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Su cabecita se escondía entre sus piernas, mientras su frustración se hacía cada vez más notoria en su rostro lleno de impotencia e ira.

Sus piecesitos llenos de raspones estaban en descubierto, la clase de héroes de la escuela el día de hoy no le había gustado para nada.

A veces se hacía molesto para el pequeño que ese niño tan agresivo, y otros compañeros se burlaran de él por no tener un don propio.

¿Tan detestable era que alguien le hubiese cedido un don?

Él no lo veía así, estaba feliz de que por fin podría ser un héroe como siempre soñó y quiso ser.

Pero ellos no entendían con sus cabecitas de ocho años de edad lo triste que sentía no tener un don propio y la felicidad que sintió al saber que pronto tendría uno.

Sin poder resistir más, las lágrimas empezaron a brotar de los ojos verdes del pequeño, no le gustaba que lo vieran tan débil, pero era inevitable que su pequeño corazón no se estrujara al escuchar todas esas burlas.

Miró sus manitas, llenas de raspones y algunos golpes. La clase aún seguía siendo ruda para él, tal vez no debió insistirle a su madre que lo inscribiera en la SH -escuela de héroes-, era evidente que no estaba preparado para eso.

Del otro lado, unos pequeños ojos marrones recorrían el largo pasillo una y otra vez hasta toparse con los cabellos verdes de Izuku.

Una pequeña niña, de cabello castaño hasta los hombros -y de no más de ocho años de edad- lo miraba desde la puerta de su clase de héroes.

Juntó los diez dedos de sus manos y se hizo flotar hasta aterrizar detrás del pequeño peliverde.

No hizo ningún ruido, Izuku tardó en darse cuenta de que había alguien allí.

La miró de pies a cabeza, la conocía, tenía un dibujo de ella en su libreta de héroes. La niña que flota, su don era gravedad cero, y además una experta en artes marciales.

Enterró la cabeza de nuevo en sus piernas, se tragó las lágrimas y se dispuso a hablar.

—Vete —exigió, mientras la niña lo miraba con curiosidad.

Lo ignoró y se sentó enfrente de él, golpeó suavemente su brazo obligándole a levantar la cabeza.

—¿Estás bien? —habló la castaña.

Izuku no entendía su mirada de preocupación y ayuda.

—No necesito que te preocupes por mí —dijo, aunque era todo lo contrario.

Ochako se levantó y rápidamente corrió a buscar su mochila.

El peliverde en cambio, se quedó pensando que se había ido por lo que le había dicho, y su rudeza desapareció para que la tristeza inundara de nuevo su rostro.

Al cabo de unos minutitos sintió unos pasos acercarse a él, era ella de nuevo.

Traía una mochila de color amarillo con bolsillos a los lados, un bordado de color naranja que traía el nombre de la niña, y sin duda lo que más llamó la atención de Izuku fueron dos llaveros que colgaban a los lados.

No esperaba que aquella castaña tuviese llaveros de All Might y Eraserhead, ni siquiera pensó que estuviera en la SH por gusto propio.

Sus ojos brillaron, tal vez si tuviese un llavero para su mochila así tendría súper fuerza, así como su héroe favorito.

Izuku aún no entendía.

Las niñas amaban el color rosa, jugar con sus muñecas a la casita y esas cosas, pero sobre todo, odiaba sus perfumes asquerosamente dulces.

Pero ella era diferente a las otras niñas que Izuku conocía, ella deslumbraba alegría y parecía que sería una fantástica heroína.

El sonido del plástico hizo que el pequeño despertara de sus pensamientos, la niña traía una pequeña bolsa de banditas con adornos de estrellas, las cuales empezó a ponerle a Izuku con delicadeza.

—¡Ya está! —informó la niña.

De un salto se levantó del suelo y sacudió su uniforme, tenía una dulce sonrisa en el rostro y sus mejillas rosadas la hacían ver sumamente adorable.

Izuku aún se hallaba en el suelo, ya no le dolían tanto las heridas pero aún se sentía devastado.

—Mi nombre es Uraraka Ochako, espero que seamos amigos —dijo la pequeña en cuclillas junto a él.

Le tomó la mano y le dio un tirón para levantarlo del suelo.

Nunca nadie antes le había hecho tal propuesta, se sintió bien que alguien quisiera ser su amigo.

Una sonrisa salió de sus labios y le tendió la mano.

—Soy Midoriya Izuku —respondió—, también lo espero.

En un intercambio de sonrisas empezaron lo que se conoce como amistad, una que duraría hasta el fin de los tiempos.

O sencillamente, hasta que se transformara en algo más.








Prometo crear una portada más llamativa en breve, me quedaré con esta temporalmente. Mil disculpas.

evitándoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora