jamás debiera terminar.
La inmortalidad tan deseada, tú la tienes, ahí está, descansa contigo pues eres inmortal. Tú moriste joven como el arte, como las flores, como el sol. Tú moriste joven como mi alma atestada de ti, de tus palabras que herían a mi ego, de tus reflexiones oscuras como el lado oscuro de la luna.
Ahora viajo en el tiempo hasta la sustancia que tú eres, en los 80's atrapado como un conejo en una jaula intentando salir, en los 80's inmortal. Recorriendo las antiguas calles de Mánchester aún, mirando aún la sociedad devastada, pensando aún en el cielo gris.
Afortunadamente o como sea, moriste inmortal con la música y moriste inmortal con una película. Moriste porque quisiste en fecha límite y porque tus ojos se rompieron pero siguieron ahí.
Somos el tiempo, tan deseado y odiado, el tiempo en que se forma una irregularidad y nada puede escapar de ahí.
Eso somos ahora porque yo ya no puedo volver, marchita. Eso somos ahora, muerte y melancolía.