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Era temprano y al salir de casa ya me había dado cuenta que sólo me iría mal ese día. Había caído de la cama, me resbalé en la ducha, perdí el bus, iba a comenzar a llover. Todo era tan deprimente que no podía hacer más que reír por lo mierda que podía ser mi suerte desde tan sólo iniciar el día.

Aunque también es cierto que así es mi fortuna por lo general. La desdicha me acompaña cada segundo de mi existencia, desde que despierto hasta que caigo inconsciente, en cada ámbito de mi vida.

Camino sobre la acera, resoplando y resignado a perder la primera hora. Detesto la idea de llegar tarde, porque sé que alguien se molestará conmigo. El profesor, mis compañeros, el director si me lo encuentro, mis padres si les importara.

Como fuese estoy seguro que algo alguien me dirá, esta amarga certeza me hace sentir peor de lo usual, perdiendo mi ritmo acelerado sin ganas de seguir peleando para no tardar aún más.

Llego a la entrada y el aire se me escapa de los pulmones. Te miro y estás ahí, sonriéndome mientras me regañas por que los dos llegamos tarde. Entonces siento tantas ganas de llorar, porque hoy también me has esperado afuera, a pesar de que te digo que no lo hagas.

No lloro, porque los hombres no lloran. Sólo me trago las lágrimas y finjo reír.

Los hombres no lloran || KiriKamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora