Amanezco cubierto por las sombras y guiado por los espectros del vapor, el alba sigue alejada de mis sueños.
La noche profunda y dominante irradia su oscuridad por sobre mi piel, busco los sueños del mañana mortificando el presente mientras avanzo por el desolado camino donde los corceles de hierro avanzan a velocidades inimaginables, dejando inaudible el mundo que me rodea.
Encuentro a una madre despojando la felicidad de su hijo, encarcelando su imaginación, cual canario en aviario, carne para el halcón, otro más entre miles.
Mis oídos, sordos, para no oír la realidad, escapo del presente tan solo un breve periodo de tiempo, tiempo que no existe, se congela y desaparece.
Lo único que va quedando es el acelerado ritmo de vida, deseando el pasado, cuando los tiempos eran mejores.
Solo queda esta cárcel, llena de personas, desconocidos con los cuales pasamos toda nuestra vida, con los que vivimos más tiempo que nuestras propias familias, las que se olvidaron de nuestro rostro, convirtiéndonos en un frio recuerdo que pertenece al vacío, porque jamás existió en el pasado o en el presente. Vuestro futuro está lleno de dichas y sueños archivados en estante de fino cristal.
Cual piezas de domino, hechas polvo por el paso del tiempo, inmovibles del frágil y estéril suelo que las sostiene, reside cada una de tus personalidades.
Como las bellas personas que pasan por el breve filme, que conforman los pequeños momentos, diminutas experiencias, creadas a partir del más resistente diamante, eternas en comparación a nuestra débil carne.
Me pierdo día a día en el amanecer que ilumina la tierra, encerrado en mi fría y oscura celda, desaparece ante mis ojos el destello de vida, para introducirme a través de una pantalla a otro universo.
Siento el fuego en mi alma que se extingue lentamente, apagando el que fui en el pasado, volviéndome tan frio que congelo a los que me rodean.
El cristal me impide sentir el viento, el que mi piel no disfruta hace décadas, cuando existía el sol, me priva de la lluvia que necesito en mi rostro para desahogarme y no llorar por el dolor que he sentido toda mi vida.
Todo acaba cuando el sol decae en el horizonte, esa lejana esfera ardiente, la que siento cada vez con mayor intensidad.
El camino a casa me da esperanza de que mañana pueda vivir, finalmente decaigo en una cómoda cripta para descansar mi cuerpo y repetir el proceso de deshumanización nuevamente día a día.