¿Y qué pediste, amor?

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Si había una palabra que Liam amaba usar para describir a Zayn cada vez que podía, esa era "precioso". Aunque aun así, le parecía que la palabra se quedaba corta.

Zayn no sólo era lindo, o guapo, o bonito, ni siquiera era hermoso. Zayn era precioso, como un ángel o una estatuilla de porcelana, era como algo caído directamente del cielo.

Verlo era mágico, era como si estuviese envuelto en algún hechizo con polvo de hadas que lo hacía simplemente irresistible. Desde sus labios rojos, sus caderas estrechas a sus brillantes ojos avellana.

Oh, sus ojos.

Sus ojos eran la parte favorita de Liam, eran como un par de estrellas y no podías no perderte en ellos, y al mismo tiempo eran lo único que podía traer a Liam de regreso a casa.

Y no sólo con eso, Zayn tenía esas preciosas pestañas. Tan largas, rizadas y oscuras, que varias veces se había ganado quejas de envidia por parte de la población femenina y burlas de los chicos porque parecía que llevaba maquillaje.

No necesitaba nada de eso, Zayn había ganado la lotería de la genética y uno de los premios fueron esas perfectas pestañas.

Esas pestañas que Liam amaba contar cuando el menor dormía y estas descansaban en sus mejillas sonrojadas. Parecían infinitas, era inútil tratar de hacerlo pero Liam no se rendía.

Lo miraba fijamente, sin poder conciliar el sueño al tener tal belleza frente a él, hasta que Zayn se despertaba gruñón por su pesada mirada.

-Li, ya duermete-se quejó el pelinegro, sin abrir sus ojos y acercando más su cuerpo al de Liam inconscientemente.

Zayn solía ser tímido con las demostraciones de afecto y contacto físico en público, pero cuando estaban solos, el pequeño azabache parecía un koala sobre su espalda sin descanso.

Liam adoraba aquello, adoraba todo lo que se relacionaba con Zayn en realidad.

-Que te duermas, no puedo dormir si me estás mirando tan fijo como un loco-insistió el menor, frunciendo su sueño aun adormilado y haciendo un pequeño puchero.

El castaño sonrió enternecido, conteniendo sus ganas de devorar el adorable puchero de su tierno novio porque sabía que estaba cansado y debía dejarlo descansar. Pero es que, ¡no podía evitarlo!

Nadie podía culparlo por querer mirar las veinticuatro horas del día a alguien tan precioso como Zayn. Tan perfecto, angelical y etéreo, Liam no sabía qué otra palabra podría usar.

Necesitaba comprar un diccionario, porque realmente ninguna de esas palabras lograban describir correctamente al ser tan especial que Zayn era.

-Lo siento, bebé-se disculpó el mayor en un susurro, llevando su mano libre al cabello ajeno para acariciarlo con parsimonia-Sabes que no puedo evitarlo, no es mi culpa-

-Ah, ¿y de quién es, entonces?-

-Tuya-se burló Liam.

-¿Mía?-con eso, Zayn por fin abrió sus hermosos ojos y miró mal a Liam-¡Qué culpa tengo yo!-

Liam se quedó embobado, viendo los ojos de Zayn brillar por el reflejo de la luna que entraba por la ventana y sus pestañas le hacían un marco perfecto a su mirada inocente.

-Eres lo más precioso que mis ojos han tenido el honor de ver, Zaynnie, no puedes culparme de querer hacerlo cada vez que puedo-respondió el mayor, sin una pizca de vergüenza.

Las mejillas de Zayn se llenaron de color y quiso esconderse al escuchar las palabras tan cursis de su novio. No importaba que ya tenían casi cinco años juntos, Liam siempre lograba hacerlo sentir como una niña enamorada.

𝐏𝐈𝐃𝐄 𝐔𝐍 𝐃𝐄𝐒𝐄𝐎 | 𝐙𝐈𝐀𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora