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❝  Se contaba por cada rincón,
por cada pueblo que en las orillas
el mar tocaba.

Un hermoso hombre estaba
enamorado de un tritón, un
marino le había entregado su
corazón a un ser majestuoso. ❞



NamJoon lo pintaba para verlo,
lo soñaba para poder tenerlo siempre
con él, pero nunca supo dónde lo había
visto por primera vez, si fue despierto o
durmiendo, si el encuentro inicial había
sido en tierra o en el mar.

A veces, cuando le preguntaban por su hermoso tritón, no sabemos si para fabular
o para intentar convencerse, contaba que lo había visto en la isla de las tortugas gigantes,
y de tanto contarlo se lo creyó, por lo que terminó amando a las aves, los peces, las tortugas y a todo cuanto aparecía rodeando a su dueño.

Las iguanas marinas le parecían seres mágicos porque eran las precursoras de la aparición de Jimin.

Lo buscaba en el mar, en la costa, en los ríos y en los lagos.

Recorrió el Mediterráneo buscándolo, llegó a Grecia y a Turquía.
Y cuando creyó que en ese antiguo mar no estaba, pasó a buscarlo en el reino de Saba, en las fuentes del Nilo, en las penínsulas asiáticas, en los antiguos reinos chinos y en las islas del Índico.

Como sólo navegaba, buscaba y soñaba, terminó confundiéndose: creía que estaba
en el mar cuando se echaba a tierra, soñaba que buscaba y buscaba, soñando, encontrarlo.

Viejo y cansado hizo un pacto con Poseidón, el dios del mar: se entregaría para siempre a las aguas si conseguía verlo despierto sólo una vez. El dios aceptó el reto y buscó a el tritón, preguntó a parcas y musas, llamó a Ulises para saber si la había encontrado en su largo periplo.

Mandó a delfines, a ballenas y a lobos de mar en su busca, pero Jimin no se hallaba.

Convocó a dioses y semidioses, a consejeros, copistas, escribas y visires. No se atrevió a invocar a los dioses de las religiones del libro, siendo los únicos a los que no osó a preguntar.

Frustrado recordó que en Alejandría había un sabio, Calímaco, el bibliotecario, del que se decía que se había leído todos los pergaminos de la gran Biblioteca, y lo llamó para pedirle ayuda.

Estaba ya medio ciego y para su desgracia había presenciado la destrucción de la colección, pero conservaba sus Pinakes,
un largo catálogo en el que describió todas
las obras que llegaban, ya fueran de las naciones del occidente o del oriente, del norte o del sur.

Ayudado por Hipatia buscó durante meses el rastro de el tritón, hasta que por fin recordó
que hacía mucho tiempo una sibila le entregó, con objeto de que se conservara para siempre en la insigne biblioteca, un rollo de pergamino.

Cuando lo abrió, Calímaco no encontró nada escrito y la vieja sibila le dijo que los dioses prohibieron que se contara, pero que su última voluntad fue que existiera un testimonio de la bella y triste historia de su hijo.

Cuando el pergamino se calentaba aparecían las letras, para que éstas desaparecieran sólo había que acercarlas al agua y la humedad las borraba de nuevo.

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⏰ Última actualización: Apr 20, 2020 ⏰

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