Porque nos ahogamos en el aire

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Por los mares atrapados en nuestro interior.


A mar

En una bahía sin sueños caían las gaviotas sin alas para no volver a navegar el cielo, la sombra se espesaba sobre el dueño que producía una melodía en un silencioso tarareo. Las hierbas altas se sacudían desesperadas, mostrando cómo la brisa corría sobre ellos.

El soñador y sus sueños muertos.

—¡Raúl! —resonó a lo lejos—. ¡Raúl! Demonios, al menos reconoce que te estoy llamando.

Al llegar junto al mencionado las mejillas del recién llegado se abrumaban del rubor ante el esfuerzo realizado, luego de recorrer media ciudad hasta finalmente dar con su distraído hermano, que solo lo había convocado con un mensaje enteramente vago que ponía «encuentrame en un mar vivo» que no había hecho nada para facilitar la búsqueda, dado que las costas que se extendían por esos lares parecían no conocer de finales.

Podía sentir la arena dentro de sus zapatos, la corbata hacía rato que había volado lejos y percibía el olor del mar adherido a su piel. A sus cincuenta y tantos años ya no podía lidiar con esos trotes como hacía de muchacho, se había adaptado a la monotonía de su trabajo pegado al escritorio como para correr libremente en la playa como aún solía hacer su hermano menor, siempre negando sus propuestas de trabajo y aferrándose a sus delirios de arte sin consumar. Raúl era un compositor sin final, como un ruiseñor que olvidaba cómo cantar. A su hermano ya le venía siendo la hora de despertar, el problema era que no sabía si lo podría aguantar o la fragilidad de su caos lo podría acabar.

—¿Por qué me citaste en este lugar? No es usual en ti encontrarte conmigo, usualmente soy yo quien debe perseguirte hasta que te dignes a dejarme una carta contándome cómo va todo. O cuando me pides dinero, que por cierto no tengo para prestarte.

Finalmente Raúl lo observó, su cabello estaba casi tan revuelto como lo que surcaba en su mirada. Había un brillo casi chispeante saltando en sus ojos con emoción apenas contenida.

—La encontré, hermano. Luego de tanto tiempo finalmente la he encontrado y la he atrapado, ya no se irá jamás. Sé lo que tengo que hacer.

Con una mirada rayando entre el desconcierto y la desconfianza el mayor formuló la cuestión, no sin antes vacilar por la contestación.

—¿A quién, Raúl? ¿A quién has atrapado?

—¡A mi musa! Aquella piedosa y cruel amada, ¡mi inspiración! Tengo una melodía y necesito que me consigas un piano donde pueda plasmarla.

Su hermano se llevó una mano al pecho y suspiró en lo que este dejaba de latir como loco. En medio de su trayecto como artista Raúl había cometido más errores de los que podía reconocer. De excederse con el trabajo hasta derrumbarse de la fatiga, a ataques de ira que involucraban partituras e instrumentos destrozados, y en cierta ocasión, una nariz rota que le había dejado el tabique ligeramente desviado como recuerdo. Era voluble, un día estaba volando entre las nubes y al siguiente se ahogaba en las profundidades del mar. Aún así no sabía hacerlo parar, no podría aunque quisiera, tenía la certeza de que Raúl se desvanecería el día en que sus notas lo hicieran. Es por ello que seguía manteniendo su vínculo pese a que la gente le decía que su hermano estaba loco, que no conseguiría nada porque no era talentoso ni perseverante, porque era un vago y no tenía un futuro. Por eso debía vivir a Raúl en presente.

—Está bien, te lo conseguiré tan pronto como tenga tiempo —hizo una pausa, dudoso por preguntar—. ¿Qué será esta vez? ¿Una sinfonía o algo así...?

—No —repitió la negación con su cabeza mientras se ponía de pie—. No será como nada que hayas escuchado, que haya escuchado nadie.

Se le escapó una sonrisa.

A MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora