Poderes

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Ursula K. Le Guin

PODERES

PRIMERA PARTE

1

No hables de ello -me dice Sallo.

-¿Y si sucede, como aquella vez que vi la nieve?

-Por eso no hay que hablar de ello.

Mi hermana me rodea con el brazo y nos mecemos de un lado a otro, de izquierda a derecha, sentados en el banco de la clase. El calor, el abrazo y el vaivén relajan mi mente, y me balanceo contra Sallo, golpeándola un poco. Sin embargo, no puedo olvidarme de lo que he visto ni de la horrible agitación que me ha provocado, y no tardo en exclamar:

-¡Pero debería decírselo! ¡Era una invasión! ¡Podrían advertir a los soldados de que estuviesen preparados!

-Y ellos preguntarían: «¿Cuándo?».

Eso me deja perplejo.

-Pues dentro de poco.

-¿Y si no ocurre durante mucho tiempo? Se enfadarían contigo por haber dado una falsa alarma. Además, si un ejército invadiese la ciudad, querrían saber cómo lo has sabido.

-¡Les diría que lo he recordado!

-No -dice Sallo-. Nunca les digas nada sobre recordar de la forma en que tú lo haces. Dirían que tienes un poder, y no les gusta que la gente tenga poderes.

-¡Pero no lo tengo! ¡Sólo a veces recuerdo cosas que van a suceder!

-Lo sé. Gavir, escúchame atentamente, no debes hablar de ello con nadie. Sólo conmigo.

Cuando Sallo dice mi nombre en voz baja, cuando me dice «Escúchame atentamente», la escucho con mucha atención. Aunque discuta.

-¿Ni siquiera con Tib?

-Ni siquiera con Tib.

Su cara redonda y bronceada y sus ojos oscuros están tranquilos y serios.

-¿Por qué?

-Porque sólo tú y yo somos del Pantano.

-¡También lo era Gammy!

-Precisamente fue Gammy la que me dijo lo que yo te estoy diciendo ahora, que los del Pantano tienen poderes y los de la ciudad tienen miedo de ellos. Así pues, no hablemos nunca de nada que nosotros podamos hacer y ellos no. Sería peligroso. Muy peligroso. Prométemelo, Gav.

Ella levanta la mano con la palma hacia arriba, y yo pongo encima mi mano sucia para pronunciar mi juramento.

-Lo prometo -digo.

Y a la vez, ella dice:

-Lo oigo.

Con la otra mano, ella agarra el pequeño Ennu-Mé que lleva colgado del cuello con una cuerda.

Me besa en la coronilla y luego me empuja tan fuerte que casi me caigo del banco. Pero no me río; estoy tan colmado de lo que he recordado, y eso era tan horrible y espantoso que quiero hablar de ello, decírselo a todo el mundo, exclamar: «¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Vienen soldados, enemigos, con una bandera verde, y van a incendiar la ciudad.'». Sentado, balanceo las piernas, sombrío y afligido.

-Háblame de ello otra vez -dice Sallo-. Todos los detalles que no me has contado.

Eso es lo que necesito, y vuelvo a contarle mi recuerdo de los soldados avanzando por la calle.

A veces, lo que recuerdo hace que me sienta como si tuviera un secreto, algo que me pertenece, un regalo que puedo quedarme, sacar y contemplar cuando estoy solo, como la pluma de águila que me dio Yaven-dí. Mi primer recuerdo, ese lugar con los juncos y el agua, también me hizo sentir así. Nunca se lo he contado a nadie, ni siquiera a Sallo. No hay nada que contar; sólo el agua azul plateada y los juncos ondeando al viento, la luz del sol y una colina azul a lo lejos. Últimamente tengo un nuevo recuerdo: un hombre en una sala de techo alto y en penumbra que se da la vuelta y dice mi nombre. No se lo he contado a nadie. No necesito hacerlo.

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