I
La psiquiatra me dio una libreta roja para que escribiera mis sueños. Parece que hay algo de terapéutico en eso, en recordar lo que la vigilia no quiere, pero que se escapa a la represión durante nuestra vulnerabilidad nocturna. Esa es un poco la metáfora de Freddy Krueger: mientras dormimos somos víctimas. Pero eso sí, nada de hombres incendiados, de caras desfiguradas, de enormes cuchillas. Somos las víctimas de nuestro inconsciente, que es "una memoria que no se da el lujo de olvidar".
Entonces intenté escribir, pero no me sale. Aún dejando la libreta sobre la mesa de luz, no logro despertarme de un sueño o de una pesadilla y acordarme de agarrar un lápiz o una lapicera y narrar. Quizás es porque soy de la generación de la computadora. Pocas veces escribo en papel y, cuando lo hago, siempre es un ejercicio solemne, literario, patético: diurno.
Quizás la razón es menos prosaica: quizás es un mecanismo de defensa. Sin embargo, más allá de esta frustración, y quizás incluso como resultado de la misma, generé un hábito: me despierto recordando los sueños y hago el ejercicio de seguir recordándolos hasta la mañana. Supongo que tendrá beneficios para la memora, contra el alzheimer, qué se yo. Un poco de la rumiación que me caracteriza. La práxis de mi neurosis obsesiva.
II
Voy a contar un poco acá. No sé cuántas personas leen estas entradas (la herramienta de estadísticas de wordpress me da un número, pero no puedo saber si es traducible a lectores). Supongo que dos o tres personas, mas o menos. Entonces se mantiene entre lo privado y lo público. Una línea imaginaria que me permite moverme entre la libertad y la comunicación, entre la confesión y la catarsis. Quizás, incluso, en el mejor de los casos, alguien se siente identificado, o al menos se divierte.
O al menos llega hasta el final de estas líneas.
III
Muchas veces los sueños son angustia. Pero lean bien, eh: son angustia, no angustiantes. Me explico: me despierto con una sensación física que no puedo conectar con una imagen determinada. Quizás, con mucho esfuerzo, me acuerdo de una cara o de un lugar. Pero no más que eso. Es un síntoma de algo que soñé y olvidé. No recordar es más frustrante. Si recordar viene del latín recordis, que significa "volver a pasar por el corazón", mi corazón es un terreno árido y deshabitado.
Otras veces, me despierto recordando todo el sueño, pero voy hasta el baño o hasta la cocina, y cada paso que doy es un borrón, un balde de pintura blanca sobre esas coloridas imágenes oníricas. Otras veces recuerdo la mitad de un sueño. Casi siempre el final es el fragmento que sobrevive. Como hoy.
IV
No sé cómo empezó. Había mucha gente. Me trataban con hostilidad. Con desprecio. No con indiferencia (la cual hubiera preferido). Algunas personas eran conocidas, otras no. La pregunta que siempre repito en mis sueños es "¿quién sos?". Todos llevan máscaras. Quizás, como leí por ahí, soy yo. Todos y cada uno. Los malos y los buenos. Los que agravian y los que defienden. Todos somos yo.
Y me sentía mal. Me quería ir. Era como una especie de mesa redonda en una cocina. Me sentía desubicado. Expatriado (este sentimiento también me es común en la vigilia). ¿Qué es el hogar, después de todo? ¿Una casa? A veces tengo miedo de quedarme en la calle, porque no soy propietario. Pero también se puede tener casa y no tener hogar.
V
No hablaba en mi sueño. Escuchaba a los demás. Ahora no recuerdo lo que decían. Hele gateaba por debajo de la mesa, ajena a toda la situación. Era como si me estuvieran juzgando. ¿De donde nace esta culpa que arrastro? Como a todos los heridos, me obsesiona la pregunta por el origen.
VI
Ahora viene la parte más nítida de mi sueño. Salgo de ese lugar. Actúo (que es, como dice Lacan, arrancarle a la angustia su certeza). Salgo y estoy en el patio de la casa de mis viejos. No, perdonen, tengo oficio de escritor, por lo que voy a ser más específico: estoy en la entrada de mi casa, en el patio delantero, frente al tapial gris de cemento.
Está Maga. Se ríe. Me abraza y me da una flor roja. Además de roja es grande, desproporcionada. No es la típica caricatura de flor. Es un poco silvestre y desfachatada. Me la da sin decirme palabra pero se ríe. No de mí: no es una burla. Es una risa de complicidad. Segura, firme, arraigada en la vida -tanto en la vigilia como en el sueño- como ella, como Maga. Como solo ella podría sostenerla así sobre su cara, con orgullo pero con humildad, con fortaleza y con amor.
Entonces me doy cuenta: La flor es una estrella federal.
Entonces me doy cuenta: ya sé que significa hogar. Se quién es mi patria.
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ESTRELLA FEDERAL
No FicciónLa psiquiatra me dio una libreta roja para que escribiera mis sueños. Parece que hay algo de terapéutico en eso, en recordar lo que la vigilia no quiere, pero que se escapa a la represión durante nuestra vulnerabilidad nocturna. Esa es un poco la me...