Uno

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La casa de los Aberdeen siempre me había llamado la atención tanto por su arquitectura como por su posición. Tenía dos plantas que estaban completas de ventanales y su fachada estaba pintada de un color amarillento muy castigado por su posición cercana a la brisa marina. La visión completa de la casa la encontrabas sólo nadando lejos de la orilla, tenía un muelle propio que se incorporaba al mar, y siempre estaba lleno de invitados y de los propios ocupantes de la casa, los cuales nunca habían sido extraños para mí.

La familia Aberdeen tenía una estrecha relación con la mía, aunque no directamente conmigo, por ello simplemente conocía de su existencia y de su proximidad, pero ya que pasaba pocos meses al año veraneando en Cecilia Valley, no habíamos coincidido nunca.

Mark y yo aparcamos fuera de la verja con su moto, pese a que nuestra casa estaba a pocos minutos, mi primo se acababa de sacar el carnet de moto e insistía en usarla para ir a todas partes.

Habíamos bromeado muchas veces sobre la casa, y de pequeños nos inventábamos historias de miedo de las cuales siempre solía ser protagonista. Antes de los Aberdeen, los dueños eran una familia que vivía en Italia y casi apenas la visitaban, por lo que estaba muy poco cuidada y era el escenario perfecto para vampiros y fantasmas, al menos en nuestras imaginaciones.

Ahora, estaba muy lejos de ser aquella casa descuidada, pero seguíamos recordándola como la Casa de las Brujas.

—Esto es un gran acontecimiento, esta casa es una institución. - dije quitándome el casco cuidadosamente y metiéndolo bajo el asiento.

Mark sonrió de lado.

—¿Nunca habías entrado antes? Es un casoplón de la hostia, yo solo he estado alguna vez. — dijo él. —Toma, llama a mi madre, avisa para que nos abran.

Una vez estuvimos dentro tuve que contener mi asombro. En la parte delantera había un extenso jardín muy bien cuidado, detrás había una bajada hacia la entrada al mar.

Pasó una hora más o menos, nos bañamos en el famoso muelle e incluso nos dio tiempo a beber algo. La señora Aberdeen era muy simpática y atenta con todos sus invitados. Entre ellos, además de mi primo y su madre, estaba Raymond Parker, el médico del pueblo, acompañado por su esposa Cynthia. Un poco más alejados se encontraban en una acalorada discusión Theodore Parker, el hijo de dicha pareja, y su reciente novia, que vivía en Londres, pero veraneaba aquí como muchos otros.

Theodore tenía mi edad y durante muchos años habíamos sido grandes amigos, incluso él me había visitado en Manchester, mi ciudad en la que solía vivir antes de ese verano, cuando finalmente Cecilia dejaría de ser sólo mi lugar de veraneo para ser mi residencia habitual, sin embargo, esta visita había sido un grave error que terminó con nuestra amistad tal y como la conocíamos. Son extrañas las amistades que se entretejen en lugares como Cecilia, apartados de la monotonía y de nuestras vidas, aquel pequeño valle del sur de Inglaterra se convertía en nuestra escapada de la realidad y las personas que éramos allí, libres e desinhibidas no encajaban con las que éramos en nuestro día a día, al menos ese era el significado que le encontramos Theo y yo después de discutir durante horas.

Desde entonces, manteníamos una relación simplemente cordial.

No sabía nada de la nueva novia de Theo, sólo que era otra de muchas, una chica muy guapa de figura esbelta y cuello largo. Tenía el pelo rubio que caía en sus hombros y su rostro seguía con precisión los cánones de belleza ingleses.

Dentro de la casa, se resguardaban los invitados alérgicos al sol, esa clase de personas que, pese a ser totalmente conscientes de que la gracia de Cecilia yacía en su perfecto clima, playas y maravillosos baños, insistían en que eso de "tomar el sol" y llevar traje de baño, era cosa de niños y que los adultos debían de guardar cierta compostura.

Theo por fin terminó de discutir con su novia, o eso parecía cuando se acercó a Mark y a mí a saludarnos. La chica no se movió del sitio y cogió su móvil rápidamente para evitar que ninguna otra persona osara a hablarle.

—¿Qué tal, Mark? —dijo primero dándole la mano a mi primo. Luego me miró a mi. — Mads, hola. — saludó.

Sonreí. La situación con él era un poco incómoda, al menos al principio, luego él se ponía a contar su vida como hacía normalmente, y el ambiente se relajaba.

—¿Sabes qué? Tengo que ir al baño. Ahora vuelvo. — mentí y me alejé de la situación para preguntarle a la señora Aberdeen dónde estaba el baño, además, me apetecía curiosear un poco la casa.

La puerta estaba abierta en canal y el salón estaba inundado de adultos vestidos de blanco, que iban en conjunto con sus rostros pálidos, que llamaban mucho la atención considerando que estábamos en pleno julio y que hacía treinta grados fuera.

Conseguí llegar al baño, no sin que un par de señoras mayores me reconociesen y me requiriesen para darme cuarenta besos y mandar saludos para media familia.

—Ese es el cuarto de la ropa sucia. — me avisó una voz cuando estaba a punto de abrir la puerta de lo que yo creía era el baño.

Me giré rápidamente buscando al emisor de ese voz y me encontré con una puerta entornada justo en frente de mí. Esta se fue abriendo progresivamente hasta revelar a un chico más alto que yo, del que se veía poco gracias a la poca iluminación del pasillo, que probablemente fuese culpa mía por no encender las luces.

—Ah.

—¿Buscas el baño?

—Sí.

—¿Siempre respondes con monosílabos?

—¿Qué pretendías que te respondiese a esa pregunta? "Ah, pues si, ¿sabes qué? Hablando de baños, estoy pensando en reformar el mío" — me burlé.

El chico soltó una suave y melódica carcajada, y me señaló la puerta que estaba un poco más a la derecha.

—Gracias. — susurré algo avergonzada por la situación    

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⏰ Última actualización: Sep 06, 2018 ⏰

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