El taller - La vida de Roberto Hasting - Álex Monzón
Roberto se había levantado de la cama y, vestido con su traje de calle
y sentado a una mesa llena de papeles, escribía.
El cuarto era una guardilla trastera, baja de techo, con una gran
ventana a un patio. El centro del cuarto lo ocupaban dos estatuas de
barro, de un armazón interior de alambre, dos figuras de tamaño mayor
que el natural, descomunales y estrambóticas, que estaban solamente
esbozadas, como si el autor no hubiera querido acabarlas; eran dos
gigantes rendidos por el cansancio, los dos de cabeza pequeña y rapada,
pecho hundido y vientre abultado y largos brazos simiescos. Los dos
parecían agobiados por el abatimiento profundo. Frente a la ventana,
ancha, había un sofá tapizado con una percalina floreada; en las sillas y
en el suelo se levantaban estatuas medio envueltas en trapos húmedos;
en un ángulo aparecía una caja llena de pedazos secos de escayola, y en
un rincón, un lebrillo con barro.
De cuando en cuando, Roberto miraba a un reloj de bolsillo colocado
sobre una mesa entre los papeles; se levantaba y daba unos paseos por
el cuarto. Por la ventana, en las galerías de la casa de enfrente, se veía
pasar mujeres desharrapadas y sucias; de la calle subía una baraúnda
ensordecedora de gritos de las verduleras y de los vendedores
ambulantes.
A Roberto, sin duda, no le molestaba aquella continua algarabía, y al
cabo de poco rato se sentaba y seguía escribiendo.
Mientras tanto, Manuel subía y bajaba las casas de toda la calle en
busca de Roberto Hasting.
Hallábase Manuel con decisión para intentar seriamente un cambio de
vida; se sentía capaz de tomar una determinación enérgica y dispuesto a
seguirla hasta el fin.
Su hermana mayor, que acababa de casarse con un bombero, le regaló
unos pantalones rotos de su esposo, una chaqueta vieja y una bufanda
raída. Además, añadió a la donación una gorra de forma y de color
absurdos, un sombrero hongo anciano y algunos buenos y vagos
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La lucha por la vida II. Mala hierba
consejos acerca del trabajo, el cual, como nadie ignora, es el padre de
todas las virtudes, como el caballo es el más noble de todos los animales,
y la ociosidad, la madre de todos los vicios.
Es muy posible, casi seguro, que Manuel hubiese preferido a estos
buenos y vagos consejos, a esta gorra de forma y color absurdos, a la
chaqueta vieja, al sombrero anciano, a la bufanda raída y a los