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A los 11 años mi madre me anotó en clases de ballet. Lo detestaba, pero seguía para no decepcionarla ya que ella siempre quiso ser bailarina, pero no pudo.

Cuando cumplí 18 años me mudé a Corea del Sur y continué con las clases ahí, y fue cuando la conocí.
Ella bailaba con una delicadeza indescriptible; cada paso era como ver a un ángel bailar.
Al principio pensé que estaba enamorada de su manera de bailar, pero cuando ella habló conmigo sentía que mi corazón iba a detenerse en cualquier momento.

El ballet empezó a fascinarme, tanto que no me perdía ninguna clase y entrenaba siempre que podía. Quería que ella admirara mi danza tanto como yo admiraba la suya.

Estábamos ensayando para una presentación. Me esforcé muchísimo para hacer todo bien.
Cuando faltaban tres semanas para la presentación, todas teníamos días de entrenamiento sin descanso.

Yo me sentía cada vez más apasionada por ella. Sentía en el pecho una pequeña puntada cada vez que me sonreía.
Decidí invitarla a salir, sería divertido ya que cada momento que pasaba con ella era increíble.
Cuando Momo me dijo que sí, supe que necesitaba decirle lo que sentía por ella.

Me declaré el día de nuestra presentación, justo antes de subir al escenario.
Momo sonrió, me dijo que se sentía de la misma forma e iba a besarme, pero nos llamaron para salir.

Recuerdo que la presentación había sido perfecta. Los aplausos fueron como el segundo regalo del día.
Momo me acompañó a mi casa aquel día, íbamos de la mano y sonreíamos como nunca.
Yo no podía estar más feliz; la persona que amo me ama también.

El ballet se convirtió en mi segunda pasión, ya que la primera eras vos, Hirai Momo.

Con los años nuestro amor creció y adoptamos a nuestra pequeña y hermosa bailarina.
Cuando las veía bailando juntas sentía que veía a dos ángeles.
Realmente no podía estar más feliz, la tenía a ella y a nuestra pequeña estrella.

𝖻𝖺𝗅𝗅𝖾𝗍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora