Los gritos del alma perdida caló los antiguos huesos del la muerte como nunca nada lo había hecho. Había sido lo más triste que había visto en aquellos agonizantes trescientos años; la despedida con la mujer que amaba no se había comparado con el dolor impreso en aquella niña al ver al Goblin desaparecer frente a sus ojos. Se quedó inmóvil, derramando lágrimas que no le correspondían, sintiendo lástima y una buena cantidad de culpa apuñalar su pecho.
Tragó su amargura, toda la que pudo pasar por su garganta y se giró dándole la espalda a algo que ya no podía salvar. Parte de su reciente condena era que la historia de su pasado volviese a repetirse, una y otra vez con el mismo triste final. Y era insoportable, no podía seguir viendo aquello; como había llegado, se marchó, sumido en un sepulcral silencio, ahogado en llamas de sufrimiento y acompañado, aún, por los gritos de Eun Tak.
Deseó, por primera vez, estar realmente muerto...