chapitre trois

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A la siguiente mañana, John fue despertado muy temprano. El sol esparcía sus rayos ante toda la humanidad y cada uno de ellos parecía chocar contra el rostro de Ten haciéndolo brillar de manera primorosa frente a él.

—Te tomas tu tiempo en las mañanas, eh—dijo el más joven juguetonamente, con una bonita sonrisa en sus labios—acomodé toda la ropa que tiraste deliberadamente en mi piso—rio—por favor, póntela.           

Al escucharlo, John se incorporó sentándose en el sillón y miró hacia abajo para darse cuenta de que seguía desnudo mientras el chico frente a él estaba completamente vestido. Y en vez de sonrojarse por la vergüenza, sonrió alegremente y atrajo el cuerpo de Ten hacia él, sentándolo en su regazo. ¿Cuál era el punto en sentir pudor? El joven francés ya había visto todo de él.

Y sabía que no debía hacerlo, después de todo no eran más que dos desconocidos que habían follado una sola vez, pero no pudo evitar besarlo en cuanto Ten giró el rostro para verlo a los ojos. El menor correspondió el efímero beso, que terminó en cuanto empezó. Ten acarició su desnuda espalda y se separó de él con una sonrisa.

—Tu aliento apesta en la mañana, ¿te lo han dicho?

—No quiero irme.

La sonrisa de Ten se desvaneció y una mezcla de pena y tristeza tiñó sus ojos. Su cuerpo ya se había alejado y John estaba cabizbajo en el sillón, completamente negado a cambiarse; porque en cuanto se pusiera la ropa ya no habría ningún motivo para quedarse, ninguna excusa para no alejarse del chico que acariciaba su rodilla, lo tomaba del mentón con delicadeza y le susurraba—Por favor.     

John suspiró resignado; no había nada que hacer más que aceptar la realidad. Cuando terminó de vestirse en silencio y sin compañía de Ten, salió fuera de la pequeña casa y lo vio al lado de sus flores, regando cada una con delicadeza mientras la suave brisa del verano movía sus cabellos; y en ese momento no hubo fuerza en la tierra capaz de detener sus impulsos. Unió su cuerpo al de Ten desde atrás y sin esperar un segundo, besó su cuello con dulzura.

Ten pegó un pequeño salto al sentir los brazos del mayor rodearlo y luego suspiró por los labios húmedos besar su cuello.

—John... por favor...

Los brazos a su alrededor lo unieron aun más al cuerpo contrario, transimitiendole una tranquilidad casi abrumadora que hizo derretir el corazón de Ten.

—Alguien podría vernos—dijo entre suaves y casi inaudibles jadeos. Ten rio internamente por esa mala excusa, pero si John no se separaba él tampoco podría hacerlo.

Como respuesta, John lo llevó hasta detrás de su pequeña casita y apoyó el pequeño cuerpo de Ten contra las decenas de enredaderas. 

El menor suspiró pesadamente, como cuando sabes que perderás algo no importa lo que hagas, y tomó el borde de la camiseta de John para atraerlo a si mismo. El más alto correspondió al desesperado beso de Ten con su misma desesperación, y si alguien pudiera haberlos visto conociendo su historia; en vez de tristeza sentiría una enorme angustia. Una inmensa pena por los dos amantes que aunque querían conocerse más a fondo para quizás en algún futuro poder ser más que dos amantes. Pero no podían, porque John se iría en nada y todo lo vivido pasaría a ser parte de un recuerdo que permanecería en secreto.

Luego de lo que para ellos parecieron escasos segundos (pero fueron más de diez minutos) Ten se separó de John y con una pequeña sonrisa susurró en uno de los oídos del contrario—¿a qué hora te vas?

—Mi micro sale a las dos—respondió igual de bajito que Ten, mientras sus dedos acariciaban la cabellera contraria.

—Hay tiempo para que te muestre un lugar que me gusta mucho.

las gotas a la anémona ; johntenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora