VI
Kate, la niña blanca - Los amores de Roberto - El pundonor
militar - Las cucas - Disquisiciones antropológicas
Al mes de instalados en la nueva casa llegaron las fiestas de Navidad,
y como en los colegios había vacaciones, la baronesa fue en busca de su
hija al del Sagrado Corazón, y volvió con ella en coche.
Niña Chucha se encargó de informar a Manuel y de darle detalles de la
hija de la baronesa.
-Es una cantimpla, ¿sabe?; una niña blanca y sosa que parece una
muñeca.
Manuel la conocía, pero no sabía si ella se acordaría de él; en los años
que no la veía se había hecho una muchacha preciosa. No recordaba en
su tipo a su madre; aunque rubia como ella, debía de parecerse al padre.
Era blanca, de facciones correctas, ojos azules claros, de cejas y
pestañas doradas y el pelo rubio, sin brillo, pero muy bonito.
Al llegar a casa, niña Chucha hizo grandes demostraciones de cariño
a la colegiala; Manuel fue reconocido por ella, lo que le produjo gran
satisfacción.
La hija de la baronesa se llamaba Catalina; sus parientes de Amberes
la llamaban Kate, pero la baronesa generalmente le decía la Nena.
Con la llegada de Kate las costumbres variaron en la casa; la baronesa
abandonó sus excursiones nocturnas y contuvo sus ligerezas de palabra.
En la mesa, con una sonrisa triste, escuchaba las historias del colegio
que contaba su hija, sin poner interés en lo que oía.
No armonizaban los caracteres de las dos. Kate tenía la comprensión
lenta, pero profunda; en cambio, su madre poseía la sutileza y el ingenio
del momento. La baronesa, a veces se impacientaba al oírla, y decía entre
cariñosa y enfadada:
-¡Ay, qué Nena más sosita tengo!
Desde la llegada de Kate, niña Chucha y Manuel no acompañaban en
el comedor a la baronesa; esto a Manuel no le molestaba, pero a la
mulata sí, y atribuía estas disposiciones a Kate, a quien consideraba
como una muñeca blanca, orgullosa, fría y de poco corazón. Manuel, que
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La lucha por la vida II. Mala hierba
no tenía motivo alguno de antipatía por Kate, la encontró muy llana, muy
amable, aunque con poca vivacidad.
Por aquellos días de fiesta de Navidad, madre e hija salían de casa con
mucha frecuencia a compras, y las acompañaba generalmente Manuel,
que volvía cargado de paquetes.
El día de Año Nuevo, en que la baronesa, Kate y Manuel fueron al
teatro de Apolo a ver Los sobrinos del capitán Grant, notó Manuel que
Roberto Hasting iba a alguna distancia detrás de ellos. Al salir los siguió;