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Viste el arca que construí con tus besos
en aquella playa, a la deriva de tus labios,
y mis manos, a la vez, surcaban tu cuerpo
como un velero sobre la mar;
recorriendo mis dedos, una y otra vez,
tu espalda desnuda.

Una repetición de caricias suaves
haciendo de las manos unas maestras
que consiguen enseñar erizar a la piel,
dejando dormidas esas suaves caricias;
que despiertan tras terminar de recorrer
el cuerpo para enloquecer.

Y los besos, ¡qué besos!
no había besos más tiernos que aquellos
que dejaban buen sabor de boca;
y al contacto de esos labios
dejaba constancia en los míos
tras dejarme sin respiro.

Engánchate a mis ojos,
quiero que te quedes en mi pupila
y le des brillo a mi iris,
que te recuestes en mis cuencas
para arroparte con mis párpados
y besarte con mis pestañas.

Resguárdate en mi cuello,
hunde contra él tu rostro
y dame besos, muchos besos,
llénalo para que no quede espacio
entre mi cuello y tus labios.

Y hacer sonoros los besos
que se convierten en poemarios
sobre el lienzo humano.

Luces PoéticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora