Cumpleaños.

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 23 59... solo un minuto mas me separaba de ese día con gusto agridulce que estaba a punto de llegar. Miraba el reloj como si fuese un condenado esperando su turno en la silla eléctrica. Treinta segundos más y sería mi turno. El tiempo era una cosa que nunca había comprendido, con poderes sanadores para reparar los daños, pero tan irreversible que arrastraba cualquier posibilidad de corrección.

00:00 El reloj marcó la hora. Había llegado el día. Otro año se cumplía y en pocos segundos vería entrar a mis padres por la puerta de mi habitación mientras fingía estar dormida y que no me importaba mi cumpleaños. Desde hacía mucho tiempo practicaba ese ritual. Cada vez me emocionaban menos los festejos y los regalos. Era más bien un triste aniversario de todo lo que no había conseguido en ese año.

Mientras mis pensamientos se tornaban mas y mas oscuros la puerta de mi habitación se abrió. Mis padres me saludaron con un beso cada uno y me regalaron un par de libros hermosos. No fue una sorpresa pero fue una cálida manera de ahuyentar a las sombras persecutorias por un rato. Ya tendría todo el resto del día para lamentarme por los años perdidos, dilatarlo unas horas realmente no me mataría y ellos merecían ser premiados por lo menos con una sonrisa por todas las molestias que se tomaban para repetir esa rutina anual, tan coreografiada como predecible, aunque algo en ese momento fue distinto. Ellos no sólo me habían traído esos lindos regalos sino que también se habían molestado en hacer una torta. A veces no sé por qué me molesto en usar el plural. Si no era comprada, eso era únicamente obra de mi madre. Aportar dinero para los gastos ciertamente no convertía a papá en pastelero.

Hicimos entre los tres un momento menos angustioso de lo que esperaba, pero al momento de soplar las velitas puestas sobre las otras el deseo era nuevamente el mismo. Desde hacía mucho era el mismo. Siete años deseando que el cielo me enviara a alguien para acabar con esa soledad que llevaba a cuestas como una cruz. Ese deseo era el único que jamás se cumplía y le rogaba a los astros su asistencia porque sabía que era algo que no podía conseguir sola. No si para ello necesitaba gustarle a alguien. Dependía siempre de otra persona.

Mis papás dejaron mi habitación satisfechos con el cambio y felices por su progreso en la tradición. Yo me acosté, gire hacía mi izquierda y dejé escapar una lágrima silenciosa. Un nuevo año se cumplía en el que nadie parecía capaz de quererme. Jamás había puesto condiciones. Jamás había rechazado a nadie (Bueno si, una vez) y jamás había sido besada, ni siquiera una vez.

En invierno mis hombros pasaban frío porque no contaban con el abrigo del brazo de alguien más, ese grueso paño o las lanas de colores jamás podrían asemejarse al calor humano de un brazo protector, del calor humano teñido de cariño. O bueno, por lo menos eso me imaginaba puesto que nunca había podido experimentarlo realmente. Mis labios jamás besados se cortaban con el viento y mi corazón jamás amado se endurecía cada vez más. No dependía de mi estar sola. Pero definitivamente era mi culpa.

Una nueva lágrima se escurrió por mi otra mejilla. Sabía contenerlas. Tenía experiencia. Sabía que si las liberaba de a una el dique no explotaría pero liberarían todos esos sentimientos que pujaban desde el corazón hacía arriba y desde el cerebro hacía abajo apiñándose en mi garganta. Una, dos, tres más y la relajación comenzaba a aparecer. La paz empezaba a fluir y aunque nada estuviese solucionado podía abrazar la idea de que las cosas tuviesen otro color por la mañana porque, pensándolo bien, no sólo sería un nuevo día comenzando sino que también comenzaba un nuevo año. Una nueva oportunidad de soplar las velitas acompañada dentro de otros 365 días. Poco sabía yo en ese momento de todo lo que iba a ocurrir en ese período de tiempo.

Con los ojos cerrados, encomendé a Dios mi vida. Nunca había perdido la costumbre de hacerlo. Su compañía era más reconfortante que la de otros seres humanos pero eso desgraciadamente no retiraba el anhelo de una pareja. Lentamente me fui abandonando al sueño en el que me veía, primero de lejos y luego cada vez más cerca, en un adorable y pequeño departamento familiar junto con el chico que desde hacía años me robaba el aliento.

Imaginaba eso cada noche antes de dormir. Un día aprendí que eso era una paja mental. Decidí que me la merecía puesto que ese era todo el sexo que había tenido en mi vida. Mi psique no se iba a arruinar mucho más de lo que ya estaba mientras que mi mente y corazón podían acallar sus quejas y disfrutar la película durante un rato. Era todo lo que teníamos y no estábamos dispuestos a derrochar material.

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⏰ Last updated: Sep 10, 2018 ⏰

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Mi vida con AnsiedadWhere stories live. Discover now