Se encontraba en la azotea de su casa, en unos cuartos que no se habían acabado, donde las ramas de los arboles y hojarasca tirada en el suelo hacia su presencia. No le molesto notar los restos de agua que formaban un charco, luego de la lluvia nocturna, era indudable que participaría en una visión como aquella.
Esos días todo era impredecible. Un sol en la mañana, uno en la tarde mas radiante y cerca del anochecer, una tormenta que parecía gritar. Esa combinación entre frío, calor y bochorno, le producía una inquietud de desesperanza.
Su nombre era Ximena, tal cual. Sin una letra menos, sin un truco si quiera. Se recargo sobre la pared, mientras el camión de los helados sonaba a lo lejos. Sintió que seria muy bueno comprarse uno, luego recordó lo que el helado provocaba con ella: recuerdo. Recuerdo de días mejores, recuerdo de un amor apasionado. Recuerdos de aquellas tardes donde la platica se extendía en el infinito, en una creciente pasión, en un sin final, o al menos eso era lo que le parecía a ella en ese entonces. El helado era solo un pretexto para todo lo demás: besos, agarres de mano, caricias, palabras, un seudo-amor.
Ya empezaba a rascar su mente frases como "lo estúpido que fue caer en las redes de un eterno desliz", "qué maravilla mientras tenia los ojos vedados", o el susurro de un "te amo, pero es imposible que en este mundo me ames tú a mí".
Fue eso los que dejo de largo cuando escucho el sonido de los helados. ¿Cómo algo tan banal como aquello le provocaba un sin fin de recuerdos, uno encadenado a otro, como una escalera esperada a ser subida? Así era, el amor, maldita enfermedad mental de 6 meses. Después de 6 meses, realmente no era nada.
Y eso era los que había durado con San, 6 meses de idas y venidas, de incertidumbre que se volvía certidumbre por momentos para remarcar su falta una y otra vez. Lo conoció en diciembre, empezaron a hablar en febrero. La primera vez que salieron fue en marzo, se besaron en abril, fueron una "relación" extraña hasta julio y después, dos meses llevaba tratando de obviar el hecho de la separación.
6 meses de una intensa montaña rusa emocional. 6 meses que confundía amor, odio, orgasmos y llanto. Excitación. Desilución. Añoranza. Venganza. Parecía una obra de teatro, una novela sin rumbo y con un rumbo fijo, una paradoja que no acababa de comprender. Un final inminente, un inicio que siempre se conoció como inalcanzable.
¿Por qué? Él no podía amarla. Porque aun amaba a su antigua ex pareja. Él no podía zafarse de su pasado, no podía entregar su alma a un nuevo amor.Trato de despejar su mente de todas aquellas inquietudes. Pero por mas que intento, los recuerdos eran punzantes, y sin querer termino accediendo a ellos, de tanto que sin mas, acapararon toda su atención. Se le llenaron sus ojos en lágrimas cuando se dio cuenta de que "estaría un tiempo sola". No precisamente lloraba por estarlo, sino por la idea de quedarse eternamente sola, por la idea de no lograr encontrar a alguien que pronunciara su nombre con tanta elocuencia, y se rindiera a su afecto. Por la idea de no ser amada, de convivir solitaria el mundo posteriormente, cuando sus manos no pudieran hacer nada y su mente no recordará pensar.
Lloraba desconsolada. Y se dijo "La gente piensa que tener un cerebro es sinónimo de felicidad". Y en un contexto como el nuestro, a expensas de lo que la mayoría dice, el éxito profesional parece ser reducido a un simple "es feliz", cuando, por dentro estas personas parecen contrarrestar con el estudio (el énfasis en un empleo, el entusiasmo en lo mental) para que no se note la degradación de su corazón maltrecho, como si la perfección en este ámbito disminuyera la imagen tan desfigurada y rota que tienen en el otro aspecto.
Así se sentía ella, como una impostora. Como un ente que no había sido destinado para compartir el amor con oteo ser humano. Como alguien que se quedaría sola, y la mera idea de ser señalada por los otros le aterraba. El juicio social era mas penable que la mera conciencia, a pesar de lo que decía Foucault sobre el panóptico de la modernidad.
Siguió llorando mientras unas gotas caían del cielo, y se pegaban a su cara. Se odiaba en el fondo, por decidir tener cerebro y no corazón. Porque una vez se lo había dicho a su amigo imaginario: ella estaba dividida, una parte estaba conformada por los sentimientos; y la otra por los razonamiento. Pero nunca había podido ser ambas.
