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Se despertó y abrió los ojos lentamente, tratando de alejar los rastros del sueño que aún permanecían en su cuerpo.
Se levantó, y con pasos soñolientos se dirigió al baño. Cogió agua en sus manos y la esparció en su rostro. Estaba fría. Levantó la cabeza y vio su rostro reflejado en ella. De manera indiferente hacía  la persona que la miraba a la expectativa, se giró y continuó con su rutina.
Salió de su casa, saludó con un movimiento de cabeza al vecino que le regresó el gesto, y siguió andando hasta la oficina en dónde trabajaba las siguientes ocho horas de su día. No estaba mal, jamás hablaba con nadie, durante los almuerzos se limitaba a comer en el mismo lugar únicamente cambiando de posición. A veces las personas que no estaban a su alrededor trataban de dirigirle la palabra, pero ella siempre respondía de forma educada y cortante. Las sonrisas, simplemente no podía regresarlas, a veces sólo le salía una pequeña curvatura en las comisuras de los labios, una mueca, nadie se referiría a eso como una sonrisa.
Al terminar la jornada suspiró, tomó sus cosas, se colocó su abrigo y salió abriendo su paraguas. Camino sin observar nada realmente, pasando desapercibida ante todos, como si no quisiera estar ahí. Como si no existiera.
Sucedía siempre, día tras día, con la misma hora, lo único diferente eran los días. Las rutinas le sentaban bien, le daban un reconfortante sentimiento de seguridad.

***

Aquella mañana, sus párpados se sentían más pesados de lo normal. Al levantarse se dio cuenta que sentía algunos músculos doloridos. Frunció el ceño, jamás hacía nada que implicara algún esfuerzo físico, ¿había hecho ejercicio el día anterior? Intentó con todas sus fuerzas recordar algo, pero ni siquiera imágenes borrosas que parecieran de alguna forma recuerdos aparecieron ahí.
Un escalofrío le recorrió al no recordar nada después de la oficina, ni siquiera el viaje de regreso a casa. Esto la llevó a pensar en cualquiera de las otras tardes, pero al ver que tampoco tenía recuerdos, decidió que lo mejor sería no preocuparse por eso. Camino sigilosamente hasta el cuarto de baño. Abrió uno de los cajones donde guardaba medicina y se tragó un par de pastillas para la ansiedad
Decidió que lo mejor sería tomar una ducha y pensar en alguna otra cosa, o no pensar en absolutamente nada. El agua caliente le relajó los músculos y respiró más tranquilamente al sentir que volvía a su estado neutral hasta que su mano encontró el origen de su dolor por la mañana. Al bajar la mirada notó que varias cadenas de moretones se esparcían por sus brazos, cintura y piernas. Abrió aún más los ojos con algo de sorpresa. ¿Cayó de
algún lugar?, probablemente.

Dio otro suspiro entrecortado antes de terminar y salir de la ducha. Procuro cubrir cada una de las marcas que le abrazaban el cuerpo. Tal vez si no las veía, podría imaginar que no estaban ahí. Nadie las notaría, ni siquiera ella, y podría convencerse de que jamás sucedió, que no existían. Sólo debía ignorarlas.
Su día transcurrió como cualquier otro, y afortunadamente el trabajo la hizo olvidarse por completo de su mañana.
Al llegar a la salida, recordó que había olvidado su abrigo por lo que volvió a su sitio por él. Al localizarlo lo levantó, pero algo al lado de su computador llamó su atención. Había una nota, naranja brillante, diferente a los colores que solía usar en sus recordatorios para el trabajo. Se detuvo a ver qué decía.
         Te espero, en el mismo lugar, a la misma hora.
S.
Tomó la nota en sus manos y recorrió con movimientos lentos la caligrafía. Era pulcra, con trazos limpios. No recordaba haberla visto en algún otro lugar, mucho menos a quién podría pertenecerle. Giró la cabeza para poder visualizar los alrededores, esa nota no podía pertenecerle a ella, seguramente habría algún error.
Suspiró y arrugó la nota para tirarla a la basura restándole importancia, tomó su abrigo y salió.
En el trascurso del camino podía sentir el ambiente diferente. ¿Hacía tanto frío por la mañana?, de nuevo, no podía recordar precisamente qué sentía, pero estaba segura de no haber sentido los mismos escalofríos que le recorrían ahora por la espalda al tener contacto con el gélido aire. Era otoño. El invierno esperaba enviando recordatorios constantes de que se aproximaba, había leído en los periódicos que sería uno de los inviernos más crudos desde hacía años y se esperaban temperaturas terriblemente bajas. Hizo una nota mental para conseguir nuevos abrigos pronto.
Las calles parecían tener un poco más de color, aunque quizá sólo era una alucinación suya. En lugar de los colores sombríos que siempre parecía que le rodeaban ahora parecían gritarle los brillantes colores. Era imposible no darse cuenta de todo aquello, ¿cómo pudo ignorarlo simplemente desde hacía tanto?, no podía hacerlo, era imposible.
Llegó hasta su hogar y preparó una taza de té. La bebió esperando que el calor volviera a su cuerpo mientras observaba la habitación en la que se encontraba, como si fuese la primera vez que se encontrara ahí a pesar de vivir ahí desde hacía años.
Se veía apagado y triste comparado con los vibrantes colores de la ciudad que se encontraba afuera. Recordó de manera borrosa el día en que llegó ahí, jamás había pintado las paredes, lo consideró innecesario dado que sólo pasaría unos pocos meses en ese lugar hasta que pudiese encontrar un departamento aún más cerca del hospital para cuidar la salud de su madre quien murió días después de haber firmado el contrato de un año. El siguiente pretexto para no salir de ahí era el trabajo, no podría conseguir en poco tiempo la gran oferta que le ofrecían en aquel lugar saliendo de ahí, mucho menos teniendo en cuenta la falta de estudios.
Había dejado trunca su educación y vida para dedicarse en cuerpo y alma a cuidar de aquel ser maravilloso que le había dado la vida comenzando a trabajar en todo aquello que podía para financiar los gastos médicos.
Al terminar, dejó la taza en la pequeña pila de trastes sucios y se dispuso a hacer cualquier cosa que le distrajera la mente.
***
Su respiración era agitada y el sudor perlaba su frente. No recordaba haberse quedado dormida, pero el sueño había sido tan vívido que aún lo sentía en la piel.
Un hombre la perseguía, era lo único coherente que podía pensar, pero ¿de quién se trataba?, no recordaba haberle visto el rostro. ¿Era su padre?, en ese caso, no era capaz de recordar verdaderamente cómo eran sus facciones, no podía estar segura de quién era.
Se levantó con cautela y se dirigió a la pequeña cocina por un vaso con agua. En seguida, se dirigió al baño donde se lavó la cara para eliminar los restos de sudor de su frente. Al observarse en el espejo notó que su reflejo tenía una ligera insinuación de ojeras, ¿cuánto tiempo había dormido?, el reloj marcaba las 4:38 de la mañana.
Tenía cerca de dos horas más para dormir si aún lo quería así, por lo que regresó a la cama y se cubrió completamente. Cerró los ojos dudando si era mejor ver de nuevo aquella persona que acechaba desde la penumbra de sus sueños o, como siempre lo hacía, ignorar todo aquello que no fuera parte de lo que conocía como normal y por lo tanto seguro.
Al sonar el despertador lo apagó con un movimiento cansado. No pudo volver a dormir, así que había esperado de manera paciente a que fuera el momento de comenzar con sus labores.
Se dirigía a la puerta cuando el sonido del teléfono la hizo volverse con el ceño fruncido. Estaba absolutamente segura de que no funcionaba desde hacía mucho tiempo, y en cualquier caso, nadie la llamaba jamás, no tenían razones para hacerlo.
Camino hasta el objeto y lo levantó.
--Diga –Su voz sonaba ronca.
--Hera --La voz que se escuchó otro lado de la línea era suave y fuerte a la vez, ¿podía serlo?
--Sí, ella habla.
Se escuchó una risa entre dientes.
--Por supuesto, ¿quién más sería si no? –la risa cesó de pronto.
--¿Quién eres?
Esperaba que el nerviosismo que empezaba a formarse en su estómago no pudiera ser detectado en su voz.
--Eres muy graciosa, –por la forma en que hablaba, no parecía decirlo en serio –después de que no aparecieras  ayer encontré en el cesto mi nota, ¿quieres decirme algo?
Sintió cómo se le erizaba la piel ante esas palabras.
--Disculpa, no sé quién eres, pero no puedo hablar ahora.
Colgó el teléfono antes de que pudiese decir algo quien fuera aquella persona. Tomó de nuevo sus cosas con un muy ligero temblor en las manos. Salió y caminó no sin antes asegurarse de que la puerta estaba perfectamente cerrada con las dos cerraduras que había instalado.
De nuevo, ignoró todo lo que le rodeaba y se concentró únicamente en llegar a su oficina donde tendría el suficiente trabajo como para distraerse durante toda la mañana.
Tomó asiento y saludó a los compañeros que le rodeaban como siempre lo hacía, más por educación que por querer hacerlo.
Sentía como si el cesto de llamase para comprobar si la nota aún permanecía ahí. Giró la cabeza lentamente y miró. La nota seguía ahí, ¿no la había arrugado antes de tirarla?, se acercó para poder observar mejor y pudo notar los pliegues que le había hecho al apretarla entre su mano, aunque ahora estaba completamente extendida, exhibiendo las palabras que habían frecuentado tantas veces su mente desde que las leyó.
--¿Hera?
Se giró sobre sí para mirar a su compañero de trabajo que la miraba con una pequeña sonrisa, tratando de ser cortés.
--No pretendo molestarte, pero por la mañana tuve una llamada de alguien, – hizo una pequeña pausa – no me dijo como se llamaba, pero me dijo que tú sabrías quién era, me pidió que te dijera que debían verse pronto, que era una emergencia  -- giró levemente  los ojos como tratando de recordar, --y que más tarde te haría llegar la dirección por si no la recordabas.
Ella abrió los ojos un poco más de lo normal por la sorpresa, pero asintió.
--Gracias –dudó un poco -- ¿no tienes idea de quién sería o  cómo consiguió tu número?
La sonrisa que había mantenido se crispó un poco y la miró con duda.
--Tú se lo diste. La verdad me sorprendió mucho, sé que hablamos en ocasiones, pero jamás creí que pudieras considerarme como tu amigo –su sonrisa se renovó.
Hera intentó esbozar una pequeña sonrisa, ni siquiera recordaba tener su teléfono, mucho menos haber cruzado más de cinco frases con él.
--Sí, te lo agradezco Marcos.
La sonrisa de él se ensanchó y volvió a su lugar sin darse cuenta del caos interno que había detonado con sus palabras en su compañera de trabajo.
Dedicó toda su concentración a la enorme pila de trabajo que tenía y suplicaba porque desapareciera todo aquello que estaba pasando, necesitaba volver a ignorar todo y a todos, que sus días fueran idénticos al anterior y no tener qué preocuparse por lo que todos se preocupaban. Se regocijaba en el hecho de no tener que pensar mucho en las cosas y que todo su alrededor se tratara de seguridad. Seguridad de que se levantaría siempre a la misma hora, de que trabajaría en el mismo lugar siempre, de que no recordaría sus tardes de lo aburridas que solían ser.
Recibió un llamado de su jefe cuando aún faltaba una hora para poder salir. Caminó hasta a oficina con la esperanza de que le dijera que no podía salir aún, que debía quedarse más tiempo y no tener que volver tan pronto a su hogar que ya no consideraba tan seguro como antes.
Al volver a su sitio volvió a distinguir entre sus familiares colores, una nota nueva, con el mismo naranja brillante destacando entre todos sus instrumentos de trabajo, al igual que el día anterior.
Notó una nueva clase de escalofrío que le recorrió el cuerpo.
Al llega hasta ella la despegó y volvió a notar la misma caligrafía de la nota anterior, ahora con una dirección, pero la misma firma: S.
Tenía una hora para decidir acudir hasta ese lugar o no  y las manecillas parecían hacer todo lo posible porque fuera menor el tiempo que poseía.
La única cosa que quería era que su vida volviera a la normalidad. Sólo habían pasado dos días, estaba segura de estar exagerando, pero comenzaba a escuchar su propia voz en la cabeza, aunque sin entender absolutamente nada de lo que decía.
Faltaban dos minutos y el lápiz se le resbalaba de las manos debido al sudor provocado por los nervios.
Dirigió su mirada de nuevo a las manecillas.
Sebastián
Reconoció su propia voz, pero no conocía a nadie con ese nombre.
Dos en punto. Todos tomaron sus cosas para salir de ahí y marcar su hora de salida. Hera estaba congelada viendo la dirección. Lo último que recuerda fue tomar la nota de nuevo en sus manos.

***

Las imágenes eran difusas, no recordaba haber estado ahí jamás. La habitación era espaciosa, de colores pastel, pero las gruesas cortinas no permitían la entrada de una luz intensa como sería de esperarse. Se encontraba en un sillón, estaba tomando una taza de café. Ella odiaba el café.
Dejó la taza en la mesa y se dispuso a encontrar el baño para quitar el amargo sabor de su boca. ¿Se había quedado dormida?, no lo recordaba.
Caminó por la casa con más seguridad incluso de la que caminaba al estar en la propia a pesar de no recordar absolutamente nada. Como si fuera por instinto común encontró sin batallar el baño, enseguida la cocina y la habitación.
Comenzó a doler su cabeza tratando de evocar los recuerdos que le darían una pista del lugar donde se encontraba y cómo había llegado hasta ahí. ¿Qué tan lejos estaba de su casa?, se dirigió a la ventana tratando de reconocer un poco el exterior, pero no lo consiguió.
Escuchó el ruido de un auto estacionarse, giró la mirada y descubrió un auto que no recordaba haber visto jamás, pero al igual que la casa, le trasmitía cierta familiaridad. Su piel se erizó, a la expectativa.
Se alejó de  la ventana, procurando no ser vista, ¿debía esconderse?
Escuchó los pasos pesados del propietario dirigirse a la puerta y sintió como se disparaba la adrenalina en su cuerpo. La cerradura se movió mientras la persona que se encontraba al otro lado trataba de abrirla.
No había tiempo y no sabía qué hacer.
La puerta se abrió demasiado rápido y ante sus ojos se presenció una figura que le dejó helada la sangre.
Era su padre.
No podía ser, él había muerto, él debía estar muerto.
El hombre caminó lentamente y le dirigió una sonrisa justo antes de pronunciar su nombre, pero ella sólo lo supo debido al movimiento de sus labios ya que su propia voz, un tanto distorsionada, gritaba en su cabeza. De nuevo, no entendía nada de aquello que le quería  decir.
Sus pies la guiaron hacía atrás, tratando de alejarse del hombre que caminaba hacia ella acortando al distancia que los separaba con cada paso. Sintió como todo su cuerpo estaba temblando al momento en que topó con la pared y se dio cuenta de que estaba atrapada.
Cerró los ojos con fuerza y las imágenes comenzaron a hacerse un poco más nítidas. Su madre estaba ahí, a la luz del sol, cepillando su cabello. En su habitación. Dedicándole una dulce sonrisa. Cantándole por las noches. En una bañera con sangre. Apretó los párpados.
Estaba ahí su papá. La veía con malicia. No podía escapar, necesitaba escapar y hacer algo.
Abrió los ojos, y se encontró con él, la sostenía por los hombros.
Hera, tranquila, soy yo, Sebastián.
¿Por qué no podía escuchar su voz?
Dirigió su mirada a la de la persona que se encontraba frente a ella. Estaba segura de conocer esos ojos, azules, los veía todas las noches desde que era niña, y hacía unos días también. Recordó los moretones que se esparcían por su cuerpo hacía apenas unos días y una imagen de esa persona que se encontraba frente a ella. Había sido él, estaba segura.
Sus ojos miel se estrecharon, con furia, y empleando toda su fuerza lo apartó de sí.
Él la miró con duda.

***

Llegó a su casa y abrió la puerta. No estaba segura de la hora, pero era tarde. Entró con tranquilidad y puso la cafetera con agua al fuego para hacer té.
Se dirigió al baño y lavó con cuidado los restos de sangre que llevaba en las manos. Al terminar, miró a su reflejo, se veía como cualquier otro día.
Sonrió.























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⏰ Última actualización: Jul 23, 2018 ⏰

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