Capitulo 3: Una noche en el museo

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Samuel le miró con una sonrisa ladeada mientras alzaba una ceja.

  —¿Y qué estás esperando? Corre y ve ahora— le dijo con unas suaves carcajadas por ver a su hermana mayor con tanta emoción, siempre había sido una chica con un entusiasmo contagioso aún cuando refutaba a muerte que eso no era así-

—¿De verdad? pero ¿cómo volverás a casa?— preguntó mirandole algo preocupada, tenía ese instinto materno tan arraigado que le preocupaba que su hermano pequeño se devolviera a casa solo aunque ya este no fuese un niño pequeño. 

  —Oh, boba, ya no tengo seis años— respondió cerrando sus ojos por unos momentos mientras negaba con la cabeza por la preocupación de  Erica—. Voy a llamar a Eddie para ir a su casa un rato y jugar, no te preocupes por mí.

  — Está bien, pero no olvides decirle a mamá—respondió más aliviada regalandole una inmensa sonrisa y acercándose a él para darle un abrazo de despedida— . Te quiero mucho, Samuel, cuídate. Y comprate algo para que coman en casa de Eddie— concluyó dejandole algo de dinero en la mano.

Luego de tomar su pequeño cupcake, la chica salió de la tienda y tomó el subterráneo hacia el museo de historia natural. Mientras le pegaba una mordida a su panquécillo ella miraba a la gente a su al rededor, no era hora pico, así que estaba con poca gente rodeandole. Un padre con su hijo estaban sentados frente a ella y el bebé le miraba mucho, más específicamente a su pequeño postre; hubiese pensado en dárselo, pero, sabía que el adulto que iba con él podría ver aquello de modo extraño. El tren llegó a su estación y ella solo le regaló una pequeña sonrisa al pequeño antes de bajarse.

Al estar frente al museo la chica admiró la estructura del recinto con una mirada de descubrimiento, semejante a cuando le enseñas a un niño algo nuevo, que para cualquiera podría parecer común, pero para este es como el más grande tesoro recién encontrado. Suspiró entrando en el lugar notando el enorme recibidor; quedó impresionada por el enorme fósil de dinosaurio que estaba ahí en la entrada, cada cosa de ahí podía despertar su curiosidad en un dos por tres, se sentía en un ambiente agradable, lleno de cosas nuevas por descubrir. 

La muchacha sonrió a la nada y después buscó con la mirada a sus al rededores, logró dar con un galante jóven que estaba escuchando a unas señoras y después apuntando con su dedo cómo si les señalase un camino a quién sabe qué lugar, eso era lo que buscaba. Se acercó alegremente hacia el chico cuando las señoras se fueron por el rumbo que él había indicado y entonces le sonrió cuando él dirigió su mirada hacia ella. 

 —Hola, chico. Oye, disculpa ¿podrías indicarme cómo llego hasta esta exposición?— le preguntó sacando el folleto que su hermano le había conseguido, y mostrándoselo al joven. 

—Ah, la nueva exposición egipcia. Con gusto te indico donde queda, si quieres puedo llevarte—respondió con una sonrisa, para después extenderle la mano a modo de presentación—. Mi nombre es Albert.

—Mucho gusto, Albert, yo soy Erica; y estaría encantada de que me acompañaras. 

El muchacho le indicó que le siguiera y ella lo hizo confiando en que la llevaría a aquella nueva exhibición que la llenaba tanto de curiosidad. Ella analizó al chico mientras caminaba, tenía unos veintitrés años, quizás un poco más, pudo contar un mínimo de cinco tatuajes en su cuerpo, aunque quién sabe si escondería otros más debajo de su ropa, parecía tener el cabello teñido, el color castaño rojizo que cargaba le quedaba espectacular pero dudaba que fuese natural. Así pasó el rato y se vio en la sala de los faraones en menos de lo que ella esperaba. 

 Observó todo el sitio totalmente maravillada, todo lucía precioso y como si tuviese miles de años de antigüedad. El joven Albert le explicó unas cuantas cosas del tour común que se le daba a los visitantes, como ciertas leyendas de la tabla de Ahkmenrah y algunas cosas sobre el corto pero excelente reinado de dicho faraón. Cuando el tour básico hubo terminado, la joven castaña habló con el chico que la había acompañado, le pidió autorización de quedarse ahí unas horas para poder seguir realizando su trabajo escolar. Él accedió a ello y además le consiguió una silla para que estuviese cómoda.  

Antes de sentarse a estudiar la jovencilla se paseó un poco por el área, admiró en silencio cada una de las exhibiciones que había por el lugar, ignorando a los demás visitantes del museo que pasaban a mirar y se iban a los pocos minutos. Al terminar ahí se sentó tranquilamente y sacó unas cuantas hojas y un lápiz de su mochila, tomando su celular para conectarse a la red y volver a la página donde estaba investigando lo de Ahkemenrah. 

Sonaría ilógico pero, en ese momento, sintió que todo se hacía más claro, las cosas fluían mejor en su cabeza, todo llegaba a ser más claro de pronto, su mano empezó a escribir gracias al grafito del lápiz que sostenía entre sus delicados dedos, sin poder parar a partir de aquel momento. Su idea de qué, como estaría en un ambiente que se relacionaba al 90% sobre su tema a escribir, se sentiría más familiarizada con el tema y todo se le haría más sencillo, en realidad parecía estar realmente funcionando. Sonaría estúpido pero hasta lo sentía como algo mágico.



Era ya tarde, podía ver la luz del ocaso atravesar los ventanales, quedando un brillo rojizo en el suelo de dicho lugar, ya la gente casi no estaba pasando, el museo seguramente cerraría pronto. Pero en Erica había surgido una gran curiosidad desde hace un buen rato, estaba matándola por dentro. Quería abrir la tumba, quería ver lo que había allí. Sabía que seguramente solo encontraría una figura de cera bien elaborada pero ¡Es que tenía tantas ganas de verlo! Algo la estaba llamando desde hacía un buen rato. Se levantó y caminó despacio, como si lentamente contara sus pasos a la luz de la puesta de sol. Se detuvo tranquilamente al pié del imponente sarcófago y sintió un escalofrío recorrer su espinaso, ¿Lo haría o no? ¿A caso estaba loca? O quizás solo fuera que tanto tiempo viviendo con sus hermanos le había contagiado la estupidez. 

Miró a ambos lados para poder asegurarse de que nadie viniera y la descubriera en aquella locura. Se colocó cuidadosamente a un costado y abrió con mucha cautela. Lo que vió la dejó confundida, sintió una extraña sensación en su pecho, no pudo pensar con claridad y quedó pasmada. Aquella figura de cera lucía como si una persona real yaciera en aquel ataúd recubierto de oro y joyas, parecía una persona completamente real, que solo estaba tomando una placida siesta. Debía reconocerlo, las personas que habían creado aquella obra de arte merecerían un premio, o al menos eso creía Erica.

Pero entonces algo la sacó de su trance: pasos. Pasos que se aproximaban hacia ella. La invadió el pánico y cerró el ataúd como pudo, así que corrió hacia donde estaba sentada y fingió que seguía escribiendo, pero claro que estaba hasta temblando de los nervios. 

—¿Erica?

—¿Eh?—dijo algo confundida al oír una voz que no reconoció al primer instante. Por ello le pareció extraño, ya que preguntó por su nombre. Pero al girar la mirada pudo sonreír al notar que solo se trataba de aquel chico de cabello rojizo de nombre Albert—. Oh, hola otra vez, Albert.

—Hola—respondió sonriente aunque algo apenado—. Oye, disculpa que te moleste, pero es que el museo ya va a cerrar.

—Ya veo. No importa, de todos modos ya era tiempo de que fuera a casa—respondió tranquilamente mientras empezaba a recoger sus cosas. Suspiró y se puso de pié para comenzar a caminar junto a Albert hacia la salida. 

—Entonces... ¿Sí pudiste hacer lo que querías?—preguntó aquel joven de los tatuajes, lleno de curiosidad.

—Por su puesto, gracias por ser tan amable conmigo—respondió ella.

—Oh, no es nada, puedes volver siempre que quieras, solo búscame y estaré allí para lo que desees—le dijo con una esplendida sonrisa, solo entonces Erica notó un pearcing en el labio inferior del chico. Se sintió algo tonta por no haberlo notado antes.

—De nuevo gracias, eres encantador—ella también sonrió.

—Entonces ¿te veré pronto?—preguntó sin querer mirarla, solo mirando hacia el camino en el que iban para llegar a la salida.

—Es lo más probable, Al—respondió con voz cantarina.

La  chica se despidió del mayor tranquilamente y luego salió del museo para dirigirse directo a su casa. Al llegar vió a los trillisos jugando con las cartas de poquer, apostaban estúpidamente pero al menos no estaban peleando, eso le gustaba, verlos convivir tan pacíficamente no era algo muy común. Luego de saludarlos y joderlos un rato, se dedicó a buscar al pequeño Sam, quería contarle cómo la había pasado. Lo encontró en su habitación y, luego de que él le contara cómo había pasado la tarde en casa de su querido amigo Eddie, empezó a contarle todo, desde su primer encuentro con Albert, hasta su pequeña locura con el sarcófago. 

—¡No puedo creer que de verdad abrieras la tumba!—exclamó emocionado por completo al escucharle decir aquello, él más que nadie sabía que Erica no era el tipo de chicas que hacían locuras así, por ello eso le sorprendió mucho.

Shh, baja la voz, si mamá se entera se volverá loca, no puedes decirle a nadie—le dijo dandole un ligero golpe con una almohada.

—Está bien, está bien, no le diré a nadie—respondió fingiendo extremo dolor ante aquel golpe. Solo observó cómo Erica se recostaba mejor en la cama y suspiraba, se notaba que estaba planeando algo extraño.

—Mañana iré de nuevo—declaró mordiendo su labio inferior como niño que quiere hacer una travesura.

—Pero, me dijiste que tu trabajo ya estaba listo—replicó el ojiverde cruzandose de brazos ante lo dicho por la muchacha.

—Lo sé, lo sé, pero ya me conoces, quisiera tomar algunas fotografías, para incluirlas en el trabajo. Además... quisiera ver más a fondo el asunto del sarcófago y esas cosas, no puedo creer que ese muñeco de cera se vea tan real—pronunció emocionada de solo pensarlo.

—Ajá pero, ¿cómo piensas hacerlo? hoy tuviste suerte de que no te descubrieran pero mañana quizás no sea igual, la gente siempre pasa o los guardias de seguridad—refutó él, alzando una ceja sin estar convencido para nada del plan de su hermana, al menos no aún.

—Oh hermanito... Sucede qué, no lo haré de día—respondió con una sonrisa algo pícara, esa sonrisa que siempre ponía cuando tenía un plan que usualmente terminaba en un desastre y metía en problemas a ella y a Sam, o a alguno de los trillisos.

—No querrás decir que...—preguntó algo aterrado de solo pensar las miles de ideas locas y posiblemente desastrosas que se le podrían ocurrir a su alocada hermana mayor.

—Pasaré la noche en el museo.



Only in the nightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora