La alarma en el reloj de la mesa de noche sonó estridente. La mañana empezaba a despuntar y un nuevo día empezaba para Sam.
Ya que se había despabilado, abrió su ventana para dejar entrar la luz del día. Habían pasado ya seis largos meses desde el ataque nuclear. El haber salido del refugio después de toda esa espera había sido un gran riesgo. Los que sabían de eso de la guerra atómica decían que la radiación disminuiría al cabo de un par de siglos... Pero los instrumentos del refugio mostraron niveles muy bajos de radiación hacía apenas un par de días... Seis meses después del ataque...
Sus recuerdos de esos días, cuando se veían los proyectiles caer del cielo por docenas, le resultaban borrosos, difíciles de ubicar en su memoria... El rugido de las explosiones... El calor abrasador que empezaba a inundar el ambiente... La luz segadora que llegaba por todas partes... Los gritos de la gente que era fulminada por las explosiones, o que gritaba desesperada ante los efectos de la radiación... ¡Y él nada! ¡No era posible que no sintiera los efectos de la radiación, del calor de las detonaciones, de los destellos de la fisión nuclear que estaba desintegrando el mundo como lo había entendido la humanidad por siglos! ¡Algo había que no estaba bien, que no era lógico!
Sin embargo, logró llegar a un refugio... Al qué nadie más había llegado. No era muy amplio. Posiblemente podría albergar a una familia pequeña, de unas cuatro o cinco personas. Tenía suministros para unos siete un ocho meses, restringiendo el consumo. Pero él estando solo, podría hacerlo rendir hasta un año.
Al cabo de los seis meses de su encierro en el refugio, revisó, como era su costumbre, los instrumentos de medición del nivel de radiación del exterior. Los instrumentos registraron que el peligro era inexistente... Los niveles eran normales... Como sí nada hubiera pasado...
Y entonces, Sam decidió salir y aventurarse al exterior del refugio.
La destrucción era indescriptible... Las ruinas de lo que habían sido edificios de departamentos, bloques de oficinas, o edificios públicos, dominaban el entorno... Destrucción más allá de la imaginación...
Era un aspecto a la vez de terror y de profunda depresión. ¿Qué había hecho que los líderes de las potencias se decidieran a tomar la última decisión? Para nadie era extraño el hecho de que, si se llegaba a la guerra atómica, nadie saldría de ella. Y aunque los líderes contaban con refugios muy sofisticados, no habían dado señales de haber sobrevivido a la catástrofe nuclear.
Todos los días Sam escuchaba el radio que estaba en el refugio, en espera de algún mensaje de los líderes explicando el motivo del ataque, o dando de esos discursos de esperanza a la población ante lo que se vislumbraba. Nada... Silencio... Sólo estática, sin duda como consecuencia de la radiación.
Había encontrado una pequeña casa en buen estado. No veía cadáveres de quienes habían vivido ahí... Al menos se había ahorrado ese rato desagradable... A decir verdad no sentía ningún remordimiento por usar esa casa como propia. Estaba desocupada, él necesitaba un lugar dónde vivir y, sin duda, nadie le reclamaría el que viviese en ella. ¿Cínico? Sí..., pero en un mundo como el que estaba viviendo no daba mucho espacio para escrúpulos. Desde que había encontrado la casa se había desecho de las provisiones que estaban en ella. Sin duda estarían contaminadas por la radiación. Había traído algo de comida del refugio. Lo tenía como despensa para abastecerse de alimentos limpios de radiación. La variedad no era mucha, pero era comestible al fin. Los electrodomésticos de la casa parecían funcionar bien. El refrigerador, aparentemente, sí mantenía fría la comida, y conservaba lo que se le ponía dentro. La casa tenía una estufa eléctrica, y sí calentaba los sartenes que usaba para cocinar, que había traído del refugio.