Ojalá nos hubiéramos conocido en otro momento. Tal vez si fuéramos más grandes entendería qué me pasa cuando miro tus ojos de nuevo.
Se cuelan en mi piel y me calan los huesos, los estremece casi puedo sentir como mis costillas chocan y me tiemblan las piernas. Es casi como si te colaras muy despacio en mis pulmones y los cerraras un poquito.
Pero esta vez no estoy aquí para hablar de lo mucho que me gustas cada vez que te veo otra vez y los recuerdos aparecen solo los buenos. Porque he decidido recordarte así. Estoy aquí para hablar de mí. De como la piel se me estremece cada vez que alguien me toca de cerca o lejos. Para contar historias después de un vodka o dos. Después de un tinto o tres y después de un baileys o cuatro con agua mineral y café.
De mis teorías tontas del amor y la felicidad y porque ninguna me sale bien. De mis piernas delgadas y llenas de lunares. De mis pechos y mis despechos. De mi corazón desalmado y de mi existencia tristemente bonita casi como yo quitándole un poco el sabor amargo con historias del suelo al cielo de besos y cenizas llenas de nubes negras y de la abstinencia que susurra soledad.
No, no también de gente introvertida y extrovertida dependiendo mi humor, café fuerte y un buen libro, tal vez otro baileys o tal vez una cerveza clara, aunque prefiero la obscura cuando mis amigos no me visitan y en los conciertos.
Del humo de cigarros ajenos mientras camino por el andén o tal vez mis cejas a través del retrovisor y los secretos que esconden mis pestañas. En especial mis labios tan rosas grisáceo y ruidosos como ellos solos, mal hablados con quien les conviene y un dulce manifiesto de manipulación.
Todo eso que carece de sentido todo lo que me guardo y saco cuando estoy un poco aburrida. Pero mis ojeras saben que solo me aburro de madrugada sola con las luces apagadas y la misma película con, diálogos originales de la gran historia de amor de Shakespeare aunque nunca me gustó.
De mi triste adolescencia sin sentido.
