Vuelvo a conducir por estas carreteras. Mi coche está descubriendo estos parajes por primera vez. Hacía tanto tiempo que no venía por estas carreteras. Y pensar que antes me lo sabía todo de memoria, los árboles me saludaban, la hierba me guiaba, y cada bache de la carretera lo conocía como si fuera un poro de mi piel. Pero ahora todo parece diferente, aunque sé que es igual. Todo parece un espectro de mi pasado, fantasmas que quedaron alejados, en un lugar remoto de mi mente. Y de mi vida. Pero ahora vuelvo. Saludando de nuevo a aquello que me conoció.
Salí de allí para perseguir mi sueño, y lo he cumplido. A medida que avanza mi camino, los kilómetros a mi pasado van disminuyendo, e intento recuperar mi antiguo yo. Vuelvo a poner las mismas canciones en mi coche, aquellas que cantábamos cuando éramos libres y parecía que teníamos la galaxia entera bajo nuestros pies. Cuando pensábamos que todo era para siempre. Esa edad dorada. Pero pronto nos dimos cuenta de que nada dura lo suficiente.
–Pretty eyed, pirate smile, you'll marry a music man. – Tal vez lo que me queda realmente por conseguir: el amor de mi vida.
Hace ya tiempo que pasé la entrada del condado. No debe de quedar mucho para mi llegada. Y no sé cómo sentirme. Por un lado estoy eufórico, mi niño interior lleva mucho tiempo esperando ver el castillo. Mi yo adulto, sin embargo, siente miedo de que nada, absolutamente nada, sea como era antes, y de que mi niño interior haya quedado enterrado en recuerdos ficticios; que el que fue mi hogar, que me vio crecer, ya no sea nada de lo que conocí, y que los que me criaron ya no estén allí. Llevo años con el miedo de que mi niñez pueda romperse con la desilusión de algo que no está, porque podría significar que nunca existió, y que todo lo que recuerdo no son más que inventos de mi mente.
Y entonces lo veo. Imponente, delante de mí, se abre camino la imagen más bella que he visto jamás: el castillo, desde lo alto de la colina, donde siempre estuvo, donde siempre estará, me saluda. Se puede ver demasiado bien para ser otoño y tan temprano. Es un regalo de la niebla, que tímidamente se aparta del camino, lo suficiente como para que pueda ver el majestuoso paisaje de mi pasado. El coche va reduciendo poco a poco su velocidad. No hay nadie más por estas carreteras, sólo yo haciendo un viaje en el tiempo. Por un momento me quedo paralizado. Dirijo el coche hacia el arcén, abro la puerta y me precipito al exterior.
Lo puedo sentir, la niebla abrazándome, colándose por las aberturas que deja mi abrigo hasta acceder a mi piel, adentrándose dentro de mi cuerpo, invadiendo cada célula, diciéndome que es aquí donde pertenezco. Aquí, donde crecí, la niebla forma parte del paisaje tanto como la verde hierba o el castillo de la colina. Mis ojos se quedan clavados en lo que adelante se muestra: el castillo, y más allá, mi infancia. Mi yo más puro. Me hipnotiza, y empiezo a andar hacia él, un paso tras otro, no pasos largos, sino pequeños, como los que daba antes. Mi cabeza se vuelve a los lados. Está todo igual. Los prados siguen estando exactamente iguales que cuando los conocí. Miro a la derecha, luego a la izquierda. Y me veo. Me veo mirándome. Yo con quince años, incitándome a surcar la hierba de los campos, como antaño hiciera. Y camino con él por la pradera que un día me conoció más de lo que yo me conocía a mí mismo.
Mi refugio, escoltado siempre por la niebla. Ese castillo imponente. Hubo un tiempo en el que estuve harto de verlo, siempre en lo alto, protegiendo la ciudad; y ahora, sin embargo, no podía dejar de mirarlo. Imponiéndose por encima de todo humano, hacia el cielo. Un lugar intermedio entre el mundo y el reino de Dios, y la colina, con su verde y viva hierba conectando ambos. Y como si de un imán se tratase, me fue atrayendo hacía sí. Pero no quería retrasar mi viaje, volví al coche y retomé mi camino.
Me iba acercando al pueblo con la sensación de que me había montado en una máquina del tiempo con destino a mi temprana juventud, aumentada por el hecho de que la niebla me iba dejando ver mi ciudad natal poco a poco, escondiendo el presente a mi espalda a medida que avanzaba.
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El castillo de la colina
Short StoryUn joven vuelve a su ciudad natal después de años sin visitarla y recuerda episodios de su juventud allí. Historia inspirada en la canción Castle On The Hill de Ed Sheeran. Trata de relatar lo que cuenta la canción. Versión libre.