Se acercaban las siete de la mañana y aún no había conseguido dormir. No pude parar de pensar en mi montaje, y en que me iba salir perfecto.
Al rato sonó el despertador, eran las siete, así que decidí levantarme, con ganas, vestirme con la ropa de gimnasia y bajar a desayunar. Subí a lavarme los dientes y seguidamente desperté a mi madre para que me hiciese el moño.
-Vamos mamá, despierta, te necesito- Dije esperando respuesta.
-Ya voy cielo, espera un segundo, que es muy temprano- Dijo con los ojos entreabiertos y totalmente desorientada.
Fui al baño a esperarla, y mientras tanto empecé a sacar las horquillas, los coleteros, la gomina, la laca... en fin, de todo.
Por fin llego, y tardó, sorprendentemente, solo media hora en hacerme el moño.
Aún recuerdo los dos moñitos que me hizo en mi primera competición, ¡cómo si nunca hubiese cogido una horquilla en su vida!
Cuando ya lo tenía listo todo, revisé una vez más, y me fui:
-¡Adiós mamá! Nos vemos luego- Sostuve la puerta unos segundos, sonreí y me marché.
Fui en dirección al gimnasio donde el autobús nos recogería para ir hasta Écija. Un largo viaje.
-Hola- Dije sonriendo a mi entrenadora y a las compañeras.
-¿Te acuerdas de todo? Estira los empeines, y sonríe cuando salgas al tapiz.-Dijo mi entrenadora muy preocupada.
-Que sí, de todo, lo haré perfecto.-Reí y volví a recordar cada paso.
Empezamos a desesperarnos por el autobús, se empezó a retrasar.
Pero al fin llegó y nos montamos todas por parejas. Intentamos matar el tiempo, pero era demasiado aburrido, allí metidas tanto rato. Aunque más que aburridas, estábamos nerviosas y deseando llegar.
***
Llegamos, fuimos a nuestro vestuarios, dejamos allí nuestros respectivos maillots y salimos fuera a mirar todo el pabellón de arriba a abajo. Como siempre, había dos tapices: uno para entrenar, y el otro para competir. Este último era azul, como la mitad de las veces.
La altura era suficiente como para que la pelota no se chocase con los focos o con el techo.
Comenzamos a calentar, a correr por el tapiz y a practicar cada una su ejercicio.
Nos llamaron para ir a practicar en el tapiz azul, pero como siempre, eran muy pocos minutos y muchísima gente, así que no conseguimos hacer nada.
Empezó la competición, primero las prebenjamines, después las benjamines, detrás las alevines y a continuación yo. Era mi turno, y la que lo hacía ahora lo estaba haciendo realmente bien, así que me puse nerviosa, pero empecé a recordar cada paso de mi montaje y conseguí calmarme, era sencillo, lo conseguiría, era la final, y no podía fracasar por estupideces.
Me tocaba. Respiré profundo, di pasos cortos en relevé hasta llegar al punto del tapiz donde tenía que colocarme. Y empezó a sonar la música, hice los lanzamientos, los equilibrios, los giros, todo, todo bien. Nunca me había salido mejor, yo estaba verdaderamente orgullosa de mí. Esta podía ser mi quinta medalla, pero ya no de bronce, ni de plata, esta vez pensé que podría ser de oro.
-¡Te ha salido genial, enhorabuena!- Me dijeron mis amigas contentas, a la vez que me abrazaban.
-Perfecto Sonia, perfecto, no te había visto mejor nunca, mis felicitaciones- Me dijo Alicia, mi entrenadora.
Ya pasaron todos los montajes, ya solo quedaba el desfile y las medallas. Empezamos a colocarnos por orden de altura en el desfile, cada pueblo con sus gimnastas. Yo, como bajita que soy, no iba entre las últimas, pero tampoco era la primera.
Llamaron a nuestro pueblo y fuimos hasta nuestro sitio, guiadas por la mas chiquinina de todas, Bea.
Nos sentamos una detrás de otra, con las rodillas y empeines estirados.
Ya estábamos todos los pueblos donde teníamos que estar, así que procedieron a la entrega de premios.
Nuestro pueblo iba muy bien, ya llevábamos dos medallas: en benjamín y en alevín. Ahora llegaba mi categoría, estiré todo mi cuerpo y mi corazón empezó a latir deprisa. De momento el tercer puesto no era mío, entré en pánico, pues no quería defraudar a todas después de lo que me dijeron. El segundo puesto tampoco fue mío, pero no solo no fue mío, sino que fue de Mairena del Alcor. Me asusté de verdad, ahora era todo, o nada. Crucé los dedos y que fuera lo que Dios quiera.
-Primer puesto...- de repente todo se detuvo, no quería escuchar lo que venía a continuación, pues sabía que yo no iría detrás de esa frase- TOMARES A- empecé a llorar, cada lágrima caía con tanta intensidad, que no pensé que me fuesen a quedar lágrimas después.
Fui corriendo hacia el podio y me subí.
Empezaron a dar medallas y premios.
-Enhorabuena- dijo el señor de la medalla, y me dio dos besos.
-Gracias- respondí con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando volví a mi sitio todas me abrazaron y me felicitaron.
Después ya nos pusimos la ropa y tuve ocasión de ver a Alicia, me dio un fuerte abrazo y no paró de felicitarme. Creo que hoy fue el mejor día de mi vida.
El autobús nos trajo de vuelta y mis padres, otra vez, me felicitaron, y me dieron miles de besos. Fuimos a comer fuera, y yo no me quité la medalla, yo quería presumir de ella, iba con todo el maquillaje también, la gente me felicitaba, sin yo conocerlas de nada. Nada me podía quitar la sonrisa en este día, así que sin tener ni idea de quiénes eran, le decía muchas gracias, con la sonrisa de siempre.
Llegamos a casa, me quité el moño y me dolía todo el pelo, así que fui a la ducha y me lavé bien el pelo, y por la gomina el pelo estaba suave, esa sensación me encantaba, mi pelo tan suave después de tanto dolor en él.
Fue un día intenso, me acosté temprano para levantarme al día siguiente con energía, mañana es domingo y necesito mucha para no hacer nada.