La magia de la diferencia

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La alarma sonó a las 6 de la mañana

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La alarma sonó a las 6 de la mañana. Fue uno de los únicos días en los que me dio miedo levantarme, pero mis ganas de enfrentarme a una de las experiencias que recordaría toda mi vida me impulsó a hacerlo. Me bañé y empecé a buscar la ropa adecuada para ir a ese lugar. "Si me pongo esta blusa rosada, pensarán que soy una estudiante más; pero si uso este saco formal, no les inspiraré confianza". Pasé 30 minutos eligiendo mi atuendo y, al final, me decidí por la camiseta distintiva de mi carrera. Una que dice: "Los héroes no usan capa, enseñan". Pensé que era un mensaje perfecto para todos los que conformarían mi pequeña familia (no por número, sino por edad).

A las 7 de la mañana, entré al colegio en el que estudié por ocho años. Jamás imaginé que entraría de nuevo con un papel distinto al de estudiante. Era extraño. Por un momento pensé en regresarme, pero claramente era un pensamiento producto de mi miedo y nerviosismo. Pregunté el número del salón que me correspondía y camino a él, sentí que el colegio era mucho más grande de lo normal.

Al entrar, presencié 15 tiernas miradas que venían acompañadas por una sonrisa propia del espíritu infantil. "¿Tú eres nuestra profe?", todos preguntaron en coro, como si se hubieran preparado para decirlo. Asentí con la cabeza y mostré una sonrisa nerviosa. Al instante, entró el director del instituto de idiomas para el que estaba trabajando. Se ubicó enfrente de todos y empezó a darles recomendaciones sobre las clases de inglés que recibirían conmigo. Los niños, confundidos con lo que el director les decía, sostenían su mirada sobre mí, como pidiendo que les repitiera todo. Evidentemente no entendieron nada.

Después de que el director se fuera, con voz bajita y dulce, una niña me dijo: "Profe, dinos que tú sí hablas español, por fa. Nosotros no sabemos nada de inglés". Parecían un poco preocupados por recibir clase con alguien que no manejara su lengua materna. Pero estoy segura que les di un aire de alivio cuando les dije con una sonrisa: "tranquilos, niños, yo sí hablo español".

El día anterior, había hecho un plan de clase con mil cosas. Me tomó horas hacerlo. Busqué en mis libros, visité muchas páginas de enseñanza e, incluso, le hablé a mi mamá para que me diera ideas. Quería que todo estuviera organizado y que mis pequeños estudiantes tuvieran la oportunidad de aprender y ser felices a la vez.

Escribí todo lo que haría en clase, como si de una receta se tratara. Mi mamá y mis profesores de la universidad me lo advirtieron muchas veces: "no siempre te va a salir bien lo que planees. Habrán días en los que no tendrás idea de qué hacer y en ese instante, lo que estudiante de pedagogía se esfumará". Sí, tenían razón... Todo iba muy bien. La clase pasaba entre juegos y actividades, tal y como lo pensé. De repente, entró con timidez un pequeño de 8 años. Le pregunté su nombre tres veces y nunca me respondió. Sólo agachó la cabeza y decidió sentarse en la parte trasera del salón. A pesar de que lo invité a integrarse a la actividad varias veces, no quiso hacerlo. La razón era poderosa. Tenía un trastorno del lenguaje: al hablar con los demás, omitía muchas palabras y no lograba comunicar lo que quería. Era claro que esto le provocaba vergüenza y la actividad que estábamos haciendo (cantar las letras del abecedario) pondría en evidencia su problema.

Cuando me enteré de su situación, no supe qué hacer. Muchas de mis actividades implicaban hablar y cantar. Pero tenía que hacer algo. Entonces, decidí reestructurar mis clases y empecé a incluir actividades de escritura, lectura y movimiento. Esto funcionó a la perfección en él porque estas habilidades las tenía perfectamente desarrolladas. De hecho, era uno de los primeros en terminar estos ejercicios. Todos lo apoyaban en las actividades de pronunciación, y en las de escritura, era él el maestro. Su cara de felicidad era el mejor regalo para mi labor.

Lastimosamente, este pequeño estaba de paso. Sólo nos acompañó tres semanas. La idea era que tuviera una experiencia de integración durante sus vacaciones y ese tiempo había pasado.

Aunque me dio tristeza saber que se iba, experimenté la sensación más bonita. De alguna manera había cumplido con mi objetivo: permitir que mis estudiantes aprendieran siendo y sintiéndose felices.

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⏰ Last updated: Aug 31, 2018 ⏰

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