Todos tenemos una rutina. Nuestra vida comienza con el metro y acaba con él. Inicia en Indios Verdes, termina en Barranca del Muerto y así. Existen tantos espacios vacíos, tantos túneles y pasadizos que dormir ahí no nos pone nerviosos ni alertas, además nuestra presencia en muchas ocasiones es deliberadamente ignorada por los guardias temerosos y mareados por las horas de insomnio.
Nací en Garibaldi, mi llegada fue anunciada por mariachis entusiastas, gordos y sonrientes, solo vi las luces y mi madre me puso en su espalda y me cargo con rumbo a una nueva estación. Mamá dijo que no era de extrañarse que viviéramos en el metro, ya que mucha gente se la vive aquí: come aquí, duerme aquí, se enamora, se desenamora, se reproduce, se gana la vida, la pierde... todo gira alrededor de los gusanos naranjas.
Las líneas amarillas no se cruzan, aunque se te haya caído la torta, la pelota, el reproductor mp3 o, aunque los de atrás empujen desconsideradamente -abre bien las piernas, flexiona las rodillas y empuja del lado contrario-. Entra con fiereza y rapidez, toma consideración por ancianos y madres, a los demás tómales por bulto y presiona, la puerta cerrará, los cuerpos se comprimirán, una vez arriba ya no te bajarán, y si lo hacen una vez lo harán muchas más veces.
Cuando vas a bajar de la estación estate consciente de que debes de acercarte a la salida con anticipación, pide permiso como mera formalidad, empuja con el hombro y ábrete paso sin chistar, ya en la puerta cuando la gente se aglutine para entrar, mantén tus extremidades apretadas y aviéntate con la idea de estar protegiendo tu vida, si te caes no te levantan, pueden pisarte, puedes caer entre el andén y el metro, ¡imagínate! si te pisan en esa posición... mantén esa idea mientras empujas, en lo que te acostumbras a hacerlo como si de una actitud innata se tratara.
El vagón de mujeres es más peligroso que el de los hombres. Presta atención en las estaciones, pero si no lo haces no hay mayor problema, vuelve por donde viniste, lee con detenimiento el mapa, sube de vuelta, empuja con tu alma, ¡empuja! y no permitas que te jalen, recuerda, a partir de las doce no hay transbordes.
Los policías solo sirven de mirones, no pueden más que observar y hacer uso de presencia. No consumas líquidos media hora antes de la hora pico, no confíes en la rapidez de un gusano anaranjado solo porque nada se le interpone en su camino, puede averiarse con la lluvia, pudo un incauto haber aventado una lata a las vías, una mochila, una caja de cartón... una persona, toma tus precauciones, entre otras cosas.
Mamá vendía chicles, chocolates y libros de bolsillo de superación personal. Mi tío le dijo que los de superación personal no dejaban como las novelitas eróticas, pero a mi mamá se le hacía que venderlos en mi presencia era realmente inadecuado. Entre semana lo que más se vendía era lo comestible, las ofertas eran buenas y las personas venían realmente ansiosas, los fines de semana los libros hacían uso de presencia y la gente que, con menos gente empujándole, podía pensar un poco más en su futuro y menos en como permanecer con la mano sujeta el tubo mientras la axila de un individuo le acojina el rostro. Por largo tiempo me trajo en sus espaldas obteniendo buenas ventas y disfrutando de juegos nocturnos con su nuevo juguete con vida, al cual arrullaba y acicalaba con especial cuidado.
Aprendí a caminar en los fines de semana, en los horarios tranquilos, mi madre tenía precaución de mantenerme muy lejos de las vías, los peligros acechaban en todas partes, muchas veces tuvo que correr empujando a la gente porque la ola humana me estaba llevando con ellos, lograba recuperarme y me llevaba al campamento a revisar que no me hubieran hecho daño.
Se puede aprender mucho del mundo en del metro, decía mi madre, aprendes de todo sin salir de aquí, hasta a nadar.
Todavía recuerdo cuando aprendí a nadar por la fuerza, apenas había cumplido los 3 años cuando tuve mi primera inundación, afuera estaba cayendo un diluvio y el agua comenzó a filtrarse en las estaciones. Recuerdo como empezaron a evacuar a la gente mientras el agua estaba llegando a tope. Había un caos tremendo, los humanos que no habían logrado salir se amontonaban y luchaban para escapar por las escaleras, un esfuerzo en vano porque de todos modos no podían subir tan fácilmente porque algunos humanos egoístas habían entorpecido el paso al no querer salir de la estación, ya que afuera también estaba inundado y se rehusaban a mojarse.

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Bestiario Mitológico del Metro del Distrito Federal
Viễn tưởnguna historia de realismo fantástico inspirada en mis escritores favoritos, Isabel Allende, Carlos Fuentes y Laura Esquivel, sobre criaturas, fantasmas, monstruos y demonios que se me venían a la mente cuando cruzaba el metro. He de decir que teng...