Paris.

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Eris, la diosa de la discordia, está molesta por no haber sido invitada, se presenta en la boda de Peleo, y deja una manzana dorada con la frase 'para la más bella'. Tres de las diosas presentes, Hera, Atenea y Afrodita se pelean por la manzana, por lo que Zeus escoge como juez para dirimir la disputa al príncipe pastor de Troya, Paris.

Todos hemos estado en situaciones asfixiantes, situaciones que nos hacen sudar cual río.

Donde no sabemos a quien escoger, a quien amar, a quien entregarlo todo.

A veces, nos sentimos presa de nuestra propia mente sufriendo un Déjà vu de nunca acabar. Parece mentira que imaginamos un futuro con alguien que ni siquiera conocemos a ciencia cierta, o bien, buscamos un futuro con aquella persona especial, nos queremos dedicar a amar y apreciar a alguien mas, es algo que buscamos siempre, desde los inicios.

Cuando estamos agusto con lo que tenemos, descuidados lo que amamos, a veces nos importa más lo material para valorar a una persona, para decir algo sobre alguien sin saber que daños podemos causar, ó, simplemente, cuanto nos van a ignorar.

Era el primer año de curso de los gemelos Pines en la preparatoria de New Jersey, todo iba como solía ir en sus grados anteriores a ese, Stanley se apoyaba en si hermano Stanford para pasar con suerte, quizá un extraordinario pero son cosas con poca relevancia.

Era de esperarse que todo fuese de una forma, habían chicas de semestres distintos interesadas en Stanley, le buscaban en el receso para hablar con el - más bien, coquetear - y sacarle unas sonrisas, esto último no era tan complicado ya que él siempre había sido un muchacho alegre y positivo, alguien que contagiaba su alegría, con sus chistes y sus espontáneos comentarios en los momentos indicados.

A Stanford... le apetecía mejor tomar sus clases con normalidad e ir a la biblioteca un buen rato, después, iba a casa acompañado de su hermano, alguien le que le alegraba más que a todas la chicas que se la pasaban con él. Los chistes que le contaba Lee a su hermano mayor eran absolutamente exclusivos para él, sabía que tipo de humor le gustaba a su mitad. Ambos disfrutaban a sus sonrisas, de su amor, que aunque pareciera meramente fraternal, sólo un amor de hermanos, podía a llegar ser más que eso ya que ambos sentían la necesidad de estar juntos, de amarse, de protegerse y ayudarse; podía parecer normal, para muchos así lo era, para otros, simplemente no se explicaban la forma en como ambos se hablaban sin necesidad de palabras, con sus miradas se transmitían pensamientos, locuras y amor.

Ambos eran perfectos juntos, un dúo dinámico.

Sin embargo, ninguno tenía el valor o incluso, la necesidad de confesar su amor, algo dentro de ellos ya sabía de ello, ya sabían que ambos se amaban, pero preferían hacer como si nada pasara, como si sólo actuarán de una manera cariñosa, nunca más. Ellos sabían que eso era mentira.

Ahora ellos se encontraban en la playa, la playa que compartía su compañía, donde ambos eran libres de llorar si era necesario sin tener que lidiar con la gente molesta.

"Vale, que ya falta poco para el día 14, ¿vas a dar la rosa" Stanley se mecia con lentitud, dejando entrar el aire fresco y puro de la playa a sus pulmones, dejándole una satisfacción muy buena.

"¿Una rosa? ¿Para qué?" Stanford despegó su mirada del libro que sostenia, el estaba estático en su columpio que tenían desde muy niños, en medio de la arena con una vista perfecta al mar y sobre todo cuando el sol se despedía de ellos, dejando una hermosa escena que ambos amaban.

Paris [Stancest] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora