1

13 0 0
                                    

Era miércoles por la mañana. Yo tomaba mi desayuno, adormecida y algo malhumorada pues no había dormido muy bien la noche anterior gracias al dolor provocado por mis cálculos renales. Mi mamá bailaba al ritmo de una canción de Elvis mientras hablaba y nos preparaba la merienda a mi hermano mayor y a mi. Hablaban acerca de algo, pero yo realmente no les preste atención hasta que fijaron sus ojos en mi.

-- ¿Ya ves? --Dijo mi mamá mientras me miraba expectante con su mirada grisácea.

-- ¿Uh? --Pregunté. Mi hermano rió y mi mamá hizo un gesto con la boca-- Lo siento, no he podido dormir muy bien.

-- Vaya que lo sé, te estuve escuchando durante toda la noche. ¿Acaso tenías visita? --Dijo mi hermano mientras reía, insinuando que estaba con alguien en mi habitación.

-- ¡Lucas!

-- ¿Que? Es posible.

-- Idiota --Murmuré.

Mi mamá hizo caso omiso de los comentarios de mi fastidioso hermano, y me dio un te.

-- Tómalo cariño. Tiene una que otra cosilla que evitarán que te duelan los riñones un par de horas.

-- Gracias mamá --Le dediqué una media sonrisa, evitando un gesto de asco por el olor que emanaba de mi te. Sonaba como un cliché, pues esto segura estoy lo dice todo el mundo, pero mi mamá era la mejor madre del mundo. Durante todos mis 17 años se había encargado de hacernos lo más feliz que fuera posible a mi hermano y a mi, y nunca nos había faltado nada, incluso luego del fallecimiento de mi padre, y lo último que haría en el mundo por lo tanto, sería herir sus sentimientos-- ¿De verdad tengo que ir hoy al recorrido?

-- Si, Miranda. Estuve hablando con tu profesor y me ha dicho que muchas cosas de su examen final tratarán de cosas situadas en el museo.

-- Pero puedo visitar la página del museo por Internet. De verdad me apetece quedarme en cama por el día de hoy --Mire a mi mamá sacando un poco mi puchero y moviendo mis pestañas más de la cuenta. De pequeña siempre funcionaba, pero esta vez terminamos riendo ambas.

-- Es mejor que vayas, hija. De verdad.

Resoplé fastidiada.

-- Mamá --Se quejó mi hermano, haciendo una muy mala actuación-- Me duele mucho el estómago.

-- Buen intento. Al insti ya.

Yo me quedé mirando a mi hermano mientras aún seguía haciendo muecas y gestos demasiado exagerados, intentaba contener la risa, y notaba que él hacía lo mismo. Luego nos miramos y ambos estallamos a carcajadas.

--¿Estás estreñido? Ya madura --Reí-- Se supone que eres mi hermano mayor y debes dar el ejemplo.

--Soy el que hace interesante a esta familia. ¿A que si jefa? Nos vemos ahora --Dijo mientras le daba un beso a nuestra madre en una mejilla.

Mamá se limitó a reír, por lo contrario, yo obviamente debía hacer un chiste sobre ello. Era mi deber de hermana.

--Claro que si, ¿cómo no seríamos interesantes con una mascota como tu?

--¡Luego si hago bromas sobre ti no te vayas a ofender eh!

--Adiós mamá --Le di un beso en la mejilla.

--Si te sientes mal, me repicas y te voy a buscar enseguida, ¿está bien? Te quiero.

--Bien. Te quiero.

Tomé mi merienda y la puse dentro de mi mochila. Era un fastidio ir a la secundaria, pero por lo menos, allí estaban tres de las personas que conocía que se me hacían interesantes para el momento, y no era un día común de escuela, sino que íbamos más bien a una excursión, por así llamarla.

Caminé las tres cuadras que separan mi hogar de el Instituto donde había estudiado desde que tengo memoria, y me senté a esperar el bus en el que iríamos al museo. Siempre había sido tímida con respecto a las personas del exterior. Con esto me refiero a personas que no fueran mi madre, Lucas, mi padre o alguno de mis abuelos, así que prácticamente no tenía amigos, y no, no es necesario que se compadezcan de mi. Yo era feliz así, disfrutaba de mi soledad, y vivía tranquila así. Claro, tampoco era asocial. Contaba exactamente con dos amigos en el Instituto: Ryan Watson, con quien había congeniado desde el preescolar, y no, no porque tuviéramos esa "conexión especial", ni porque como todos al principio suponían, había pasado algo entre nosotros. Más bien era gay, y la única persona que sabía todo sobre mi. Y el señor Ellis.

O bueno, realmente no sabia si este contaba como tal como un amigo.

Primero, el era mi profesor de artes y psicología desde que entre a secundaria, así que nos conocíamos desde hace muchos años atrás. Él era 10 años mayor que yo. Ya sé, suena como una cifra elevada, pero no parecía ser así. Lo interesante de Thomas Ellis era que podía hablar sobre todos los temas que quisiera con el, y jamás nos aburríamos. Mientras hablábamos se sentía como si hubiera una atmósfera sólo entre el y yo. Y me hacía sentir bien, especial.

Si. Esto quiere decir que tenía un crush con mi profesor de artes. Pero el estaba casado, y era diez años mayor que yo, y como lo dije, era mi profesor de artes. No podía pasar nada entre nosotros. Claro que ya anteriormente habían pasado cosas, pero si nadie lo sabia, nunca había sucedido.

--Señorita Scott.

Pegue un brinco del susto. Hablando del rey de Roma.

Me levanté del suelo.

--Ho-Hola señor Ellis.

El rió. Menudo momento para empezar a tartamudear.

Me quedé perdida por unos segundos en su perfecta dentadura y sus hoyuelos marcados.

--Sabes que puedes llamarme Thomas.

--Claro que se que puedo hacerlo, pero aquí sería...¿mal visto?

Lo mire directamente hacia los ojos. De azul a chocolate, mientras acomodaba mi cabello y mordía sin pensarlo mi labio inferior. Note lo que estaba haciendo, y como las pupilas de mi profesor se dilataban. Inmediatamente sentí como mis mejillas tomaban color. Él rió nuevamente.

--Podría ser. Pero te aseguro, Miranda, que tu y yo podríamos hacer cosas que se verían mucho peor, y por eso no dejarían de ser buenas; aunque bueno, ya eso lo sabes.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 27, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Síndrome de Estocolmo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora