Neblina. Jeongcheol

「único」

Todo era oscuro, no había nada a su alrededor, su única compañía era el silencio; un enorme silencio que, desde hace unas horas, lo había estado acompañando. Si no fuera por las luces que emitía su auto, estaría convencido de que se encontraba en medio de la nada.

El calmado silencio lo hacía cansarse, sus oscuros ojos miraban con profundidad la carretera que parecía no tener fin, su largo cabello castaño se posaba suavemente por encima de sus cejas, cubriendo toda su frente. No tenía noción del tiempo, ignoraba el plazo que había estado conduciendo. No recordaba cuándo había empezado y su destino parecía nunca llegar.

Cada semana era lo mismo, los eternos viajes ya eran parte de su rutina, no se quejaba, era parte de su trabajo de todas formas: ir de allí para allá, a diferentes ciudades y estados. Le agradaba hasta cierto punto, viajar en un camino oscuro y solitario.

Solo, su única compañía era la oscuridad, los grandes árboles que lo guiaban y el suave ruido de las llantas rodando sobre el pavimento. En algún momento se quedaría dormido. No podía detenerse, el pueblo más cercano se encontraba aún a unos kilómetros, sólo pasaría a comprar el café más cargado y seguiría con su trayectoria. Decidió encender la radio, así tal vez el sueño se iba. Cambiando de estación en estación. Nada de eso le servía, todo lo que pasaban eran melodías lentas y aburridas. Soltó un suspiro y, por última vez, cambió la estación de radio, dejándolo en un canal de pláticas y debates, al menos eso no le haría quedarse dormido. Pasaba más de media noche, no le sorprendió oír en la radio alguna historia de terror que, para viajeros como él, le resultaba entretenido escuchar.

No faltaba mucho para llegar a aquel asentamiento, tan solo unos cuantos minutos más. Finalmente, las luces altas de su auto iluminaron aquella curva donde había un pequeño mirador. Pero algo llamó su atención. Sintió frío de repente, un escalofriante cosquilleo le recorrió la columna, sus pupilas se contrajeron y sintió que su corazón se saltó un latido.

"...pero después de varias investigaciones, nunca pudieron encontrar su cuerpo."

Escuchó en seguida en la radio al mismo tiempo que volteaba su vista hacia el espejo retrovisor, solo para darse cuenta de que no había nada raro en aquel mirador. Calmó su respiración, aunque en su mente seguía pensando que sus ojos no lo engañaron y que juraba haber visto a algo o alguien ahí.

En el reproductor otra leyenda urbana de terror acababa de terminar.

Pasados unos kilómetros más, puso las direccionales y se desvío del camino para adentrarse a ese pequeño asentamiento. No fue difícil encontrar una tienda de 24 horas, solía haber muchas así cerca del borde de la carretera. Compró lo que quería y tomó asiento en una de las sillas altas de ese lugar. Le dio un trago a su bebida, sintiendo el sabor amargo recorrer toda su boca y el líquido caliente pasar por su garganta, a él no le gustaba el café, pero ahora lo necesitaba.

El clima estaba húmedo, como si hubiera llovido hace unos minutos. Las calles estaban mojadas y, de nuevo, se encontraba en total silencio.

Sintió de repente esa sensación otra vez: un enorme frío recorriendo toda su espalda y de alguna manera sentía que se debía poner alerta. Todas sus preocupaciones se desvanecieron cuando se dio cuenta de lo que causó eso fue solo un chico que había entrado al lugar, permitiendo que el aire de afuera se hiciera presente.

Lo observó durante un tiempo. Realmente no lo entendía, porque él no era de observar a las personas, pero había algo en ese chico que le llamaba la atención. Sus cabellos eran rubios, casi blancos; podía notar que tenía una piel limpia y era bastante pálida, sus ropas eran claras también. Tal vez eso fue lo que llamó su atención: el gran contraste que hacía el chico con la oscura noche. O tal vez la razón por la que lo atraía era porque había pasado minutos parado frente a los diferentes paquetes de galletas sin hacer nada, con la mirada fija en las pocas monedas sobre su mano.