Capítulo 1

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Son las diez de la noche. En un pisito de Madrid dos compañeras y amigas tienen una discusión bastante profunda.

– Te digo que no, que no puede ser su polla. Está claro que es de Google. – La pelirroja coge su porción de pizza mientras señala el móvil de su amiga. ­– Además, con ese cipote, te digo yo que no estaría matándose a pajas con cuentas de Twitter.

– Pues también. Oye, ¿has hablado ya con Oscar? ­– Anna se levanta para coger un pedacito de pan que se le ha caído entre los muslos.

– No Anna, aún no. – Cassie suelta un suspiro dramático y cambia de canal. – No dan una mierda en la tele.

– ¿Y a qué esperas? Va a ser peor si lo alargas más. – Anna mira a su amiga y empieza a recoger la mesa donde han cenado.

– Es que no encuentro el momento. Cuando me decido a hacerlo, siempre tiene algo que hacer. Es que no para quieto, que si el trabajo, que si su madre, que si la herencia.

– Tía, que acaba de morir su padre. Es normal.

– ¡Y encima lo de su padre! ¿Cómo voy a tener cojones para decirle que no quiero seguir con él si acaba de morir su padre? Qué en paz descanse. – Cassie alza la mano y hace un padre nuestro.

Anna pone los ojos en blanco y deja las cosas en la isla de la cocina americana.

­­­– Eres un desastre, Casandra. ­– Alza la cabeza y mira a su amiga, está tirada en el sofá mirando un episodio antiguo de La Que Se Avecina. – Tú, mueve el culo y acaba de limpiar, que lo estoy haciendo todo.

– Joder, ahora que dan algo que me gusta. ­– Refunfuña.

– Venga ya, si lo han dado treinta veces. – Anna se limpia las manos y se acerca al sofá con gesto divertido. – Te sabes hasta los diálogos de memoria.

– He pensado que podríamos comprarnos una Smart TV, de estas con Netflix, YouTube y todo eso... – Cassie mira a su amiga con interés.

– ¿La vas a pagar tú? Porque yo no tengo un duro. – Anna resopla frustrada. Su trabajo le da para poder vivir un pelín desahogada y poco más. – Con suerte me sale algún proyecto grande antes de verano y puedo irme contigo a Alemania.

– Ya te he dicho que, si no puedes, te lo pago yo. Mi familia te adora y no creo que tengan mucha pega en ayudarte un poco.

Anna mira a su amiga avergonzada. Conoce a Casandra de casi toda la vida y aún a día de hoy, no soporta tener que pedirle ayuda económica.

Casandra llegó en el segundo año de instituto, su familia era alemana con raíces españolas. La conoció en una clase de Educación Sexual que impartía cada año el instituto. Casandra, una niña de catorce años blanca como la nieve y tan rubia que parecía que no tenía pelo, estaba colocando un preservativo con la boca en un plátano de madera. Anna, que lo máximo que había visto en su casa eran los besos que se daba su hermana mayor con su novio, flipó.

– Y yo ya te he dicho que ni tú ni tu familia sois un centro de caridad. Tengo trabajo y un sueldo. – Resopla y se sienta al lado de su amiga de nuevo,

– Un sueldo que nunca es fijo y que te mete en apuros cada dos por tres. Annie, sé que trabajar para Vowe es mucho prestigio, pero las maquilladoras no estáis reconocidas como os merecéis. Y si la Vowe de los cojones no te paga lo suficiente como para vivir tranquila, tal vez deberías investigar otros destinos.

Casandra mira con preocupación a su amiga, sabe que es el trabajo de sus sueños, pero también sabe, que su amiga tiene talento de sobras como para hacer algo más grande que maquillar influencers de moda.

Prohibido Enamorarse (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora