Desencanto

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- Chico... créeme cuando te digo que este no es lugar para alguien como tú- suspiró mientras colocaba el tabaco dentro de su papel con la precisión de un relojero.

- Como si supiera algo de mí- respondí.

Sin embargo parecía que sí que sabía algo; después de todo había vivido cuatro veces lo que yo y, según dijo, también leído. Me di cuenta al instante de que, al margen de su demencia senil, ese hombre me tenía calado. Había visto en mis ojos la ilusión de un niño y, con el reflejo de los suyos, me daba a entender que todo es efímero; como la vida misma.

Lamió el papel y, tras pegarlo, sonrió.

- Aproximadamente unos veinte, tus sueños deben contarse por millones y tu autoestima ha de estar por debajo del nivel del mar. Un par de historietas a tus espaldas y alcohol, pues piensas que tus problemas son mayores que los de cualquiera ¿me equivoco?

Y no, no se equivocaba, pero no estaba dispuesto a ceder.

- Eso puede hacerlo cualquiera- alegué- veamos... unos ochenta años, ni un pelo de tonto, una mujer, algún hijo y cientos de historias absurdas sobre guerras y cómo han cambiado las cosas desde que el mundo es mundo ¿me equivoco?

Para entonces ya había encendido su cigarrillo y el humo golpeaba mi cara como la triste realidad.

- Setenta y siete, cero hijos, una mujer y, si quieres historias, tendrás que pagar por ellas, escritor del tres al cuarto.

No pude evitar sonreír.

- Tengo veinte pavos.

- No te da ni para empezar; pero veamos qué puedo hacer- respondió. 

Daban las siete de la tarde y las hojas de los árboles cubrían por completo la acera. íbamos cogidos de la mano y, como ya sabrás, en estas situaciones da igual el destino. El viento soplaba como nunca y la lluvia no quiso faltar a nuestra cita. Ella me dijo que tarde o temprano todo acabaría, y que mis historias no existían. Yo, que no era más que un lector de idealizaciones, un idealizador de lecturas, no le creí. Todo era perfecto entonces ¿sabes? ¿por qué habría de cambiar? 

Pero los días pasaban y sus palabras rebotaban en mi cabeza. También era inseguro, como tú.

- Yo no he dicho...

- Shhh! Déjame acabar.

Mi pasión por la lectura nunca se apagó a pesar de aquellas horribles palabras. Calistos y Melibeas; Romeos y Julietas. Sin embargo ella, al tirarme ese balde de agua fría con la intención de hacerme despertar, falló, y le dio de lleno a nuestra llama. Es por eso que te estoy diciendo esto. No para acabar con tus sueños, sino para que elijas bien con quien compartes la almohada.

Fue entonces cuando cogió lo que quedaba de cigarro y lo mató arrojándolo al cenicero.

- Al salir cierra la puerta - me dijo.


MicrorrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora