Relato Corto

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Rompía el amanecer un 24 de noviembre como otro cualquiera. Alberto encendió la televisión del salón como otro día más. Daban las noticias y habían crímenes, robos, fallos en el sistema político... desgracias que se habían convertido en rutina ya. Nacía y moría gente como siempre. Mentira. Por una vez, no moría gente como un día cualquiera; o eso querían hacer creer los medios de comunicación a los habitantes de este planeta. Al parecer, cuando le ocurrió a él, dejó de ser normal y pasó a ser importante. A Alberto le daba algo de rabia. Habían pasado diez años desde los primeros brotes de la enfermedad, y por fin parecía ser importante. Le daba rabia, pero no de la manera que a él le gustaría. Sentía envidia por él. "Claro, cómo él es famoso, pues todo el mundo ahora se preocupa" pensaba para sus adentros. Sabía que no era justo, pero la vida le había enseñado que la justicia no era algo que se reservase para las personas desgraciadas como él mismo o como los que eran como él. Soltó una lágrima, como siempre y se fue a desayunar.

Mientras se bebía su vaso de leche matutino, reflexionó sobre las sensaciones que experimentó aquella mañana. En realidad, murió como un guerrero. A seis semanas de su muerte, sacó un disco en el que daba un mensaje claro: "El espectáculo debe continuar". Pero era tan difícil continuar. Aun así, el aclamado pero difunto músico insistía en que aunque el maquillaje se borrase de tu cara, había que continuar. En un teatro no puedes salir del escenario para maquillarte, el público se decepcionaría y la criticaría. Pero qué pasa cuando la obra ya te da igual, cuando ya eres indiferente a que todos los intérpretes de tu representación paren de actuar porque se les haya corrido el maquillaje. Lo que sucedía entonces es que te entraba un sueño muy pesado.

Entró en la habitación de Rafael, su compañero, que estaba en cuarentena en la cama; hundido, como un cofre lleno de cemento que se oculta debajo de la quilla de un barco antiguo, a una profundidad a la que solo llegaban los cadáveres que acompañaban el barco.

- Rafa, cariño, ha muerto Freddie Mercury.

- Vaya... lo siento, sabía que era tu, tu, tu... - tosió fuerte y dejó de balbucear- cantante favorito.

- Creo que podré superarlo.

- Me alegra que alguien de esta habitación pueda decir eso.

Alberto calló. Rafa tenía razón. Se habían gastado una cantidad impensable en medicamentos y Rafa seguía teniendo razón. Odiaba darle la razón cuando estaba sano, y odiaba aún más darle la razón cuando estaba enfermo. Y en eso pensó durante todo ese día totalmente normal.

El día siguiente amaneció, como un día cualquiera. Lo único diferente fue la cantidad de lágrimas que derramó Alberto y el ritmo cardíaco de Rafa. Un muerto más de SIDA en otro día cualquiera.

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