La Aventura Del Misterio Del Valle De Boscombe

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LA AVENTURA DEL MISTERIO DEL VALLE DE

BOSCOMBE

Arthur Conan Doyle

Mi esposa y yo estábamos una mañana desayunando, cuando la doncella trajo un telegrama. Era de Sherlock Holmes y decía lo siguiente:

"¿Puede usted disponer de un par de días? Acaban de telegrafiarme del oeste de Inglaterra, en relación con la tragedia del valle de Boscombe. Me alegraría mucho que me acompañara. Aire y paisaje perfectos. Salgo de Paddington en el tren de las 11:15."

—¿Qué dices, queridito? —interrogó mi esposa mirándome con dulzura—. ¿Vas a ir?

—Realmente, no sé qué hacer. Tengo mucho trabajo por el momento...

—¡Oh!, Anstruther puede hacerlo por ti. Te has puesto un poco pálido últimamente. Creo que el cambio te haría mucho bien. Además, siempre estás muy interesado en los casos del señor Sherlock Holmes.

—Sería un ingrato si no estuviera, pues he ganado bastante a través de uno de ellos —contesté—. Pero si voy a acompañarlo debo apresurarme a empacar, ya que sólo dispongo de media hora.

Mi experiencia en los campamentos de Afganistán había tenido el efecto de hacerme un viajero hábil y rápido. Mis necesidades eran escasas y simples, así es que en menos del tiempo que tardo en contarlo me encontraba instalado en un coche, ya con mi valija lista, y en camino de la estación Paddington. Allí, Sherlock Holmes daba vueltas de un lado a otro del andén. Su figura alta y delgada parecía aún más alta y más delgada embutida en su gran capote gris, de viaje.

—Ha sido muy amable de su parte el venir, Watson —me dijo—. Es una gran cosa para mí tener alguien con quien poder contar completamente. La ayuda local es casi siempre deficiente e indigna. Si usted tiene la bondad de reservar esos asientos del rincón, yo compraré los boletos.

El coche del ferrocarril estaba exclusivamente a nuestra disposición, excepción hecha de una cantidad inmensa de periódicos y papeles que Holmes había traído consigo. Se dedicó a hojear y leer trozos de ellos, con intervalos dedicados a la meditación y al registro de apuntes, hasta que pasamos Reading. Entonces, repentinamente, enrolló todos los papeles en una bola gigantesca y los subió a la rejilla del equipaje.

—¿Ha oído usted algo sobre el caso? —me preguntó.

—Ni una palabra. Hace varios días que no leo un periódico.

—La prensa de Londres no trae un relato muy completo. He estado leyendo todos los periódicos recientes para obtener detalles sobre el particular. Parece, de lo que he logrado saber, que es uno de esos casos simples en que, por esa razón, todo resulta extremadamente difícil.

—Eso suena un poco paradójico.

—Pero, no obstante, es cierto. Lo extraordinario es casi siempre una pista. Cuanto más vulgar y común sea un crimen más difícil resulta solucionarlo. En este caso, sin embargo, todas las pruebas están en contra del hijo del asesinado.

—¡Oh! ¿Entonces se trata de un crimen?

—Bueno, se supone que lo es. No voy a aceptar nada como cierto, hasta que haya tenido la oportunidad de examinar personalmente los hechos. En unas cuantas palabras le explicaré el estado que guardan las cosas, hasta donde he podido comprenderlas.

"El valle de Boscombe es un distrito rural no muy lejos de Ross, en Herefordshire. El más grande terrateniente de la región es un tal señor John Turner, el cual amasó su fortuna en Australia y regresó hace algunos años a su patria. Una de las granjas de las que es propietario, conocida como Hatherley, la tenía en explotación un tal Charles McCarthy, quien también estuvo en Australia. Los dos hombres se habían conocido en las colonias, de modo que cuando vinieron a instalarse aquí no es de extrañar que hubieran decidido estar tan cerca como era posible. Turner era, aparentemente, mucho más rico, así es que McCarthy se convirtió en su arrendatario, aunque su amistad, según parece, continuó en términos de perfecta igualdad y se les veía juntos con bastante frecuencia. McCarthy tenía sólo un hijo, muchacho de dieciocho años, mientras que la unigénita de Turner era una muchacha de la misma edad. Los dos hombres eran viudos. Parece que evitaban el contacto con las familias inglesas de los alrededores y vivían de modo aislado, aunque los dos McCarthy eran muy aficionados a los deportes y con frecuencia asistían a las carreras de caballos de la localidad. McCarthy tenía dos criados: un hombre y una muchacha. Turner se valía de una servidumbre considerable, compuesta de cuando menos seis personas. Esto es todo lo que he podido averiguar acerca de las dos familias. Ahora, observemos los acontecimientos:

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