El Tren

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Un impertinente rayo de luz comenzó a filtrarse entre las pestañas sacándolo del letargo del sueño y una ligera punzada en la sien terminó por despertarlo completamente. Intentó moverse, en un vago esfuerzo por interponer sus manos entre la luz y los ojos. 

Pero no pudo.

Sorprendido abrió los ojos inmediatamente, pero la cegadora luz de las lámparas del techo lo obligaron a cerrarlos antes de poder conocer nada sobre el lugar donde se encontraba. Manteniendo los ojos cerrados intentó moverse, pero otra vez su esfuerzo fue en vano. 

Frustrado por la situación, abrió una vez más los ojos teniendo cuidado de adaptarse lentamente a la claridad mientras lo hacía. Poco a poco las Cuidadosamente estudió la habitación en la que se encontraba. Los parabanes azules y el inmaculado blanco de las paredes y ventanas de cristal, le hacían pensar que estaba en un hospital o alguna institución similar.

Inmediatamente, bajó la mirada con el propósito de descubrir el porqué de su incapacidad para moverse: Cuatro brazaletes de lona blanca lo mantenían inmovilizado contra la cama. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué había pasado? ¿Por qué lo mantenían inmovilizado?

No recordaba haber tenido un accidente, trató de mover todo el cuerpo buscando alguna señal de dolor, pero no había ninguna, solo una pequeña punzada en la sien derecha. En la lejanía escuchó un sonido mecánico y rítmico. Pocos segundos después, el sonido de una sirena le confirmó su sospecha; cerca estaba pasando un tren. Resultaba un poco extraño, normalmente estaba prohibido hacer ruido cerca de los hospitales, si aquello no era un hospital ... ¿Dónde estaba?

Trató de recordar que lo último que había hecho o dónde había estado o cualquier indicio que le permitiera descifrar su situación actual. Una nebulosa tenía atrapada su mente, no recordaba nada, absolutamente nada. Miró a su alrededor y recordó los nombres de todo lo que veía, salvo uno: el suyo.

Comenzó a mirar a su alrededor en busca de alguien, alguna persona a quien pedir ayuda. Intentó gritar, pero de su boca no salió ningún sonido. Completamente inmovilizado y sin poder siquiera hablar, comenzó a desesperarse. Su frágil cuerpo comenzó a convulsionar, tratando de quitarse las restricciones, se retorcía mientras gritaba, pero ningún sonido salía a través de los labios, ni las correas cedían un poco. 

Los músculos temblaban de fatiga, la cara había adquirido un color rojizo surcado por venas azules que eran provocadas por el esfuerzo. La esperanza de ayuda empezó a decaer y unas ganas desesperadas de llorar lo invadieron. Pero ni una sola lágrima salió de sus ojos. No podía llorar, no había ninguna manera de lograr el alivio para su alma.

La idea de morir allí, comenzó a parecer atractiva. ¿Acaso no estaba muerto ya? ¿Tal vez aquello era la muerte? Morir, morir, ... Parecía una muy buena idea morir. Comenzó a bajar la frecuencia de la respiración, concentrado en cada latido del corazón. A lo lejos volvió a escuchar al tren, ahora parecía más cercano, el sonido mecánico se alineaba con el de su corazón. Cerró los ojos hasta que el sueño lo venció.

Una sensación caliente en su abdomen lo despertó. Abrió los ojos y cerca de él descansaba un revoltillo de cabellos negros. Había una persona junto a él, pero no sabía quién era. La mejor idea sería intentar moverse y ver la reacción de la persona a su lado. Sacudió un poco su cuerpo e inmediatamente la persona a su lado reaccionó, quedando de pie frente a la cama.

Era un hombre, bastante alto y facciones agraciadas. Tenía unas graciosas orejas, algo grandes, pero no por ello rompía la armonía del rostro. Tenía los ojos rojos como si hubiera llorado, un vendaje ocupaba parte de su brazo derecho y pequeñas heridas rojas surcaban su rostro y manos. El chico estaba estupefacto, lo miraba como si no pudiera ser verdad que estuviera allí.

—¿Kyungsoo?, ¿Kyungsoo?. — Preguntó volviendo a sentarse al lado de la cama, mientras liberaba su mano prisionera. —¿Estás bien Kyungsoo? No sabía qué había pasado contigo, en cuanto desperté vine a verte. Dijeron los médicos que no habías despertado, pero no había ningún impedimento médico para que no lo hicieras. Que eventualmente lo harías y ahora estás despierto.

De pronto se puso serio, sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas y comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Un dolor envolvió su pecho al verlo llorar. No sabía quién era, pero debía ser alguien cercano a él. Se secó las lágrimas con la manga de la camisa, que era igual a la suya, y lo volvió a mirar seriamente.

—¿Por qué lo hiciste? Háblame Kyungsoo. —Inquirió.— Yo te amo y creía que tú también.

Trató de hablar, como las veces anteriores, ningún sonido salió. La sirena del tren lo hizo estremecer, sonaba muy cercano, como si en cualquier momento atravesaría la pared y entraría a la habitación. El sonido mecánico retumbaba al compás de las súplicas del chico de cabellos negros. ¿Acaso él no lo escuchaba?

La fuerte luz de un foco enorme le obligó a cerrar los ojos. Los volvió a abrir lentamente para poder adaptarse a la claridad. En la habitación había otro chico, era mucho más pequeño, tenía el cabello negro, los ojos grandes y la boca acorazonada. El chico más alto había dejado de prestarle atención, ahora solo miraba al extraño, que se acercaba. Cuando llegó junto a él hundió su cabeza contra su abdomen, el manojo de pelo fue acariciado por unas manos blancas.

El chico nuevo entonces lo miró y le sonrió. Tomó un puñado de pelos en sus manos y lo obligó a besarlo. Entonces lo vio, el brillo metálico de una navaja. Intentó levantarse, gritar, pero no podía. La luz se había ido y los chicos también. Cerró los ojos deseando que todo hubiese sido un sueño y trató de dormir. A lo lejos volvió a escuchar el conocido sonido metálico, se aferró a su ritmo hasta quedar dormido.

Volvió a despertar, abrió los ojos e intentó moverse. Esta vez lo logró. Todas las restricciones estaban abiertas, enseguida intentó sentarse. Un ligero mareo le hizo cerrar los ojos mientras se aferraba a las barandas de la cama. Al abrir los ojos, el cadáver del chico descansaba en un charco de sangre. ¿Él lo habría liberado?

Asustado, miró alrededor en busca del asesino y lo encontró. Sentado sobre la cama, con una camisa de hospital manchada de sangre, le sonreía. A lo lejos el sonido del tren que se acercaba se comenzó a escuchar y la sirena silbó anunciando su llegada.

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