capitulo 3

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 Elizabeth tenía cogido de la mano a Charles, se encontrabanambos en el vestíbulo esperando a Lord Vincent. El nudo deaprensión que parecía acompañarla siempre que se encontrabacon el conde le dificultaba la respiración, debía concentrarse enrespirar tranquila y profundamente, pues si no lo hacía así seencontraba tomando aire como si este se fuera a acabar. Elpequeño Charles la miró extrañado y dijo, quejándose:- ¡Ay! ¡Me haces pupa!Elizabeth aflojó la mano a la vez que se inclinaba y depositaba unbeso sobre la coronilla del niño. Se regañó a si misma, sunerviosismo era totalmente injustificado, sólo iba a pasar una

tarde de pesca con su pupilo, eso era lo que tenía que pensar y loque se repetía constantemente, pero para Elizabeth todo lo queconcernía al conde le afectaba de una manera muy extraña:cuando lo veía su pulso se disparaba, si este le hablaba le daba lasensación de que se volvía torpe y tonta pues no era capaz deseguir su conversación con naturalidad, cuando alguiencomentaba algo sobre él, por nimio que fuera, toda su atención se

volvía hacia sus palabras….Ella trataba de no pensar mucho en el

porqué de estas reacciones y lo atribuía a la natural curioidad,aunque en realidad era consciente de que nada en su actitud haciaél era natural, sólo esperaba con fervor que él no notase nadaextraño en su forma de comportarse.Su madre les había preparado una cesta con algunas viandas porsi les daba hambre; a ella toda la situación se le antojaba irreal: lainstitutriz iba a pasar un alegre día de pesca con su pupilo y connada más y nada menos que un conde, pero nadie más que ellapareció ver extraña la situación, bueno ella y la condesa viuda.Cuando poco antes Charles había hecho la habitual visita matutinaa su abuela ésta había notado en el pequeño una gran inquietud;al hacérselo notar a Charles, éste con todo su candor infantil habíarespondido:- Es que mi papá nos está esperando porque vamos a pescar.La condesa la miró con la barbilla baja y levantandoexageradamente la vista, como si la mirara por encima de unaslentes imaginarias.- ¿Tú también vas, muchacha?- Así es milady.La condesa no añadió nada más pero Elizabeth había adivinadoque la idea no le parecía demasiado adecuada; había buscado lamirada de Emily que se encontraba tras la condesa, como casisiempre, y no pudo deducir nada por su expresión ya que estapermanecía tan seria como acostumbraba. A decir verdadElizabeth sólo había visto relajarse el semblante de la jovencuando miraba o hablaba con Lucas, entonces parecíatransformarse y una gran alegría invadía su mirada. Era una chicaextraña y Elizabeth desconfiaba un poco de ella pero si erasincera consigo misma tenía que admitir que tal vez se trataran

de celos ya que jamás había tenido que compartir el cariño deLucas con nadie.Escucharon los fuertes pasos de Lord Vincent y Charles se soltó desu mano y salió corriendo al encuentro de su padre:- ¡¡Papá, papá!! ¡Vámonos ya!Lord Vincent revolvió cariñosamente el oscuro pelo de su hijo.Llevaba en la mano dos cañas, una de ellas muy pequeña.- No seas impaciente, no tardaremos nada en llegar.Elizabeth permanecía en silencio, tratando de dominar susemociones. Al verla de pie en el vestíbulo el conde inclinólevemente la cabeza y murmuró:- Buenos días señorita Sommington.- Buenos días Lord Vincent.- ¿Está usted lista para pasar un día de pesca con un expertopescador de tres años?- Yo diría que sólo cabe decir sí, si no quiero enfrentarme a lasiras del pequeño Charles.El conde le sonrió abiertamente y a ella el corazón le dio unvuelco: si generalmente era un hombre de un atractivo imponentecuando sonreía podía provocar que cualquier corazón femeninose detuviera dentro del pecho.El camino hasta el recodo del lago era precioso: tenían quecruzarlo casi completamente y adentrarse un poco hacia el oeste,allí vieron una pequeña ensenada y a sus espaldas como mudoscentinelas altos y frondosos álamos plateados movían sus hojas alcompás de la suave brisa. El camino lo hicieron en total armonía,ambos cogiendo de la mano a Charles y respondiendo a lasinfinitas preguntas que les formulaba el pequeño; cuandollegaron al lugar en el que iban a pescar Elizabeth eligió el pie deun gran álamo para soltar la cesta y se acercó hacia padre e hijopara observar como preparaban las cañas.- No he traído una caña para usted pero he pensado quepodríamos compartir la mía.- Oh, bueno, no se preocupe, a mí ya me resulta encantadorobservar este paisaje y me divertiré mucho viendo como pescanusted y Charles.- Seguro que yo

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2014 ⏰

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