Hija única, apreciada y atendida a buen gusto, era aquella que tanto anhelaban los reyes de aquél país francés monárquico actual. He rechazado a varios pretendientes por el único hecho de mejorar la economía de sus países determinados, y no por algo más. Absolutamente, mí padre, el Rey Jwan Giovanni, me exigía elegir de forma urgente un esposo así ''crecer'' nuestro árbol biológico, afirmé la cantidad de esas veces, aguantando mí enojo para no generar más problemas de los que llevan los reyes de Francia. Recuerdo cada noche, antes de ir a la cama, asomarme por la ventana y reposar la vista en cada noche estrellada, diciendo ''¿Cuándo vendrá mí príncipe azul a rescatarme de éste castillo y me llevará a su palacio real, como los cuentos de hadas?''.
Un día, me levanté en una mañana y lo primero que escuché al despertar, fueron gritos que venían del comedor real. Arreglé un poco mí aspecto físico y salí con lentitud de mí habitación hasta obtener una cierta distancia de aquella sala, y me percaté aquellos reyes discutir, y era... bastante raro, hasta lograr escuchar a mí padre mencionar una guerra entre nuestro país e Inglaterra, quedándome impactada. Sin crear algún ruido extraño, me dirigí rápidamente a mí lugar de descanso.—¿ Qué haremos? No deseo perderlos a los dos...
Me exclamé mientras que caminaba por toda la sala, abrazándome cómo sí fuera el último día de mí vida, mí presión se iba por las nubes y mí preocupación aumentaba aún más, hasta que la puerta se abrió y logré ver a mí sirvienta, ya era hora del desayuno.
Maid:—Mad'am, ¿Se encuentra bien?
—Perfectamente.
Maid:—¿Está segura? La veo pálida.
—Hágame caso. Ahora haga su trabajo cómo cada mañana, por favor.La sirvienta asentía de forma respetuosa y empezó a vestirme.
Después de aquella rutina diaria, salí de mí habitación con un bello vestido blanco que dejaba al desnudo mis hombros y parte de mí pecho, caminé con lentitud hasta aquél comedor mencionado antes, me establecí en uno de los asientos de la mesa real mientras esperaba mí té.