Una vida, un amor y una despedida sufrida.

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Basada e inspirada en la sonata "historia de amor" de Beethoven.

Adeline, la condesa, caminó despacio, retrasando su llegada, sintiendo el temblor de sus piernas con cada paso que daba por el largo pasillo con dirección al despacho de su marido.

Una de sus doncellas le había manifestado que el conde de Albemarle requería su presencia cuanto antes, no anunció el motivo, ni mucho menos el animo de su señor.

La vida junto al conde jamás fue fácil y mucho menos color de rosa, al contrario, estuvo llena de mentiras, de soledad, de vacío, de insuficiencia tanto emocional cómo marital.

La condesa, desesperada por cumplir con cada aspecto del matrimonio hizo lo inalcanzable para que funcionara y de ello no obtuvo un resultado favorable. Concibió a un hijo, creyendo que de ese modo obtendría la devoción del conde; pero ésta nunca se vio reflejada hacia ella.

Y después del tiempo, cansada de luchar por algo que jamás sería suyo se rindió, ya no le importaba si su marido pasaba la noche en casa, si la miraba o no, si le hablaba o no..., pasó de ser el amor de su vida a la realidad, un extraño con complicidad.

Dos jovenes que dicen estar enamorados, obligados a casarse por conveniencia y que jamás logran coincidir en el amor terminan convirtiendose, con el pasar de los años, en lo predecible: un matrimonio construido a base de mentiras.

Alisó con sus manos su nuevo vestido color beige, en señal de nerviosismo, el cual había sido un regalo de su esposo. Suspiró mientras cerraba los ojos, no deseaba entrar y menos mirarle porque por mas indiferencia que procuraba mostrar el amor que aún sentía por él se resquebrajaba poco a poco, sin embargo, levantó el mentón con orgullo; ocultando cualquier rastro de sentimentalismo, se mantuvo recta y abrió la puerta.

El conde permanecía sentado tras la gran mesa de madera fina que tenía por escritorio, llevaba el cabello rubio superficialmente despeinado, la mirada fija en el ventanal que mostraba la amplitud de sus tierras y, por ultimo, en su mano un vaso con whisky a medio beber. Lucia desecho, cómo si hace días no durmiera o algo lo agobiara.

--Toma asiento, querida.-- Murmuró sin mirarla.

--Preferiría quedarme de pie, si no te molesta.-- Farfulló y agregó:-- ¿A qué debo el honor de la presencia de mi querido esposo?

El conde entrecerró los ojos mirandola por primera vez, contuvo la respiración y habló:-- Oh vamos, cariño, no debes fingir que te agrada estar frente a mí, no hace falta el sarcasmo.

--¿Entonces cual es el motivo de tu llamado? Si no es nada importante bien podías mandar el recado con la doncella.-- Se apresuró a decir ella.

--Mi recado no podía saberlo el servicio, no soportaría las habladurías en mi propia casa y menos si es mi mujer el tema central.-- Contesta tomando del vaso.

--¿De qué hablas?-- pregunta enderezandose un poco más.

--Adeline, tú sabes muy bien de que hablo, lo sé todo. Tu engaño. Ahora entiendo tu mirar, tu rendición ante este amor que una vez quisiste ganar...-- El conde deja la frase en el aire, se levanta, se acerca al ventanal y deja la mirada perdida.

La condesa respira estupefacta, abre los ojos asombrada, su marido ha descubierto su secreto, su traicción; producto de la engañosa y astuta soledad, acompañante de las desdichas de la vida, la devastación, la desesperación y la resignación del amor que su marido le negó.

Amor no permitido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora