Capítulo único: «Mi luciérnaga.»

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La televisión se había quedado sin señal repentinamente, los colores que predominaban en la plana pantalla eran negro y blanco, acompañados de un ruido que a bajo volumen llegaba a ser tranquilizador, mas, si subías demasiado amenazaba con romper tus tímpanos. Sobre mi regazo descansaba la persona con la que había decidido pasar el resto de mi existencia; en mi regazo se hallaba mi esposa desde hace dos años. "Mi esposa." Aún no era capaz de creer, ni asimilar que estaba unido a ella, quizás por algo más fuerte que unos papeles y simples palabras de un sacerdote. Jamás, hago énfasis en la palabra "Jamás" Había sido alguien religioso, tenía mi propia idea y perspectiva cuando de un ser divino se trataba. Mi padre se refería a mi ateísmo como nihilismo, y quizás tenía razón; quizás no la tenía. Durante toda mi vida, las desgracias han dominado mis recuerdos; momentos e imágenes desastrosas llegan a mí  esporádicamente, interrumpiendo cualquier otro tipo de pensamiento. Y ahora, un nudo en mi garganta y una indescriptible sensación en mis ojos se hizo presente al recordar lo que mi padre decía; al recordar lo que él decía lo recordé a él, y por ende, su muerte.

No debo permitirme a mí mismo llorar, debo ser fuerte.

Tragué hondo y despacio, sabiendo que la molestia en mi garganta y el sabor amargo de mi boca no desaparecerían por ingerir un poco de mi propia saliva. Miré a mi esposa, quién tenía un rostro colmado en parsimonia. Sonreí levemente, mirarla a ella en paz me llenaba a mí de paz. 

Acaricie su cabello dorado, ligeramente rizado, tan suave y delicado, temía que con un sólo rocé fuese a dañarlo, aunque era relativamente imposible, todos -incluso yo mismo-, me conocen por destruir todo lo que mis manos tocan. Sus mejillas tenían ese rubor natural que la caracterizaba; ese rubor que amaba como desquiciado y me hacía querer besar sus mejillas millones de veces; ese rubor que la hacía ver más inocente de lo que era, si acaso eso era posible. Aunque sus ojos, ajenos a los ojos rasgados que veía día a día antes de conocerla, se encontraban cerrados, juraría que podía ver el color que sus orbes poseían. Un verde claro, que me recordaba a las hojas de las flores en primavera, justo en el momento en el que el sol se posaba sobre ellas. Me recordaba también, a la gema preciosa del collar de mi abuela; sus ojos eran dos esmeraldas brillantes, luminiscentes y que destilaban perfección sin serlo realmente. Me sentía honrado y afortunado de tenerla en mi vida; me sentía fuera de éste mundo cada vez que veía el anillo que adornaba mi dedo anular y luego miraba el suyo situado en el mismo lugar. Parecía un sueño, y si lo era, soy incapaz de pedir despertar.

No iba a perturbar el sueño de mi amada, esperaría a que despertará o a que mis piernas se durmieran y no pudiese sentirlas. Amaba tenerla cerca, amaba su olor, su sonrisa, su risa... La amo a ella. 

Me recosté del sillón, acomodando mi cuello para que pudiera quedar mirando hacia arriba. Podría decir "Estaba mirando el techo." Mas ni siquiera miraba eso. Estaba mirando a la nada misma, estaba mirando la oscuridad en la que estaba sumida toda la habitación (A excepción del televisor, que se negaba a volver en sí.) Comencé a pensar, en lo que había y ahora es mi vida. No, no estoy lamentándome o sufriendo una decaída de la depresión que alguna vez sufrí; sólo pensaba. «Pensar demasiado no es bueno, Namjoon.» Lo lamento señor Han, psiquiatra de por vida, mas simplemente no puedo evitarlo. No recuerdo las cosas a la perfección, mis recuerdos se basan en recuerdos de pequeñas cosas; esas pequeñas reminiscencias me llevan a los recuerdos y momentos reales. 

Cada mente es un mundo, pero la mía es un laberinto sin salida.

Ivette comenzó a quejarse y a moverse, atisbe su rostro, se encontraba con el ceño fruncido. Creo que, se debía al hecho de que estaba tan ensimismado que detuve las caricias que mis manos dejaban en su cabello. Como si de una bebé recién nacida se tratase sisee tratando de que no despertará y descansará un poco más, volví a mi tarea de acariciar su cabello y aprecié como su rostro volvía a reflejar la tranquilidad de hace unos minutos atrás. Si ella era un bebé, era mi bebé.

«Fourth of july» kim namjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora