Recuerdos

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Iziak miraba por la ventana, a  la vez que escribía pequeñas historietas en su cuaderno, en los pasillos del hospital se oían los rápidos médicos corriendo de un lado a otro. La habitación de Iziak era totalmente blanca y aburrida, no había nada en las paredes, ni un simple televisor, se notaba que era un hospital para gente de la calle y no para los ricos, cosa que le molestaba ya que él pensaba que todos eran iguales, pero se confundía, la gente no era igual, había gente que era malvada y no como se dice que son los villanos en los cuentos infantiles. Ya llevaba dos horas despierto cuando entró su madre llorando de emoción, sus ojos derramaban lagrimas reales, cosa que hacía tiempo que no manaban de ella. Iziak la miraba extrañado, como si no la conociera, pero su boca no emita ningún sonido, lo único que se oía era a su compañero de habitación, que lo único que derramaba era una frase casi en forma de suspiro y unas lágrimas eternas. La madre le miró de reojo, con una mirada de desprecio, como hacía siempre con la gente rara, era uno de los defectos de su madre, pero igualmente a su padre le encantaba eso de ella. Él siempre le decía que esas miradas que echaba a la gente estaban bien, pero a Iziak le parecía que era una mirada horrorosa. La madre mientras una gota formaba un pequeño río en su mejilla, cogió las historietas de Iziak sin pedirle permiso y de un solo tirón, haciendo que los bordes de su cuaderno tuvieran un bonito marco de sangre, sangre roja como cualquiera, sangre que brillaba con los rayos que entraba por la ventana. Iziak se miró la mano y vio que se hizo un corte limpio y profundo, una herida imposible de hacerse con un folio, la madre empezó a romper sus pequeñas obras de arte.

-¿Cómo puedes pintar estas chorradas? Llegan a dar miedo. Iziak, ¿Por qué dibujas esto?- Un bofetón rodeado de lágrimas falsas dejo marcado el rostro de Iziak.

Él ni lloró, ni respondió, ni nada, el solo miraba a su herida pensando como se lo había hecho. En ese momento se desplomó.

- Iziak, ¡lo siento! ¡Despierta! No quería ha...- la voz de su madre poco a poco se apagaba y en su cabeza solo quedaba un silencio, un silencio limpio y doloroso, un silencio en el que empezaban a llover recuerdos.

Iziak en la cuerda entre la vida y la muerte, no por culpa del bofetón ni del corte, ya que él estaba acostumbrado, empezó a recordar momentos, situaciones, penas, alegrías.

Todos lo buenos momentos empezaron a oscurecerse, a romperse, transformándose en momentos tristes o momentos en los que el se sentía roto y solo. Poco a poco recordaba porque estaba en ese "hospital", en ese hospital psiquiátrico, ellos creían que estaba loco, tenía que demostrar que no era así y poder contar su historia al mundo entero, que se enteraran de la realidad, que salieran del mundo de las fantasías, que lucharan por lo que es real y que rompieran lo que era la mentira.

Su historia no era corta y tampoco era una historia bonita y con final feliz, su madre y su padre me pegaban, recordaba cuando el intentaba cerrar la puerta con ayuda de muebles y se escondía en el armario, llorando y soñando que sus lágrimas cubrirían todo y permitieran que él se ahogara, pero volvía a la realidad cuando se oía que la puerta se rompía con ayuda de un martillo y cuando la puerta ya permitía pasar a sus padres, primero su padre borracho y unas horas después su madre para desahogarse con él.

- Sabes que es peor si intentas esconderte - decían sus padres a la vez que sus rostros mostraban una amplia sonrisa.

Iziak quedaba en el suelo inmóvil, rodeado de sangre mezclada de lágrimas, deseando que le hubieran metido una paliza tan grande que pudiera darle la mano a la muerte, preguntándose y afirmando que la muerte sería mucho mejor. Su madre llorando llegaba con moratones y golpes por todo el cuerpo, llorando y pidiendo perdón.

-¡Perdón! No era mi intención, se por lo que sufres, a mi tu padre también pe pega- Decía derramando lágrimas falsas.

- Déjame morirme solo - dijo Iziak casi en un susurro, por lo que su madre no llego a escucharlo.

Eso era el día a día de la vida de Iziak, recibir palizas en todos los lugares, en el colegio, en su casa, y simplemente, nadie le ayudaba.

Iziak tenía un don que nadie sabía, ni siquiera él, era valiente, era paciente, y sabía vengarse en los mejores momentos.

Tampoco os comente sobre su hermano pequeño, que tristeza, y que asco de humanos, de ahí que sus padres se empezaran a comportar de esa manera con él. Todo sucedió hace seis años, a esa edad Iziak tenía nueve años y su hermano pequeño cinco, era un día hermoso, el cielo despejado permitiendo que se pudiera ver los aviones que pasaban por encima del parque, pero, poco a poco empezó a nublarse, una tormenta venía. En ese momento escucharon un disparo a lo lejos, un rápido movimiento, la persona ala que debería haberle impactado la bala la esquiva y permite que quede una bala perdida que le llega a mi hermano en todo el pecho, aunque el que debería haber muerto debería haber sido Iziak, justo Yon (el hermano pequeño) se puso en medio de la bala y de él. Sus padres salieron corriendo de casa por el estruendo y vieron el cuerpo en el suelo de Yon.

- ¿Qué ha pasado? - Su madre con sus últimas lágrimas reales el los ojos - ¡Por tu culpa! - El primer bofetón que le llegaba a Iziak.

Su padre lo cogió del cuello de la camiseta y se lo llevo al interior de la casa.

- Desde ahora tu vida va a ser un infierno - apagó las luces, cerró la puerta y me dejo ahí solo. Pero gracias a su padre conoció a uno de sus únicos y mejores amigos, Sombra, ella me ayudaba cuando tenía miedo, me ayudó a perder el miedo a la oscuridad, me ayudó cuando lloraba, lo único que desaparecía del mismo modo que aparecía, nunca sabía cuando llegaría, ni cuando marcharía. Pasaron los años  y Iziak se hizo más fuerte físicamente, pero más débil mentalmente.

Falsas RealidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora