INTRO

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EN CUALQUIER MOMENTO se abrirá la puerta.

En esta sala sin ventanas —cuadrícula de baldosas jaspeadas, paredes desnudas de tono apastelado, luz de barra fluorescente— solo se escucha el zumbido del aire acondicionado. A cada lado hay una mesa, como las de los maestros de escuela pública, y un par de sillas de plástico blancas, de esas que abundan en playas y piscinas. La única puerta, a mi derecha, está a dos metros.

Hoy es 11 de septiembre de 2012. Tras meses de gestiones, esta mañana podré al fin entrevistar a Gustavo Adolfo Parada Morales, nombres y apellidos del Directo, asesino múltiple, el pandillero que a finales de los noventa acaparó portadas de periódicos y generó debates como nunca antes —y nunca después— lo ha logrado ningún otro marero en El Salvador. Desde junio del año pasado está preso en el Centro Penitenciario de Seguridad Zacatecoluca, una cárcel que por su aparente inexpugnabilidad y por su dureza se ha ganado el sobrenombre de Zacatraz. La Dirección General de Centros Penales me dejará reunirme con él de dos a cinco de la tarde, desde hoy martes hasta el viernes.

Doce horas de conversación suenan a eternidad, pero tengo razones para la inquietud. En febrero de 2002 también hablé con Gustavo Adolfo, entonces un joven de veinte años recién cumplidos. La plática resultó espesa como un atol. Todas sus respuestas fueron frases cortas, la mirada siempre esquiva, los hombros encogidos. Después de todo lo que había leído y escuchado sobre él, sobre el enemigo público número uno, aquella figura triste y empequeñecida resultó un pequeño desengaño: un serial killer que apenas se atrevía a mirar los ojos de su interlocutor.

Pero ha pasado más de una década desde aquella primera entrevista. Se abre la puerta y aparece el Directo, flanqueado por dos custodios uniformados y con los rostros cubiertos con gorros navarone. Nos damos la mano y nos sentamos a cada lado de la mesa. Sé lo que me responderán, pero pregunto a los guardias si pueden quitarle las esposas.

—Mi nombre es Roberto, soy periodista, trabajo en un periódico llamado El Faro, y estoy aquí porque...

—A usted lo recuerdo... —interrumpe.

—¿¡!?

—Estuvo una vez a Tonaca y hablamos. —El tono suave pero firme, los ojos clavados en los míos.

No me ha dado tiempo ni a mostrarle el ejemplar de El Diario de Oriente en el que se publicó aquella entrevista hostil. Lo he traído con la esperanza de que le ayude a recordar.

—Para ese día que usted llegó, yo ya había decidido no hablar nunca más con periodistas, pero la jueza que nos presentó para mí es una gran persona. Ella me lo pidió, y por eso acepté hablar con usted.

Sonrío sin sonreír. Le explico que quiero platicar largo, que he hablado con mucha gente que lo conoce, que quiero escribir un libro. El Directo no solo tolera la idea; parece agradarle. En la actualidad acumula tres condenas que suman casi medio siglo. Creo que cree que no tiene nada que perder.

En mayo de 1999, dijo en una entrevista que su pandilla, la Mara Salvatrucha, era lo mejor que le había pasado en la vida, que adentro había encontrado comprensión, unidad, buenos amigos.

Hoy, los que fueron sus homeboys lo creen un traidor que merece la peor de las muertes.

Carta desde ZacatrazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora