Cada vez más apagados, como en una lucha constate por mantenerse abiertos, como por conservar la vida, como…como teniendo miedo a que cada sueño sea el último. Esos ojos se cerraban continuamente, y nuevamente, a ratos, a veces más cortos a veces más largos, volvían a abrirse velozmente, como buscando que todo siguiese en su sitio, como comprobando que el amanecer que los esperaba no era distinto al que se le había brindado antes de dormirse.
Ya no importaba la franja horaria, la noche y el día solo se diferenciaban en el grado de oscuridad que presidía los momentos lúcidos. Había períodos de tiempo en los que hasta semejaba resultarle fácil mantenerse despierto, pasear, moverse, hacer cosas. Simples oasis imaginarios? Puede ser, pero sagrados oasis entonces.
Los días pasaban en ese sofá. Bueno, pasaban, pasan y, con suerte pasarán muchos más.