Reencuentro y verdad PT.1

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Ahora que ya he relatado todo mi pasado reciente para que mi situación actual pueda entenderse y he dejado constancia de él en este documento —que no escribo para nadie en especial, sino para desahogarme—, voy a continuar y dar por finalizado lo que pasó el resto del día, ahora ya de noche.

Luego de que recibiera la carta donde se me avisaba sobre Rada, como dije, durante el desayuno, y sentirme contrariado por no esperarme una situación así, recibí un llamado de mi trabajo pidiéndome que fuera a la oficina en ese momento. Yo dirijo un compañía textil en Manchester la cual puse en pie, evidentemente, con el dinero de la herencia, y como soy el jefe mi vida laboral es muy ardua. Tenía que ir sí o sí, a pesar de que con todo aquel asunto se me habían ido hasta las ganas de comer, así que de mala gana bajé al garaje y subí a mi auto. Estaba abriéndose el portón de la entrada cuando vi a Rada sentado en un banco del parque frente al edificio donde yo vivo.

Casi me paralicé de la impresión. No me esperaba en absoluto verlo instantes después de leer la carta aquella, pero entonces até cabos y entendí que había sido él mismo quien había pasado la correspondencia bajo mi puerta. Lo que me inquietaba era cómo me había encontrado, puesto que yo me había mudado de Whitley Bay a Manchester sin dejar rastro luego de su condena y jamás había ido a verlo a la cárcel.

Traté de no parecer un idiota ahí metido en el auto sin encenderlo y con el portón abierto, así que salí a la calle mientras lo veía por el retrovisor. Él se dio cuenta y comenzó a mirarme también. Me concentré en conducir y pronto estuve en la avenida camino a la oficina, un poco más calmado, a pesar de que estaba con las manos temblando.

No podía sacar la imagen de Rada de mi cabeza. No estaba como antes. No se veía más viejo, pero sí más amargado, podría decirse que curtido por la vida. Tenía el pelo más corto y se vestía diferente; llevaba tenis y un sweater, supongo yo que porque en la cárcel no hay mucho márgen para vestirse elegante. El efecto de su mirada seguía igual. Me había hecho sentir como antes, como si intentara disecarme con los ojos.

En el trabajo logré quitarme de encima los asuntos laborales en menos de dos horas, en las cuales sólo me dediqué a pensar técnicas de autocontrol para salir airoso del inevitable encuentro con Rada. Yo sabía que en la práctica jamás funcionarían mis estrategias; sólo me autoengañaba imaginando situaciones donde mantenía el temple ante cualquier ataque de él. Ingenuamente eso me hacía sentir más valiente y confiado, y para cuando volví a casa tenía la mente despejada de cualquier preocupación.

Rada efectivamente seguía ahí para cuando llegué, sentado en el banco del parque. Entré con el auto al garaje y luego volví a salir al portón. Lo saludé con un movimiento de cabeza, pero él no se molestó en devolverme por respuesta más que un fruncimiento de labios. Me impacienté rápidamente y me dieron ganas de cruzar la calle a enfrentarlo de inmediato, pero como a la vez deseaba mantener la calma, acabé diciéndome a mí mismo que no fuera tan idiota para alterarme con solamente verlo. Aunque claramente sí me alteraba y más de lo que yo mismo me daba cuenta. Me había puesto mal y quería golpear algo, morder algo, a la vez que mis nervios luchaban por sofocarse a sí mismos. Todas mis sensaciones eran contradictorias. Nunca había estado tan confundido en la vida.

Para paliar un poco mis emociones me metí al edificio sin dejar de mirarlo y justo cuando pasé por la puerta lo vi ponerse de pie y cruzar la calle. En segundos estuvo en la entrada. Le dije a la empleada de la recepción que el hombre que estaba en la puerta venía conmigo y luego subí a mi piso a esperarlo. Minutos después me encontraba yo con la cabeza asomada afuera de la puerta de mi apartamento, mirando el ascensor al final del pasillo. Cuando por fin se encendió la luz sobre la puerta, indicando que alguien estaba subiendo, me puse más ansioso que antes. Me acomodé bien los cordones de los zapatos y me mentalicé para estar tranquilo. <<Sólo lo veré ésta vez y luego acabará>> me dije. Hablaríamos de frente, como hombres, y ya no sería necesario tratarnos de nuevo. Quería realmente creer en mis palabras, pero yo, siempre pesimista, no estimaba poder salir entero de aquella visita.

Dos pobres bastardosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora