Kara Danvers se encontraba de pie, justo al final del pasillo de una abarrotada iglesia. En el altar Lena Luthor y Maxwell Lord se preparaban para unirse en sagrado matrimonio. Era la boda del año. Meses de preparaciones para preparar un enlace a la altura de dos de las familias más ricas de la ciudad. Nada podía salir mal. O eso pensaba Lillian Luthor mientras veía a su hija a punto de convertirse en la señora Lord. Una niña rubia de piernas regordetas llevaba la bandeja con los anillos hacia la posición de los novios. Caminaba con la espalda erguida consciente de la importancia del momento.
-¿Estás segura de lo que vas a hacer? -cuestionó Alex al oído de Kara haciendo que ésta sintiera un escalofrío.
-Claro que lo estoy. Es la única forma de salvarla.
-Alex, tú...
-Es ella o yo. Siempre ha sido así. Espero que pueda perdonarme.
-Le romperás el corazón si lo haces. No puede olvidarte. Seguirá conservándote en su memoria. Eres su alma gemela.
-¿Crees que no lo sé? Claro que lo sé. Pero yo soy la causa de la guerra. Sin mí, vivirá.
-Winn no te dio ese amuleto para que lo usarás de ese modo. Sólo tienes que impedir que la conozcas. Nada más.
-Alex. Eso no es suficiente. Y lo sabes. Estamos destinadas y no puedo permitir que Lena muera. Tengo que...tengo que hacerlo. Lo siento -lo besó en la mejilla-. Te quiero, Alex. Siempre.
-Kara, por favor.
La joven sonrió con tristeza. Aplausos irrumpieron la solemnidad del acto en honor de los recién casados. Helena Smith se escabulló entre la multitud. Su destino era la sacristía. Estaba a tan sólo unos pasos de alcanzar el pomo de la puerta cuando una mano la agarró por el brazo. El corazón de Kara dio un vuelco.
-Cariño, ¿qué haces aquí? ¿No vas a felicitar a los novios?
-Claro, mamá. Ahora voy. Dame un minuto. Me he dejado el bolso dentro.
-Vale. Tienes que conocer a Lena. Es un encanto.
"Lo sé, demasiado bien", pensó Kara. Respiró con alivio al volver a quedarse sola. Antes de entrar sacó un pequeño frasco del bolsillo y le dio un sorbo.
Cerró la puerta tras de sí con pestillo. No quería que nadie la interrumpiera. Su irrupción hizo que una joven de cabello rubio y ojos azules alzara la vista hacia ella.
-¡Vaya! Me has asustado. ¿Te puedes creer que me he dejado el bolso aquí? Soy un desastre andante -sonrió mostrando su perfecta dentadura.
-No te preocupes. No volverá a pasarte nunca más.
Kara la apuntó con un puñal que tenía escondido tras su espalda.
-¿Qué...? ¿Qué haces? -La joven dio varios pasos hacia atrás para terminar acorralada en una esquina.
-Lo siento -susurró Kara acercándose a ella. Alzó la fina hoja y un brillo metálico se reflejó sobre la pared.
-No, no lo hagas. Ayuda, por favor. ¡Ayuda! -gritó la joven. Estaba paralizada por el miedo. Kara escuchó pasos acercarse. Debía darse prisa.
-Créeme, me va a doler lo mismo que a ti. -Varias lágrimas resbalaban por sus mejillas. ¿En qué momento había empezado a llorar? Daba igual, ya nada importaba.
-Perdóname, Lena -susurró a la par que el metal penetraba en el pecho de la joven. La sangre caliente comenzó a brotar de la herida, pero no se detuvo. "Clávalo hasta el final o no funcionará" le había dicho Winn. Alaridos de dolor se escaparon de ambas bocas. Con manos temblorosas soltó el puñal, el cual quedó incrustado en el otro cuerpo, como la asta de una bandera. La puerta se abrió de golpe. Alex apareció con el rostro desencajado.
-Cuídala. Prométemelo. Alex, ¡prométemelo! -gritó. Ya no le quedaba tiempo.
-Te lo prometo.
Alex Danvers observó como su hermana se difuminaba hasta desaparecer por completo. Tomó el amuleto que colgaba de su cuello y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir estaba en su apartamento. Rápidamente, corrió hacia una de las ventanas y miró a través del impoluto cristal. National City permanecía tranquila.
-Lo has conseguido. Lo has conseguido -repitió rompiendo a llorar desconsolada.
Kara Danvers se había sacrificado por una ciudad que jamás lo sabría, por Lena, para salvarla.