03 - Final hospitalaria

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Comienza el entretiempo.

Ana, Jero y yo salimos al patio delantero de la casa. Eran la una menos cuarto de la tarde, y el silencio reinaba en todo el barrio. No había sonido de pájaros, no había viento, ni el ruido de las hojas de los árboles chocando entre sí. En la distancia, algún conductor de auto aceleraba cambiando de velocidades descuidadamente.

Jero respiró el aire fresco mientras Ana me observó con el rostro más desesperanzador que había visto en ella desde que la conocía. Desde la calle del frente, Don Julio, el tipo más mala onda y desagradable que vivía en la cuadra, lanzó un saludo desganado. Los demás vecinos también salían a la vereda, pero nadie hablaba, todos observaban al cielo y se notaban reflexivos.

No solo perdíamos uno a cero, la luz acababa de cortarse. Uno pensaría "bueno, es temporal, es un corte de unos minutos justo en el entretiempo, para que todos pudiésemos seguir viendo el partido", pero no. El servicio de energía eléctrica no respondía y no había esperanza de poder seguir viendo la final.

– ¿Radio? – preguntó Ana.

– Nada, tampoco tienen electricidad, – respondí – no se escucha nada

– ¿Los vecinos? – volvió a preguntar.

– ¿A vos que te parece? – respondí con un toque de sarcasmo. La respuesta era obvia.

– ¿No hay escuelas, hospitales, bares donde podamos ver el partido?

Todos en Puerto Canteras saben que la calidad del servicio eléctrico es malísima, por lo tanto, alguien tenía que tener algún plan B, alguien que necesitara electricidad si o si todo el tiempo, alguien que necesitara tener a sus pacientes vivos porque su soporte vital va enchufado y sin electricidad se mueren.

– ¡El hospital! – exclamó Jero – Tenemos que llegar al hospital lo antes posible.

– ¿Estás loco? – En el hospital hay personas durmiendo, no se puede hacer ruido ni nada por el estilo, ¿Vos crees que nos van a dejar entrar, así como así? ¿Y encima a ver el partido?

– No sé qué van a hacer ustedes, – nos miramos con Ana – Pero yo voy a terminar de ver el partido como sea.

El viejo Julio miraba desde la otra vereda, chusma como el mismo.

– ¡Vamos, chicos! – volvió a hablar Jero – ¡Subamos al auto y vámonos, no sean pajeros, que es la final!

Sin pensarlo, como estábamos, yo prácticamente en pijamas y los otros dos lo más crotos que podían, nos subimos al auto de Jero y empezó a manejar a toda velocidad hacia el hospital.

"¿Dónde van?", llegó a gritar el viejo metido ese justo antes de que Jero, acelerando, nos enterrara en los asientos.

Minuto tres del entretiempo.

Jero aceleraba por calles urbanas, sin importarle nada. Podía atropellar un gato, un perro, un humano, pero iba como si fuera el fin del mundo. Normalmente lo hubiera retado, hasta hubiera hecho un drama digno de un Oscar, pero era el mundial, y era la final, y estábamos en esa final. No tenía mucha esperanza de poder seguir viendo el partido, pero lo dejé que siguiera con su locura, después de todo no perdía nada por intentarlo.

Minuto seis del entretiempo.

Jero aterrizó a media cuadra del hospital. Ni siquiera se molestó en estacionar correctamente, se paró en doble fila, dejó las balizas prendidas y el auto abierto. La gente corría hacia el hospital desde todas las direcciones, como una especie de apocalipsis zombie. Obviamente no éramos los únicos que nos habíamos avivado.

#CheMundial - MicrorrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora