El pueblo de Calamata

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Primer mini historia:

En lo más profundo de la tierra mágica, allí donde ocurrían cosas maravillosas, donde todo era alegría, amor y compasión, las hadas ancianas regían su comarca, velaban, mantenían el orden y la paz, gracias a su sabiduría y poder.

En ese mes lunar, el pueblo de Calamata se encontraba de fiesta, pues celebraban la llegada de la prospera primavera; banquetes, arpas y danzas majestuosas y de ensueños adornaban la velada. Todo brillaba, todos reían a carcajadas hasta que, el aroma a flores silvestres que bañaban la comarca, se vio, de repente, teñido por un putrefacto hedor. Las plantas se marchitaron y en el centro de la aldea, un almendro cargado de frutos secos y rancios, floreció.

—Creo conocer ese aroma —dijo Montse, la nieta de una de las ancianas— lo sentí en una oportunidad cuando juntaba hierbas con mi abuela —el terror bañó cada una de las facciones de la adolescente— nos habíamos alejado lo suficiente como para divisar el inicio del bosque negro.

Era allí donde cada criatura divina o animal temía caer alguna vez, así fuese por accidente, pues quien mal se aventuraba en esa zona jamás volvería, no al menos siendo él mismo. Un sonido ensordecedor obligó a todos a caer al suelo sobre sus rodillas, aletargadas y sin saber si quiera qué ocurría, intentaron ponerse en pie pero no podían. La magia negra abarcó cada rincón de la aldea dejándolos vulnerables.

Donde fuera que sus ojos mirasen, soldados aberrantes del duende allí estaban, y entonces lo supieron. El orden y la tranquilidad fueron alterados, las ancianas protectoras asesinadas y, un pueblo de hadas sometido. El reino del gran y temido Tristán había llegado, ese que desde las sombras de la oscuridad guiaba las más atroces aberraciones.

—Tú, tú vendrás conmigo —advirtió tomando a la nieta de la anciana por su frágil antebrazo.

La joven intento alejarse pero sus débiles aleteos no sirvieron de nada, pronto cayó en un sueño, una especie de limbo que no hacía más que obedecer a Tristán, quien se la llevo sin mayores miramientos, dejando a la comarca desprotegida, sin las ancianas y sin Montse, quien pudiera protegerlos.

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