Cuatro

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Kate agradeció que Estelle no se pasara por el rancho el viernes y
aprovechó aquel tiempo para descansar y para inspeccionar la casa y los
alrededores.
Al mediodía, Fergie le llevó un plato de guiso de ternera y un pedazo de
pan.
—¿Qué están haciendo los hombres? —le preguntó Kate.
—Recogiendo las vacas y marcándolas —le explicó el empleado—. En
primavera, se pasan varias semanas así.
Vio a Noah únicamente en la cena, cuando fue a buscarla con dos platos
que había llevado de la cocina general del rancho.
—Si quiere, yo me puedo encargar de preparar su comida —se había
ofrecido entonces Kate.
—Gracias, pero de eso se encarga Fergie —contestó Noah.
Lo cierto era que las judías estaban sabrosas y el pan de maíz, perfecto. A
ella no le habría salido tan bien, así que Noah no se podía ni imaginar la
inteligente decisión que había tomado al declinar su oferta.
En cualquier caso, Kate sentía la necesidad de contribuir.
Noah había puesto la mantequilla y la mermelada sobre la mesa cerca de
ella y se había sentado en el otro extremo. Kate pensó que sería más agradable y
más sencillo si se sentaran más cerca, así que movió la mantequilla, la
mermelada y su plato y se sentó en la silla que había junto a Noah.
—La primera vez que vi semejante trozo de mantequilla sobre la mesa, no
supe qué hacer. Estelle me tuvo que decir que me sirviera.
Noah dejó de comer.
Kate lo miró.
Noah bajó las manos al regazo sin mirarla.
Kate untó la mantequilla sobre el pan de maíz.
—Esto es un lujo —comentó—. En casa no solíamos tener mantequilla
porque era muy cara. Estelle me dijo que probablemente aquí la hiciera alguien,
algún empleado del rancho.
—Sí, Fergie.
—Me encantaría que me enseñara a hacerla —comentó Kate dándose
cuenta de que Noah había parado de comer—. ¿He hecho algo incorrecto? No
quería que me sentara aquí a su lado, ¿verdad? —añadió levantándose y
volviendo a su silla—. Lo siento, se me había ocurrido que sería más fácil para
hablar.
Kate había perdido el hambre y el buen humor ya que el hecho de que
Noah no la quisiera cerca la hacía sentirse como si no fuera lo suficientemente
buena. Seguro que no había sido ésa su intención, pero así era cómo se sentía.
—Ha sido muy generoso conmigo y le estoy muy agradecida por haberme
traído aquí. Le aseguro que lo último que quiero es incomodarlo.
Noah agarró de nuevo el tenedor y terminó de cenar. Era difícil estar en su
compañía, cuando Kate no podía ver la expresión de su rostro ni leer sus ojos.
Era obvio que aquel hombre prefería estar solo consigo mismo, así que ya se
podía ir acostumbrando.
Cuando terminó de cenar, se puso en pie y salió. Kate fregó y secó los
platos y se paseó por la casa. Encontró algunos libros y seleccionó uno. Llevaba
leyendo aproximadamente una hora en el salón cuando la puerta principal se
abrió y, acto seguido, se cerró otra, indicando que Noah se había encerrado en
su despacho.
Kate se dijo que no debía sentirse marginada porque, al fin y al cabo, aquel
hombre estaba compartiendo generosamente su casa con ella, pero eso no
quería decir que tuviera que caerle bien ni que quisiera hacerle compañía.
Kate subió a su habitación y se quedó leyendo hasta que se quedó
dormida.
El sábado era un día como otro cualquiera en el rancho. Los hombres tenía
las mismas tareas y los mismos quehaceres, pero aquella noche, después de
haber preparado la cena con Fergie en el comedor común, Kate se enteró de que
los sábados por la noche la mayoría de los empleados salía un rato.
Marjorie le había hecho llegar a través de su marido una invitación para
que los acompañara a la mañana siguiente a misa. Kate decidió que le iría bien
darse una vuelta por el pueblo, así que aceptó.
Había lavado y planchado sus vestidos y, en aquellos momentos, estaba
almidonando el cuello. Mientras lo hacía, comenzó a tararear.
Desde el porche, Noah oía la canción que Kate estaba interpretando y que
le sonaba tan pura y tan dulce como la mujer que cantaba. Llevaba una semana
en su casa y Noah estaba completamente atónito ante su buen humor y su
optimismo.
En su compañía, se sentía como un gusano feo y sucio en una adorable
manzana sonrosada.
Aunque estaba a oscuras, a Noah no le hacía falta verla para visualizar su
melena rubia, aquella melena que brillaba a la luz del sol como si fuera trigo
maduro. Aquella mujer tenía unos ojos llenos de emoción y de vida y una piel
suave y perfecta. Mirarla era como ver el sol en un día brillante, pero su belleza
era tan increíble que hacía daño.
Noah se había preguntado unas cuantas veces cómo la habría conocido su
hermano y suponía que habría sido en la lavandería. Probablemente, la habría invitado a cenar o a dar un paseo en carreta y se habría ganado su corazón con
facilidad.
Lo que todavía lo mantenía confuso era por qué se habrían casado, ya que
sabía que Levi nunca había tenido intención de hacerlo y que era un hombre
que no se comprometía con nada ni con nadie.
De pequeños, Noah se había encargado de criar a innumerables cachorros,
e incluso a un mapache, que Levi había llevado a casa y en los que rápidamente
había perdido interés transcurridos unos días. El perro que lo seguía,
actualmente, a todas partes era hijo de un perro abandonado que su hermano
había recogido.
Sin embargo, lo de Kate era diferente. No se trataba de un perro
vagabundo que uno podía cansarse de alimentar y de limpiar. Estaban
hablando de una mujer a la que había que atender adecuadamente y a la que
había que proteger.
Estaban hablando de una mujer y de un hijo.
Cuando pensaba en el bebé, Noah no podía dejar de preguntarse si al niño
le parecería feo. Por otra parte, tal vez, al acostumbrarse a él desde pequeño,
probablemente no lo notaría. Parecía lógico pensar que un niño fuera más
tolerante que los adultos.
Noah quería que aquel chico comiera en su mesa, aprendiera a montar a
caballo y creciera para hacerse cargo del Rocking C.
Bueno, y si era una niña, Kate tendría que encargarse de ella porque él no
tenía ni idea de cómo educar a una mujer.
Lo cierto era que, en secreto, Noah prefería que fuera niño.
—¿Noah ha venido a misa alguna vez? —le preguntó Kate a Marjorie a la
mañana siguiente.
—No, nunca —contestó su amiga—. Nunca va a ningún lugar en el que
haya mucha gente. Ni siquiera baja al pueblo a no ser que sea realmente
necesario.
—No creo que sea muy sano estar siempre solo. La gente necesita amigos.
—Pues él ha sido así siempre, desde que yo lo conozco.
Al llegar a la iglesia, Marjorie les presentó a los pocos parroquianos que
Kate no había conocido durante el entierro de su marido.
En cuanto su suegra la vio, corrió hacia ella. Por supuesto, iba vestida de
negro de pies a cabeza y, por cómo la miró, no parecía que le hiciera ninguna
gracia que Kate no fuera de luto.
—Ven a sentarte conmigo, cariño.
Marjorie le sonrió y fue a sentarse con su marido.
Estelle guió a Kate por el pasillo hasta uno de los primeros bancos de
madera.
—Voy a hablar con los Benson después de misa para que uno de ellos te baje al pueblo mañana. Es indecente que vayas vestida así ahora que eres una
Cutter. Tenemos cita con Annie para que te tome medidas.
Kate se pasó las manos por aquel vestido que tanto le gustaba y que su
suegra desdeñaba sin miramientos.
—Por supuesto, también vas a necesitar guantes. Una señorita siempre
lleva guantes en público. He invitado a los Hutton a comer con nosotras
después de misa. Walter es el maestro de Copper Creek y su mujer, Rose, es un
encanto. Ya verás, son una pareja maravillosa.
El predicador Davidson les dio los buenos días y comenzó su servicio
dominical, que se parecía mucho al que Kate había acudido siempre con su
madre excepto que, en aquellas ocasiones, se sentaba en la parte trasera de la
iglesia, donde estaban los trabajadores.
Por lo visto, en aquella congregación también se hacía así, pero ahora Kate
se encontraba sentada en los primeros bancos… aunque ella hubiera preferido
quedarse atrás. Así lo habría hecho si no hubiera sido porque Estelle la había,
prácticamente, arrastrado hasta la parte delantera del templo.
Cuando la misa hubo finalizado, Estelle saludó a sus vecinos e insistió en
presentarle de nuevo a Kate, obviamente decidida a que la aceptaran. Sin
embargo, Kate se dio cuenta de que algunos la miraban con extrañeza y
comentaban a sus espaldas.
Annie Carpenter se la llevó a un lado para hablar tranquilamente. Llevaba
en brazos a una niña de unos dos años y se la presentó diciéndole que era su
hija, Rebecca.
—No sabía que tuviera una niña, es preciosa —dijo Kate sonriendo
sinceramente.
—Voy a tener otro hijo en otoño —contestó la costurera.
Por cómo sonreía, feliz, Kate se dio cuenta de que la noticia de que iba a
ser madre no la había sumido en el terror, como le había ocurrido a ella.
—Y todavía tiene tiempo de coser —se maravilló Kate.
—Bueno, ahora necesito ayuda, así que mi prima, Charmaine Renlow, me
está echando una mano.
En aquel momento, llegó una bonita joven, a la que Annie le presentó, y
que resultó ser la mencionada prima.
—¡Madre mía! ¿Y usted vive en el rancho con Noah Cutter? ¿No le da
miedo?
—No, claro que no —contestó Kate.
—Me han contado cosas terribles sobre ese hombre. Por ejemplo, que caza
con las manos y come carne cruda.
—Eso es completamente ridículo —contestó Kate ofendida—. Come
exactamente lo mismo que comemos los demás, lo que cocina Fergie.
—Lo cierto es que nunca lo he visto de cerca —continuó Charmaine—,
pero dicen que es espantoso.
No era la primera vez que oía aquello sobre Noah. Estelle ya se lo había dicho. Como no lo había podido ver con sus propios ojos, Kate no podía negarlo
porque no estaba segura, pero lo que sí podía hacer era defender su maravilloso
carácter.
—Le aseguro que es uno de los hombres más amables que he conocido.
Sospecho que mucho de lo que se dice de él no son más que exageraciones.
—Por su bien, espero que así sea —contestó Charmaine con dulzura—.
Kate, le presento a Wayne —añadió a continuación ruborizándose de pies a
cabeza.
Al girarse, Kate comprobó que se acercaba a ellos un joven, de cuyo brazo
Charmaine se agarró.
—Encantado, señora Cutter —dijo el joven.
Era la primera vez que alguien la llamaba así y Kate se giró para ver si era
que había llegado Estelle, pero, al ver que no era así, comprendió que el joven
se refería a ella.
—Vamos a ir a comer con mis padres y luego jugaremos un rato al croquet
— añadió Charmaine—. Esta vez, te dejaré ganar —concluyó mirando al que,
obviamente, era su novio.
En aquel momento, llegó Estelle y agarró del brazo a Kate, obligándola a
despedirse de la joven pareja. Mientras se alejaban, Kate pensó que su forma de
vida era completamente diferente a la suya. Ella se había pasado toda la vida
trabajando para ganar dinero para comer y pagar un lugar en el que vivir y
precisamente se había ganado la vida lavándoles la ropa a personas como
aquéllas.
Kate estaba segura de que aquellas jovencitas nunca habían tenido que
trabajar para conseguir nada, porque procedían de buenas familias.
Kate no les guardaba ningún rencor ni les echaba nada en cara.
Simplemente, no tenía absolutamente nada en común con ellas. Tal y como
pudo comprobar durante la comida, resultó que tampoco tenía nada en común
con Estelle ni con los Hutton.
La cocinera de Estelle había preparado cordero con judías verdes y una
ensalada llamada Caruso, o algo así, compuesta por lechuga, tomate y una fruta
de sabor dulce e intenso.
—¿Qué fruta es ésta? —preguntó Kate apartando un trozo.
—Es piña, cariño, ¿qué va a ser? —contestó Estelle.
—Está buenísima —dijo Kate, cerrando los ojos para deleitarse con el
sabor de la fruta.
—¿No habías probado nunca la piña? —le preguntó Rose Hutton.
—No, me parece que me he perdido un montón de cosas, pero les aseguro
que estoy disfrutando muchísimo descubriéndolas.
—Estoy intentando convencer a Kate para que se venga a vivir conmigo,
pero, por lo visto, se siente extrañamente obligada hacia el hermanastro de Levi
—les comentó Estelle a los Hutton.
La casa de Estelle era una casa elegante. Kate jamás había visto unos muebles como aquéllos. Mirara donde mirara, había un cuadro bonito, un
florero maravilloso o una alfombra oriental, pero ninguna de las habitaciones
que le había mostrado se le antojó tan cómoda y acogedora como la que le había
dado Noah.
La opulencia de aquella casa no le impresionaba, ella prefería la serenidad
del rancho, al que ya consideraba su hogar.
Kate no quería tener que volver a explicarle a Estelle por qué no quería
vivir en la ciudad, así que no se le ocurría mucho más que conversar con
aquella gente y el tiempo empezó a pasar muy lentamente. Por fin, terminaron
de comer y, tras una interminable sobremesa, los Hutton se fueron.
Una vez a solas, Estelle la condujo al salón.
—La gente está hablando —le espetó.
—¿Cómo? —se extrañó Kate.
—La gente ha empezado a hablar porque estás viviendo sola con ese
hombre.
—No vivimos solos. Hay un montón de empleados en el rancho.
—No, en la casa solamente vivís vosotros dos. No es adecuado. No
deberías estar viviendo con él.
—Yo no entiendo mucho de lo que es adecuado y lo que no, pero sí sé que
Noah es amable y que me gusta vivir allí.
Era obvio que a Estelle no le había gustado su contestación.
Cuando le indicó a su mayordomo que llevara a Kate casa, Kate se mostró
realmente agradecida porque ya no podía más. Si aquello era lo que le esperaba
todos los domingos, tal vez decidiera no bajar al pueblo a misa.
Al llegar a casa, se cambió de vestido y se quedó leyendo en su habitación
un par de horas antes de bajar a preparar el té. Acababa de preparar una tetera
entera cuando entró Noah en la cocina.
—Buenas tardes —lo saludó—. ¿Le apetece tomarse una taza de té
conmigo?
Noah miró la tetera que había sobre la mesa.
—Está bien.
Kate sirvió dos tazas y dejó una en el lugar que solía ocupar Noah en la
mesa.
Noah se sentó.
Kate se quedó mirándolo, deseando poder verlo mejor.
—¿Azúcar?
—Sí.
Kate lo observó mientras Noah se servía una cucharada de azúcar y
removía el té. A continuación, probó la bebida.
—Hoy he visto a muchas de las personas que vinieron al entierro de Levi.
Casi todos se han mostrado amables, pero algunos me han mirado de manera
extraña y han comentado a mis espaldas. Me han presentado a la prima de
Annie y a su novio, Wayne. Son una pareja encantadora.
Noah asintió.
—La casa de Estelle es maravillosa y su cocinera nos ha preparado una
comida de ensueño. Cordero. Increíble, ¿verdad? Y he probado la piña, no la
había comido nunca antes. Es la fruta más dulce que hay. Las colinas que hay
entre el rancho y la ciudad están completamente cubiertas de lavanda. Un poco
pronto para que esté florida, ¿no le parece?
—Puede ser —contestó Noah.
—Estelle me ha dicho que mañana tenemos cita con Annie Carpenter —
comentó Kate tomándose el té—. Le confieso que no me hace sentir muy
cómoda la idea de que me vayan a hacer un montón de ropa nueva.
—Necesita usted ropa.
Lo cierto era que Kate estaba empezando a quedarse corta de vestidos
porque estaba engordando, pero no creía que hubiera que gastar mucho dinero
en ropa nueva porque todo lo que le cosieran estando embarazada no volvería a
ponérselo.
—Estaba pensando en pedirle a Annie que me enseñara a coser y, así, me
podría hacer los vestidos yo.
—Estelle dice que Annie cose muy bien.
—Y seguro que es verdad, pero así saldría más barato.
—No tiene usted por qué preocuparse del coste de nada. Por si acaso
Estelle no se lo ha dicho suficientemente claro, se lo voy a decir yo. Ahora, es
usted una Cutter. Nosotros nos haremos cargo de su bienestar.
—Lo cierto es que no estoy acostumbrada a esto, espero que lo entienda —
contestó Kate descansando las manos sobre el regazo.
—Su vida ha cambiado.
—Sí, es cierto.  
Noah se puso en pie.  
—Gracias por el té.
Dicho aquello, llenó una jofaina con agua limpia y subió a su habitación.
Kate limpió los pocos platos que había en el fregadero, apagó la lámpara de
aceite después de haber llenado una jofaina para ella y subió también a su
habitación.
Al pasar frente al dormitorio de Noah, se fijó en que había luz porque salía
por debajo de la puerta y se apresuró hacia el otro lado del pasillo.
Al llegar a su dormitorio, se apresuró a cerrar la puerta aunque, en la
semana que llevaba viviendo en aquella casa, jamás se había sentido incómoda.
En ningún momento había sentido que no estuviera a salvo. Más bien,
todo lo contrario. Desde que estaba allí, una gran parte de sus preocupaciones
se había evaporado. Ahora, era capaz de no agobiarse ante el presente y de
empezar a pensar de manera tranquila en el futuro.
No quería que la gente comentara, no quería que sembraran en su mente
la duda sobre Noah, porque estaba convencida de que la mayor parte de los
rumores locales eran fruto de la imaginación.
Kate se dijo que el hecho de vivir en la misma casa que Noah Cutter no
implicaba nada, que su convivencia era algo inocente y que lo que los demás
dijeran o pensaran no tenía importancia.
Sin embargo, aquella noche, al meterse en la cama, Kate se dio cuenta de
que ya no estaba tan cómoda como antes.
También había confiado en Levi y el resultado no había sido bueno.
Kate pensó en que tan sólo había transcurrido una semana desde que se
había enterado de que Levi había muerto. Una semana y allí estaba ella, sobre
un taburete en el taller de Annie, rodeada de muestras de seda y tafetanes,
comparando diferentes tonos de violetas y de verdes.
Annie la había conducido detrás de un biombo, pero no había servido de
mucho porque Estelle no hacía más que asomar la cabeza.
—¡Madre mía! ¿Pero qué es eso? —se horrorizó su suegra al verla en
camisa y bragas.
—Mi ropa interior —contestó Kate.
—Annie, va a necesitar también ropa interior nueva.
—Casualmente tengo unas piezas maravillosas recién confeccionadas en el
escaparate de la entrada. ¿Por qué no va a ver qué le gusta? —contestó la
modista—. No lo hace con mala intención —le dijo a Kate una vez a solas.
—Ya lo sé —sonrió Kate—. No me ofende en absoluto. Lo cierto es que no
tuve mucho tiempo cuando Noah vino a buscarme y metí en la maleta lo
primero que vi. En cualquier caso, me doy cuenta ahora de que aquello no era
vida. Por supuesto, lo intuía, pero, al no haber conocido otra cosa, no tenía con
qué comparar. Ahora, todos los días me maravilló ante todo lo que hay y ante la
generosidad de los demás. A veces, me digo que tendría que pellizcarme para
ver si no estoy soñando, pero, en caso de que lo esté, no quiero despertarme
nunca. ¿Se ha sentido usted así alguna vez?
—Sí, me siento así siempre que estoy con mi Luke.
Aquel comentario sobre su marido emocionó a Kate, que se preguntó qué
se sentiría sabiendo que un marido la ama tanto a una.
—¿Y Rebecca?
—Con mi madre —contestó Annie—. Se la queda unas horas todas las
mañanas mientras yo vengo a la tienda. Se lo pasan fenomenal juntas. ¿Cuándo
nacerá su hijo?
—En agosto.
—Menudo veranito nos espera a las dos —comentó Annie—. Venga,
vamos a ver telas. Supongo que no querrá todo negro.
Por primera vez desde que la conocía, Kate se dio cuenta de que Annie
andaba de manera extraña, pero se dijo que, a pesar de ello, trabajaba
perfectamente.
Cuando salieron del probador a la tienda, Estelle tenía unas cuantas camisetas y bragas extendidas sobre el mostrador.
—Nos vamos a llevar todas éstas y quiero que le hagas también unas
cuantas azul pálido.
—¿Pero qué voy a hacer yo con tanta ropa interior? —se maravilló Kate—.
¿Usted también tiene tanta ropa interior? —le preguntó a Annie en voz baja.
—Le aseguró que sí —contestó la modista—. Y Charmaine tiene todavía
más. Las mujeres tenemos que darnos estos pequeños lujos.
En aquel momento, un trueno las asustó.
—Madre mía, menuda tormenta se avecina —comentó Estelle corriendo
hacia el escaparate.
—Tengo que volver al rancho antes de que comience —contestó Kate
olvidándose de las preciosas camisas con lazos que tenía ante sí.
—Tal vez, lo mejor fuera que te quedaras en mi casa —sugirió Estelle.
—No, Tipper y Marjorie me están esperando —contestó Kate vistiéndose
rápidamente.
—Yo creo que voy a cerrar la tienda y voy a ir a buscar a Rebecca —
comentó Annie.
Tras despedirse, Kate fue a reunirse con Tipper y con Marjorie que,
efectivamente, la estaban esperando fuera de la tienda. Tipper no tardó en
poner en marcha a los caballos y en salir del pueblo a buen paso.
El cielo estaba cubierto de nubarrones negros y más que mediodía parecía
que estaban en mitad de la noche. De vez en cuando, los relámpagos cruzaban
el cielo e iluminaban las montañas brevemente.
Kate estaba cada vez más nerviosa. Nunca le habían gustado las
tormentas. La oscuridad, el viento y la lluvia la aterrorizaban.
Se dijo que era una tontería, que las tormentas llegaban y se iban, pero
seguía igual de nerviosa. En cualquier caso, intentó hacerse la valiente, se
agarró con fuerza a la carreta y rezó para que llegaran pronto al rancho.
Sin embargo, comenzó a llover antes de llegar. Marjorie cubrió a los tres
con una tela gruesa que llevaba en la parte de atrás. Para cuando llegaron al
Rocking C, las mujeres llevaban las faldas empapadas.
Noah, con el sombrero empapado también, los estaba esperando con la
puerta de la cuadra abierta, así que Tipper no tuvo que bajarse a abrirla y pudo
entrar directamente.
Al llegar, Kate percibió el olor de los animales y de la paja y se sintió a
salvo. Newt y Jump desataron a los animales mientras Noah la ayudaba a bajar
de la carreta.
La mano que llevaba sin guante estaba caliente y era fuerte, con callos en
la palma. Kate se sentía a salvo así. Sin embargo, Noah le soltó de la mano, la
agarró de la cintura y la levantó por los aires como si fuera una niña.
En aquel momento, se oyó otro trueno.
Kate dio un respingo con el corazón latiéndole aceleradamente y se apretó
contra Noah. Fue todo tan rápido que pilló a los dos por sorpresa. Kate miró hacia arriba. Noah miró hacia abajo. Sus ojos se encontraron. En aquel
momento, un relámpago iluminó las cuadras y Kate vio que Noah tenía los ojos
marrones rodeados de larguísimas pestañas.
Hubo otro trueno y Kate sintió que el cuerpo entero se le tensaba. Noah,
que no la había soltado de la cintura, le puso la otra mano en el hombro y Kate
se quedó mirándolo fascinada.
—No pasa nada —la tranquilizó.
En aquel momento, Kate se dio cuenta de que no estaban solos, de que
Marjorie estaba bajando de la carreta, de que Tipper estaba sacando la tela con
la que se habían cubierto y de que Newt y Jump hablaban entre ellos mientras
se ocupaban de las monturas.
Avergonzada por su comportamiento infantil, sintió que se ruborizaba y
dio un paso atrás.
—Lo… lo siento.
—Tiene frío, ¿verdad? —le dijo Noah—. Ande, vaya a cambiarse de ropa.
Kate se tapó con la tela que le dio Marjorie y corrió hacia la casa. Mientras
atravesaba el jardín, comenzó a llover de manera copiosa y, estremeciéndose,
siguió corriendo, notando cómo el granizo golpeaba la tierra.
Desde la relativa tranquilidad de la cocina, de pie y empapada, se quedó
mirando por la ventana. El cielo se había tornado de un color verde grisáceo
que la aterrorizaba, el viento movía las hojas de los árboles con furia y el
granizo estaba cubriendo por completo el césped.
Estremeciéndose de frío, se obligó a quitarse el abrigo, a colgarlo y a correr
a su habitación para cambiarse de ropa. Al bajar, pensó que Noah también
llegaría calado, así que, al encontrar su habitación abierta, entró.
El dormitorio tenía una cama, una cómoda, un armario, una jofaina y una
silla donde Noah dejaba su ropa sucia. En la cómoda encontró ropa limpia y
seca y se apresuró a bajar para colgar su vestido mojado junto a la estufa de
leña.
Una vez hecho aquello, preparó una tetera y se tomó una taza de té
caliente. La infusión la ayudó a tranquilizarse, pero el viento y la lluvia la
mantenían con un nudo en el estómago. Mientras bebía el té, pensó que,
seguramente, a Noah le apetecería un café, así que puso una cafetera al fuego.
Al cabo de un rato, se abrió la puerta del porche trasero. Era Noah que,
efectivamente, llegaba empapado de pies a cabeza.
—Se acabó el trabajo por hoy —anunció quitándose las botas y el
sombrero—. Necesito ropa seca.
—Le he bajado algo. La he dejado en su despacho —contestó Kate.
Noah la miró sorprendido, pero asintió, le dio las gracias y fue a
cambiarse. Tras colgar su ropa junto a la de Kate, se sirvió una taza de café, le
puso azúcar y se lo bebió.
—Menuda tormenta —comentó.
—¿Marjorie se ha ido a casa?
—No, se ha quedado para ayudar a Fergie con la cena.
—¿Qué hacen cuando hay tormentas como ésta?
—Nada, seguir como si tal cosa. Hay que dar de comer al ganado de todas
formas —contestó Noah sentándose y comenzando a limpiar el rifle que
siempre llevaba con él.
Kate se sentó también para terminar el libro que estaba leyendo a la luz de
una lámpara de aceite. Al cabo de un rato, Marjorie les llevó una fuente de
carne asada con patatas y zanahorias.
—¿Se quedan a cenar con nosotros? —le preguntó Kate esperanzada.
Marjorie miró a Noah.
Noah asintió.
Marjorie y Kate pusieron la mesa y Marjorie fue a buscar a su marido. Una
vez que los cuatro se reunieron, se sentaron todos juntos excepto Noah, que
deliberadamente se sentó en el extremo más apartado de la mesa. Era obvio que
Noah no se sentía cómodo con la presencia de los Benson, pero Kate pensó que
tampoco se sentía cómodo con su presencia, así que decidió que ella iba a
disfrutar de la compañía.
—Creo que lo mejor sería que intentáramos llegar a casa ahora que ha
amainado un poco —comentó Tipper acercándose a la ventana después de
cenar.
—Sí, váyanse —contestó Kate.  
Marjorie la miró como disculpándose por no fregar.
—De estos platos ya me ocupo yo —la tranquilizó Kate.
Marjorie miró a Noah, que le hizo una señal de que se fuera, así que, tras
desearles buenas noches, se fue con su marido.
—Tengo que ir a ver a los animales —anuncio Noah saliendo de la casa.
No volvió hasta mucho después de que Kate hubiera terminado de fregar,
cuando ya se había subido a leer a su habitación. Aquella noche, se quedó
leyendo hasta que le dolieron los ojos y, entonces, apagó la luz y se tapó bien
con las mantas.
Soplaba el viento con fuerza y parecía que estuviera a punto de tirar la
casa abajo. Kate se dijo que no tenía motivos para tener miedo, que la lluvia y el
viento hacían mucho ruido, pero que no pasaba nada.
Sin embargo, no conseguía tranquilizarse. Las tormentas siempre la
habían puesto muy nerviosa, desde que era pequeña.
Kate recordó aquel terrible día en el que su madre la había dejado sola en
casa mientras se iba a trabajar a la lavandería. Completamente aterrorizada por
los truenos y los relámpagos, Kate había salido corriendo de casa en dirección a
la lavandería, pero, al llegar allí, se había encontrado con que los empleados
habían buscado cobijo en otro sitio y con que allí no había nadie.
En la pradera donde se tendía la ropa, había camisas y pantalones en las
cuerdas. El viento era tan fuerte que la ropa formaba espirales. Aterrorizada,
Kate se había agarrado a uno de los postes de colgar. Una sábana húmeda se había soltado de las pinzas y había salido volando con la mala fortuna de
atraparla por completo, tapándola de pies a cabeza. Kate no veía nada, sólo oía
los tremendos truenos. Nadie la oía gritar, nadie acudió a consolarla.
Cuando la tormenta cesó por fin, los empleados la descubrieran y su
madre la castigó por no haberse quedado en casa.
Todo aquello había sucedido hacía muchos años, pero Kate lo recordaba
como si hubiera sido el día anterior. Todavía le parecía ver aquel amenazador
cielo gris verdoso, todavía oía el ulular del viento y sentía la claustrofobia que
le había provocado la sábana húmeda que la había envuelto por completo.
Desde aquel día, cada vez que oía truenos y lluvia, se ponía a temblar de
pies a cabeza como una niña pequeña.
Kate metió la cabeza bajo las mantas y se hizo un ovillo en el centro de la
cama. Aquello había sucedido hacía mucho tiempo, se dijo que los niños crecen
y superan sus miedos.
En aquel momento, la luz blanca de un relámpago iluminó la habitación y
Kate se abrazo porque sabía que, a continuación, llegaba un trueno. Cuando,
efectivamente, se produjo, le pareció que la casa temblaba hasta los cimientos.
Entonces, llegó otro relámpago. Aquél fue acompañado de un gran ruido,
como si algo se hubiera roto. Kate se incorporó en la cama. En aquella ocasión,
cuando llegó el trueno lo hizo acompañado con la rotura del cristal de la
ventana.
Kate observó horrorizada cómo la ventana que había junto a su cama caía
al interior de la habitación y la rama de un árbol invadía la estancia, que pronto
se llenó de ruido y de lluvia.
Kate se estremeció de pies a cabeza. Los truenos no cesaban y eran cada
vez más intensos porque la ventana ya no hacía de pantalla protectora.
En la oscuridad, vio que fuera había fuego y pensó que el corazón se le iba
a salir del pecho.

La mujer de su hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora