LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

EL COMIENZO DEL INFIERNO

Estaba en el balcón de casa contemplando el principio de la primavera ya que se podían ver las flores en su perfecto esplendor y las calles abarrotadas de gente de tienda en tienda con millones de bolsas en las manos. Era uno de mis pasatiempos favoritos, después de la fotografía. Amaba la fotografía porque mi padre era cámara de la saga de Harry Potter e ahí de donde saque la afición. Mi padre no pasaba mucho tiempo en casa porque recorría el mundo entero grabando diferentes películas por eso me aficioné a la fotografía para tener algo en común con él y no echarlo tanto de menos.
Normalmente, me pasaba los días enteros apoyada en el balcón sacando fotos a la gente que pasaba por debajo de mi casa. Me encantaba ver a las señoras mayores sentadas en el café de Paco tomándose sus respectivos cafés y charlando animadamente. Luego estaba el flautista de Amelin que así es como le llamaban a aquel señor que se pasaba los días enteros componiendo canciones para los niños de la calle. Era una ambiente muy tranquilo ya que Elizondo no era un pueblo muy grande.

Mientras repasaba las fotos que había sacado aquella mañana, que eran muchas, oí una voz procedente de abajo:
- ¡Leire cariño, la comida está lista!- gritó mi madre.
-Enseguida bajo mamá.-le contesté.
Bajé las escaleras de dos en dos porque sabía que teníamos espaguetis a la carbonara para comer y como era mi plato favorito no dude ni un segundo en dejar mi cámara y bajar corriendo.
Mi madre se llamaba Iranzu y no era muy baja que digamos, pero tenía una estatura medianamente normal. Tenía los ojos de color verde esmeralda y el pelo castaño recogido en una coleta bastante alta. Su piel tenía un color bronceado precioso ya que su padre era árabe. En cambio yo, me parecía muchísimo más a mi padre. Media alrededor de 1'68 y tenía 17 años. Tenia unos ojos azules del color del mar que los había heredado de mi padre, Marcos.El pelo lo tenía castaño con unas mechas californianas adornandolo. Mientras que mi piel era igual de bronceada que la de mi madre.

Me senté en la mesa redonda que teníamos en la cocina y me disponía a hincar el diente en el plato cuando de repente el sonido irritante del timbre sonó y no tuve tiempo para sobresaltarme del ruido porque en ese preciso instante dos hombres con unos pasamontañas y una placa de policía se hicieron presentes en el umbral de mi casa. Tenían una espalda inmensa y unos brazos de boxeador pero lo que más me llamó la atención fueron que debajo de esos negros pasamontañas se podían divisar unos ojos hipnotizantes. El más corpulento de los dos tenía los ojos verde pistacho mientras que el otro que era más fornido los tenía de color miel. Mi madre al oír el sonido de la puerta cayéndose sobre el suelo, de un movimiento inhumano se puso delante de mí quedándose en una posición de madre protectora. No tuve tiempo de ponerme nerviosa porque los dos hombres se pusieron a buscar en el salón. Pusieron el salón entero patas arriba, los cajones de la cómoda estaban desperdigados por el suelo mientras que los sofás estaban dados la vuelta. Mientras los dos ladrones estaban inmersos en la búsqueda mi madre me hizo un ademán con la cabeza mirando a las escaleras que dirigían al piso de arriba. Sin pensármelo dos veces subí silenciosamente por las escaleras mientras que mi madre iba retrocediendo lentamente hacia mi encuentro. Antes de que pudiera ayudarla a subir los ruidos que procedían del salón cesaron. Mi madre tenia una mirada alarmada y no tuve tiempo para ayudarla porque unos pasos decididos se oían en nuestra dirección. Subí rápidamente por las escaleras y me encerré en la primera puerta que vi, el baño. No oía ningunos pasos que me siguieran pero mi instinto me decía que debía protegerme. Mire a mi alrededor y lo único que vi útil fue la escobilla del váter. La cogí y la puse entre la puerta y el váter quedándose la escobilla en posición horizontal. Eso me permitiría un poco más de tiempo para pensar con claridad.